viernes, 23 de noviembre de 2018

¿POR QUÉ?


No me gustan las personas que no tienen dudas. Ni tampoco esas personas que se aferran ciegamente a sus ideales, capaces de perder un amor o una amistad por no escuchar los razonamientos de los demás. Se pueden tener ideales y un carácter férreo sin necesidad de mostrarse obtuso a otras ideas, a las palabras diferentes de las tuyas.
No me gustan los radicalismos, aunque a veces yo peque de eso, de esa rebeldía salvaje y estéril que crece como un tornado, lo agita todo para desaparecer en una calma tan yerma como el caos que la precedió.  
 A veces, solo a veces, es necesario explotar un poco, sentirse agraviado, incomprendido, asqueado de este mundo que deja que mueran personas en el mar, en el desierto, pero idolatran a asesinos, a narcos, a genocidas. Mientras, en las redes lees barbaridades, noticias falsas y burdas, comentarios agresivos y mala baba, mezcladas con frases positivas de buen rollismo superficial.   
Pero hay algo que me molesta más aún, y es la decepción. 
La decepción de un amigo, el transfuguismo, el cambio de personalidad, la transmutación de hombre a cucaracha. Lo que más duele es ver como un gran amigo se convierte en un sirviente, en un lacayo dispuesto a vender a su propia madre. Ver a tu amigo, a los ojos y no reconocerlo; esa es sin duda una de las más amargas frutas que me ha tocado probar en esta vida.
Verlo arrastrarse, despojarse de su personalidad, gustos y hobbies.  Pasad de confidente a mero conocido de charla intrascendente, con más incomodidad que tranquilidad y paz, aquella paz que transmitían sus ojos, esa mirada que te decía: “Tranquilo Joaquín, aquí tienes a un amigo. Para lo que sea”
Mi madre me dijo hace mucho tiempo, que los amigos irían y vendrían, que al final solo quedan unos pocos, pero fieles. Pero nadie me advirtió de mutaciones, de adultos hechos y derechos que se levantan con otro cerebro, de zombis en vida carentes de pensamiento único. Nadie me advirtió de esta mierda, y esta mierda duele.
Puedes mostrarte impasible, imperturbable, duro como el hormigón, no volver la vista atrás, pues eso mismo hago yo, tras intentos fútiles de levantamiento de claridad ajena, de apertura de ojos ciegamente cerrados. Das la espalda a esa persona, del todo. No es ego, es supervivencia, es rabia; no es altivez, es estoicismo, avanzar para que no te alcance la tormenta, pues nadar con los muertos, solo te llevará a nadar entre tiburones.

Puedes mostrarte ajeno al dolor, pero sigue ahí, arañando tu alma, preguntándote cada día ¿Por qué?