Sentado en un banco de madera a la sombra de un sauce llorón
escribe tranquilo en una libreta vieja, de hojas arrancadas y gastada por el
uso. Le gusta escribir a mano, a la vieja usanza y respirando aire fresco. Siempre
contento pero concentrado a la hora de usar la pluma, esa que maneja como
pocos. Se distrae con el ruido de unos tacones de madre con prisas pero que aun
así trata con enternecedor cariño a su
hijo remolón. La escena le roba una sonrisa queriendo ahogarse en aquellos
zapatos rojos. Permanece escribiendo pese a la distracción, atento a su
quehacer, disfrutando con ello.
Hoy escribe sin inventarse nada, sin echar mano a su loca e
inacabable imaginación; hoy escribe para sí, de sí mismo. Hoy narra los días
que murieron en sus brazos, las noches a su lado, los planes que salieron bien,
la alegría reflejada en sus ojos, en sus ojos almendrados, en sus ojos
infinitos. Hoy se pellizca pensando que ha estado soñando, que abrirá la puerta
de su casa y descubrirá una nueva realidad. Pero el calendario no engaña ni la
marca blanca en su dedo. Sueña con la incertidumbre de unos ojos verdes, de un
viaje al fin del mundo, de mil noches de placer, de largos tragos con las
estrellas. Respira el azahar de los naranjos del parque, tan distinto del olor
de la mediocridad, de las palabras huecas, de la incertidumbre del futuro, de
las cloacas de arriba.
La pluma vuela en el papel como las ideas bailan en su
cabeza. Estira su espalda cansada; le apetece un café doble. Mira su bolsillo, quizás hoy se lo pueda
permitir. Pese a ser un gran escritor la remuneración ha bajado, ya nadie lee,
ya nadie quiere comprar libros ni cargas con hojas y hojas de papel. Lo que
vende es bazofia barata y los grandes escritos mueren como la poesía en el
siglo XXI, como el amor de verano al llegar el invierno.
Cierra su libreta oliendo ya ese café, paso tras paso camina
feliz pese a todo; pese a los errores,
pese al adiós, pese a que nadie lea ya, pese a la sombra de las nubes. Es feliz
mientras haya una persona que le lea. Alma de escritor, vida de poeta, amando
las letras besas mejor que cualquiera, sonríes al pasar y ella piensa en ti. Que
cojones, claro que eres feliz.