miércoles, 7 de agosto de 2013

AHOGARSE EN LA OSCURIDAD



La oscuridad era su aliada, la oscuridad lo abrazaba sin pedir nada  a cambio. La oscuridad era su amiga, la oscuridad estaba penetrando en su corazón como las sombras aumentan en el ocaso, como la alimaña que poco a poco desentierra la guarida donde se esconde su cena. Anclado a la noche jamás saldría bajo los rayos del sol, cual vampiro errante rehuía la luz diurna, aunque más bien rehuía de los rostros de la marabunta, de las miradas curiosas, de la falta de intimidad que produce la claridad luminosa de la mañana. La noche era más propicia para salir afuera, a explorar el mundo. De noche los rostros llevan máscaras de carnaval, más bonitas, más interesantes pero más insinceras. Eso también lo sabía pero le daba absolutamente igual. Él también era una mentira. Como un  asesino que teme ser descubierto, guardaba con sumo recelo los detalles de su vida, la cual encauzaba bajo la luz de la luna, al amparo de las sombras. Huyendo del sol su piel se volvió blancuzca, pálido como un muerto, por la falta de vitamina D, hecho que producía cierto temor con su mera presencia en según qué contextos. Eso mismo le excitaba sobremanera.
En el día dormía, y como si fuera un ave nocturna, al ponerse el sol abría la puerta de su casa para salir al exterior. Tenía un sueño recurrente, un sueño repetitivo que trataba en vano de buscarle un sentido, cierta explicación lógica. Soñaba que cavaba, cavaba un agujero en la tierra más negra que había visto jamás. Una palada tras otra y el agujero cada vez más profundo y oscuro, sudaba y se manchaba de aquella tierra negra como el olvido. Ese era el sueño, extraño como su hábito de vida.
Esa noche se disponía a salir, y ya pensaba en cómo se llamaría y lo que sería; un cantante, un actor de cine, un futbolista, un atleta de inminente éxito… pero una voz le devolvió a la realidad, le empujó de sus ensoñaciones para escupirle a la cara quien era. Le estaba llamando por su nombre, era una mujer alta, elegante, de largo cabellos castaños y ojos penetrantes. No quería parar a saludarla, no quería ver a nadie que lo conociera. De nuevo la mujer insistió abriendo la boca y enviando las letras de su apestoso nombre a través del viento frio de la noche, noche que esta vez no había podido ocultarlo de los ojos conocidos. Aceleró el paso angustiado, ignorando la llamada de aquella boca perniciosa e impertinente. Pero ella también aceleró el paso, gritando su maldito nombre cada vez más fuerte, cada grito de aquella boca pintada de rosa era como una puñalada en su corazón moribundo. Su pasado volvía en tacones y vestido ceñido. Volvía a maltratarlo, a recordarle sus errores, a recordarle que no era un genio, que apenas sobresalía del resto de los demás, a restregarle en la cara que era un don nadie con ínfulas de artista.
La oscuridad no era suficiente, sus pies echaron a correr de forma frenética y alocada, miraba hacia atrás con la esperanza de no ver a su pasado, de no ver a nadie que lo conociera, que le hiciera preguntas incómodas, que supiera que era un fracasado. Corrió y corrió hasta quedarse casi sin aire, hasta ver pequeños puntos negros como rosas en sus ojos llorosos. Corrió hasta caer en una obra, en un gran agujero negro, socavado en la tierra por máquinas perfectas. Hacía arriba era imposible escapar, la tierra amortiguó el golpe pero pronto moriría aplastado por el peso de la tierra que comenzaba a caer desde arriba. Tenía que cavar un túnel o moriría, pensó rápidamente. Era como su sueño, cavaría y cavaría hasta encontrar la salida, hasta encontrar la total oscuridad.