miércoles, 30 de enero de 2013

EL ESCRITOR FELIZ



Sentado en un banco de madera a la sombra de un sauce llorón escribe tranquilo en una libreta vieja, de hojas arrancadas y gastada por el uso. Le gusta escribir a mano, a la vieja usanza y respirando aire fresco. Siempre contento pero concentrado a la hora de usar la pluma, esa que maneja como pocos. Se distrae con el ruido de unos tacones de madre con prisas pero que aun así trata con enternecedor cariño  a su hijo remolón. La escena le roba una sonrisa queriendo ahogarse en aquellos zapatos rojos. Permanece escribiendo pese a la distracción, atento a su quehacer, disfrutando con ello.
Hoy escribe sin inventarse nada, sin echar mano a su loca e inacabable imaginación; hoy escribe para sí, de sí mismo. Hoy narra los días que murieron en sus brazos, las noches a su lado, los planes que salieron bien, la alegría reflejada en sus ojos, en sus ojos almendrados, en sus ojos infinitos. Hoy se pellizca pensando que ha estado soñando, que abrirá la puerta de su casa y descubrirá una nueva realidad. Pero el calendario no engaña ni la marca blanca en su dedo. Sueña con la incertidumbre de unos ojos verdes, de un viaje al fin del mundo, de mil noches de placer, de largos tragos con las estrellas. Respira el azahar de los naranjos del parque, tan distinto del olor de la mediocridad, de las palabras huecas, de la incertidumbre del futuro, de las cloacas de arriba.
La pluma vuela en el papel como las ideas bailan en su cabeza. Estira su espalda cansada; le apetece un café doble.  Mira su bolsillo, quizás hoy se lo pueda permitir. Pese a ser un gran escritor la remuneración ha bajado, ya nadie lee, ya nadie quiere comprar libros ni cargas con hojas y hojas de papel. Lo que vende es bazofia barata y los grandes escritos mueren como la poesía en el siglo XXI, como el amor de verano al llegar el invierno.
Cierra su libreta oliendo ya ese café, paso tras paso camina feliz pese a todo;  pese a los errores, pese al adiós, pese a que nadie lea ya, pese a la sombra de las nubes. Es feliz mientras haya una persona que le lea. Alma de escritor, vida de poeta, amando las letras besas mejor que cualquiera, sonríes al pasar y ella piensa en ti. Que cojones, claro que eres feliz.

martes, 29 de enero de 2013

EL ROCKERO



El viejo rockero descuelga su Fender Stratocaster, con tantos arañazos como él arrugas en la piel, mirándola como a una antigua novia. Le duele la espalda, pero no el estómago, por lo que vuelve a llenarse de bourbon el vaso y a desparramarse en el primer taburete libre en la sala. Hay mujeres bonitas pero el rockero prefiere entregarse al licor, es más sencillo y menos cansado. Sus huesos se resienten del viaje, del ajetreo del concierto, de los altavoces, de tocar por cuatro billetes pequeños… alguien grita que toquen otro tema y él vuelve la cabeza para que no le vean, para no volver a subirse; esta noche no hay bis. En sus hombros además de tatuajes lleva la marca de un pasado sin freno, excesos y más excesos, vida sin control ni parada de descanso. Amaneciendo por sorpresa, casi de chiripa.
Odia  a esos chavales que dicen ir de roqueros con esas pintas de niños pijos, con instrumentos impolutos y ropas de marca. Ha perdido la fe, la fe en la música, la fe en las nuevas generaciones, la fe en él mismo. El hastío ha derribado su puerta, ha desafinado sus cuerdas de acero. Pero sigue tocando, sigue despellejándose las yemas de los dedos en cada acorde, dejándose las muñecas en cada riff, entregado al rock & roll.  
La noche ya no es su amante ni los aplausos su alimento, la luna hace tiempo lo dejó atrás y su cuerpo ya no es objeto de pecado, sus dedos se atrofian por momentos y ya no hace los coros. No importa, él sigue tocando, cazando notas en el aire como un mago de las seis cuerdas, escupiendo fuego cual dragón llameante.
Da igual la ciudad, pueblo o antro; da igual su estado de salud o la carta de menú del bar de turno, seguirá en la carretera, seguirá tocando, pues esta con la música casado. Al final del último tema mira al cielo, traspasando el negro techo, buscando aprobación divina. Regresa al escenario bajando la cabeza, no obtiene respuesta, debe seguir tocando.

lunes, 28 de enero de 2013

MAÑANA DE INVIERNO SOLEADA



Camina por calles de un pueblo que no es el suyo, atenta a los susurros del viento, a las sombras de las nubes en los tejados rojos, al sol reflejarse en sus paredes blancas de cal que decora las calles como si fuera nieve derretida. Huele la leña morir en el fuego del hogar, tomillo y olivo, migas y tocino. Esto es lo mejor del invierno. Un día gris que te saca la sonrisa cuando el cuerpo se calienta por fin. Un viejo trabaja el esparto en el portal de su casa, respirando rayos de sol, rememorando tiempos sin temblores. Los niños corren felices y libres, un mundo entre cerros para ellos solos, aire puro y mil historias en cada esquina estrecha; lugares secretos y trastadas varias. Ella camina observándolos y sonriendo, recordando su infancia. Habla con un bodeguero aficionado, anciano encorvado y bonachón, de mofletes colorados y sonrisa clara. Tras algún vino del país se marcha agradecida de descubrir el pequeño mundo de aquel hombre apegado a la tierra, a las parras y a la vid.
Es la hora de partir, volver a la rutina mecánica tediosa que impone la maldita normalidad. A su mundo urbano, a su trabajo y el horario que marca su vida, dueña de sí misma solo cuando finaliza el turno. Revisando viejas fotos, como si fueran tipos de vino, marcando cada momento como bueno, o malo, como dulce o amargo, como tinto o blanco. Perdida delante del abismo, no sabe si tirarse o quedarse allí quieta, respirando aquel aire limpio. Pero mira el fondo, no lo puede ver, pero algo la llama a tirarse de cabeza, quiere ver lo que guarda, si al menos hubiera una escalera… gira la cabeza para despedirse de aquel pueblecito de tejas rojas y chimeneas humeantes, de almendros blancos en flor, de olivos milenarios; aún conserva cierta personalidad que heredó de los árabes en pleno reinado triunfal.   
Su pelo adornado con flores amarillas indica el paso del viento hacia ese abismo misterioso que parece atraerla con notas de guitarra quebrada. Mira fotos que ha tomado pero falta una, falta una. Sus ojos se pierden en el azul del cielo claro de esa mañana soleada de invierno, perdida o encontrada, así se encuentra en esta encrucijada. Quizás vuelva a por vino y que éste le aclare las ideas, o quizás se marche lejos para no volver a dudar. Quizás se ha equivocado de camino, o quizás marque ella el sendero de sus pasos. Todo es extraño, como una mañana de invierno soleada.

viernes, 25 de enero de 2013

REQUIEM



Quisiera dedicar un réquiem, solemne y profundo a las charlas de amigos, a los camareros con clase, a los labios juguetones, a los sueños imposibles, a los sueños que se cumplen, a volar en tierra firme, a los que levantan la mano cuando suena su canción, a las guitarras en el aire, a las faldas cortas, a la empatía del borracho, a los encuentros sorpresa, a la voz de una madre, a la mano firme del padre, a la sabiduría del abuelo, al amor de una abuela, al viento que entra por la ventana del coche aumentando el volumen de la música, a la resaca que se marcha rápida, a un abrazo sincero, al valor de la amistad verdadera y augusta, a la tormenta de las mujeres, a la simpleza infantil de los hombres, al olor de la comida en la olla, a la cerveza fría, al brindis espontáneo, al chiste malo, al calor de la chimenea, al cine en pantalla grande, al olor de las palomitas, a esa musiquilla que se mete en tu cabeza reviviendo la escena una y otra vez, a los besos intensos, a la cintura femenina, a los orgasmos, a un buen libro, a leerlo bajo la sombra de un árbol o en la playa con el rumor de las olas, a un poema que te marca, a una caricia, al chocolate, a las sábanas que huelen a ella, a la lluvia perezosa, al pan recién hecho, a un hasta siempre.
Y deseo una muerte lenta y angustiosa a los majaderos que nos gobiernan; ratas almizcleras de tan ínfima calidad humana, a los egoístas que solo desean más y más dinero, a los hipócritas, a los malos ganadores, a los que no saben perder, a las despedidas amargas, a las camas incómodas, a los cobardes que pegan a sus parejas, a las personas insensibles, a la maldad de los hombres, al comercio de la religión, a los fanatismos, a la maldita productividad sin humanidad, a los explotadores, a las mentiras, al garrafón maldito, a la aburrida normalidad, a la telebasura, a las pelis malas que se llevan oscars, a los oscars, a los cuchicheos, a la mentalidad cerrada, a prohibir libertad, al dedo acusador, a las etiquetas, a la falsa democracia, a los malos compañeros de trabajo, a la esclavitud en la que se está convirtiendo eso que llamamos trabajo, a un hijo desagradecido, a un padre que escapó por la ventana, a esas madres sin instinto, a una mirada de desprecio, al cierre de una biblioteca, a la caída del periodismo, a una mala resaca, a la falta de querer cambiar el mundo.

miércoles, 23 de enero de 2013

UN INSTANTE



Él la mira cuando ella no dirige la vista hacia sus ojos. Él vacila a la hora de hablar, pero no puede dejar de mirarla.  El gusanillo de su estómago parce una serpiente, está muy nervioso. Ella lo nota, lista y resolutiva comienza la conversación, sus mariposas parecen aves que vayan a salir volando por su ombligo. La conversación es banal pero no quieren dejar de hablar. Él no para de cambiar su móvil de mano y ella es incapaz de dejar la correa de su bolso. Él la lleva viendo casi a diario desde que se mudó hará más de un año a su nuevo apartamento. Solo se habían cruzado un hola, unos buenos días, pero nunca en el buzón. Ella quiere invitarle a café pero le parece demasiado rápido por su parte, si él se lo pidiera… Él le dice que no sabe ni que va a comer, no es un cocinillas que digamos. Ella le invita a comer, ¿por qué no? Él entra en su hogar; después de un año un hombre entra de nuevo en su casa, piensa ella. -Cloe, te llamas Cloe, ¿verdad? –Pregunta como si dudase de ello aunque sabe perfectamente cómo se llama.
-Sí, claro, lo pone en la puerta. Y tu nombre es… -Ella también sabe cómo se llama él, Sergio. Y que lleva en el vecindario apenas un año.
-Sergio, me llamo Sergio. Bonita casa.
Juntos comen ensalada de arroz, y de postre fruta con risas que se provocan juntos. Con el café ganas de juntar su piel, de estrecharse el uno con el otro. Llevan demasiado tiempo solos, perdidos en la urbe, recién llegados que buscan amigos, que buscan cariño. Sus miradas se entrecruzan y sus labios se desean. El aroma del café fluye por el salón, sus manos están calientes por el contacto con la taza, igual que su corazón. Sergio no había estado tanto tiempo hablando con alguien que no fuera sobre su trabajo, química, que no quiere que acabe nunca la charla. Cloe quiere ahogarse en sus ojos marrones con vetas verdes, despeinarle, besarle la cara. Él esta ensimismado, pero quiere disimular, no quiere parecer presa fácil, ella tampoco. Un silencio rompe la charla y sus cabezas  levantan la vista de sus tazas, Sergio tiene prisa el trabajo, debe conducir un largo recorrido. Ella lo entiende y le pide precaución conduciendo. En la puerta se despiden dos besos, uno rozando la comisura de los labios, en apenas un segundo su tiempo se para, sus mejillas se rozan a cámara lenta y sus perfumes se entremezclan. Se acarician el brazo y sus labios casi se tocan. Él se va con buen sabor de boca y algo más en el estómago, pero se arrepiente de no haber sido más lanzado. Sergio no va a tener otra oportunidad. Cloe sueña despierta con el reencuentro, friega la taza del café pensando en él, no quiere ir a trabajar porque no está centrada, esta ilusionada. No sabe que jamás lo volverá a ver, preguntará  con ansiedad al casero,  a la semana siguiente, dónde se llevan las cosas de Sergio.