La oscuridad era su aliada, la
oscuridad lo abrazaba sin pedir nada a
cambio. La oscuridad era su amiga, la oscuridad estaba penetrando en su corazón
como las sombras aumentan en el ocaso, como la alimaña que poco a poco
desentierra la guarida donde se esconde su cena. Anclado a la noche jamás
saldría bajo los rayos del sol, cual vampiro errante rehuía la luz diurna,
aunque más bien rehuía de los rostros de la marabunta, de las miradas curiosas,
de la falta de intimidad que produce la claridad luminosa de la mañana. La
noche era más propicia para salir afuera, a explorar el mundo. De noche los
rostros llevan máscaras de carnaval, más bonitas, más interesantes pero más
insinceras. Eso también lo sabía pero le daba absolutamente igual. Él también
era una mentira. Como un asesino que
teme ser descubierto, guardaba con sumo recelo los detalles de su vida, la cual
encauzaba bajo la luz de la luna, al amparo de las sombras. Huyendo del sol su
piel se volvió blancuzca, pálido como un muerto, por la falta de vitamina D,
hecho que producía cierto temor con su mera presencia en según qué contextos.
Eso mismo le excitaba sobremanera.
En el día dormía, y como si fuera
un ave nocturna, al ponerse el sol abría la puerta de su casa para salir al
exterior. Tenía un sueño recurrente, un sueño repetitivo que trataba en vano de
buscarle un sentido, cierta explicación lógica. Soñaba que cavaba, cavaba un
agujero en la tierra más negra que había visto jamás. Una palada tras otra y el
agujero cada vez más profundo y oscuro, sudaba y se manchaba de aquella tierra
negra como el olvido. Ese era el sueño, extraño como su hábito de vida.
Esa noche se disponía a salir, y
ya pensaba en cómo se llamaría y lo que sería; un cantante, un actor de cine,
un futbolista, un atleta de inminente éxito… pero una voz le devolvió a la
realidad, le empujó de sus ensoñaciones para escupirle a la cara quien era. Le estaba
llamando por su nombre, era una mujer alta, elegante, de largo cabellos castaños
y ojos penetrantes. No quería parar a saludarla, no quería ver a nadie que lo
conociera. De nuevo la mujer insistió abriendo la boca y enviando las letras de
su apestoso nombre a través del viento frio de la noche, noche que esta vez no había
podido ocultarlo de los ojos conocidos. Aceleró el paso angustiado, ignorando
la llamada de aquella boca perniciosa e impertinente. Pero ella también aceleró
el paso, gritando su maldito nombre cada vez más fuerte, cada grito de aquella
boca pintada de rosa era como una puñalada en su corazón moribundo. Su pasado
volvía en tacones y vestido ceñido. Volvía a maltratarlo, a recordarle sus
errores, a recordarle que no era un genio, que apenas sobresalía del resto de
los demás, a restregarle en la cara que era un don nadie con ínfulas de
artista.
La oscuridad no era suficiente,
sus pies echaron a correr de forma frenética y alocada, miraba hacia atrás con
la esperanza de no ver a su pasado, de no ver a nadie que lo conociera, que le hiciera
preguntas incómodas, que supiera que era un fracasado. Corrió y corrió hasta
quedarse casi sin aire, hasta ver pequeños puntos negros como rosas en sus ojos
llorosos. Corrió hasta caer en una obra, en un gran agujero negro, socavado en la
tierra por máquinas perfectas. Hacía arriba era imposible escapar, la tierra
amortiguó el golpe pero pronto moriría aplastado por el peso de la tierra que
comenzaba a caer desde arriba. Tenía que cavar un túnel o moriría, pensó rápidamente.
Era como su sueño, cavaría y cavaría hasta encontrar la salida, hasta encontrar
la total oscuridad.