Encerrado en mi tienda pienso en lo jodido que es levantar
cualquier cosa en este país absurdo. Nadie tiene ni idea de qué hacer con nosotros
y eso que siempre hacen lo que quieren pues nos dejamos. Arreglamos el país en los bares pero no
movemos un dedo por nada ni por nadie. Ni siquiera hacemos caso al camarero que
espera con infinita paciencia que se calle el que está hablando para que le
diga qué desea.
Esperamos a nuestro Nerón y que arda todo. Y así resurgir de
nuestras cenizas, aunque ya hubo cenizas, sangre y dolor, más nada hemos
aprendido pues parece que su lavado de cerebro funcionó.
Pero no voy a hablar de política.
Estoy agotado.
Estoy en el arrecife aguantando el tipo.
Buscamos incesantemente sentir algo, sentirlo de verdad. Para demostrarnos que no
estamos muertos. Que aún late algo bajo nuestro pecho. Por eso me sorprendo
cuando alguien reacciona a la par que mis palabras, cuando dos sonrisas surcan
la ola a la vez.
Pero puede que la ola pase, y en la orilla se quede ese
proyecto, ese futuro imaginado, esa maleta apenas preparada. Que el viaje sea tan lejos que ni el olvido
pueda acompañarte.
Los recuerdos pueden asesinar, pero las llamas del dolor
pueden quemarte hasta la razón. Y te aferras a tu libertad, esa que se deja vislumbrar después de pagar tus
impuestos y dar gracias por no haber muerto de un ataque al corazón. Y sales a
la calle a reír. Es gratis.
La besaste, a ella le gustó. Siempre les gusta. Me gustaría
escribir una carta a cada una de ellas, pero gasté las letras en mensajes en
botellas arrojadas al mar que me ahogaba. Naufrago soy de mares tan absurdos
como errores comete uno en su vida. Me enamoro en un segundo y al minuto quiero
volar, lejos, lejos del mar, lejos de todo. Tuve lo que pedí pero lo rechacé.
Parece que soy como esta tierra absurda nuestra, como este país de locos,
ladrones y poetas; que cuanto más nos joden más nos gusta.
Este es el último escrito del año y las tripas me aprietan
para que escriba de un recuerdo, pretérito pero latente, aunque cada vez más
lejano y extraño. No, hoy quiero escribir a lo nuevo, a esas sorpresas que te
pillan con la guardia baja aunque siempre lleves el escudo presto. Hay quien se merece ser amada, en todo su
sentido, pero algo ocurre, el resorte no se dispara y el invento hay que
detenerlo antes de que explote en tu cara. En cambio llega de la nada, entre la
niebla, camuflada tras una gran sonrisa, la locura, la sinrazón. El logaritmo que
no te deja dormir por las noches, que te desconcentra y te atonta por completo.
Aunque el lobo sigue dentro y aúlla para que no te duermas.
Ella canta a mi
oído con voz angelical, se acerca a mi cuerpo con sigilo demoníaco, me roza la
piel con deseo culpable. La verdad llega demasiado tarde, ¿pero qué importa? En
el frío solo importa el calor del fuego, que ilumina su cuerpo desnudo. Hay dos
ascuas más, fuera de la chimenea, son sus dos ojos que reflejan el yin y el
yan, y su boca que ya me ha hipnotizado, oxígeno para mi sangre.
Cada historia es distinta aunque se parezcan, cada historia late
por si sola y ella es distinta aunque suene parecida la melodía de sus cantos. En
tu pecho acostada la miras muerto de miedo, ¿no te habías puesto los tapones
para los cantos de sirena? Entonces que hace ella ahí y tú quieto mirándola… el
arrecife se acerca cuando ella habla, tu barco se adentra en las rocas. No
debiste salir la noche de tormenta.