miércoles, 3 de junio de 2015

LA LEYENDA DEL HOMBRE DEL ÁRBOL



Cada pueblo tiene su leyenda, o varias. El mío no era la excepción.  El cuento era tan antiguo como las calles empedradas que llevaban a la iglesia y tan negro como la sotana de un cura. De niño dejé de subirme a los árboles por miedo a encontrarme con el ser que vivía en las ramas; protagonista de la leyenda más oscura de mi pueblo, la leyenda del Hombre del árbol.

Siendo un adolescente dejé de temer al hombre árbol, no conocía a nadie de mi edad que lo hubiera visto, solo a los ancianos parlanchines cuyas batallitas tenían más agujeros que sus roídos calcetines. Pero lo cierto era que ansiaba verlo, comprobar con mis propios ojos si era cierto aquel cuento de viejas. Adentrarme en la leyenda y grabarlo a fuego en el presente. Era imposible. No cabía duda de su inverosimilitud, de su perfume a fantasía… pero había habido testigos; algunos de edades muy distintas, gente seria y poco dada a la palabrería y a la oratoria fácil. Todos habían coincidido en una cosa, una luz, extraña, cegadora e imposible. Todos los testigos de aquel fenómeno describían su sensación de terror con la piel de gallina. Algunos ni querían hablar de ello pero afirmaban que era cierto. Y había otra cosa, todos enmarcaban el camino del Olivo seco como “el lugar”. Allí ocurría todo.

Decidí conducir por aquel camino para comprobar in situ todas aquellas tonterías que incluso un libro de historias sobrenaturales recogió, llegando hasta la octava edición. Era un camino de tierra por lo que reduje la velocidad alternando las marchas cortas, sin pasar de tercera. Recordaba la leyenda tal y como me la contó mi abuelo, al que recordaba a cada metro.

“El hombre del árbol vive en las ramas, duerme en las hojas y si alguna vez toca el suelo, será para matarte”.  
Esa frase de mi infancia se grabó en mi mente como una cicatriz.

Mi abuelo contaba que si te topabas con el hombre del árbol, no hicieras tratos con él, pues hasta al demonio había engañado. Puedes pedirle lo que quieras pero tu vida será el precio. Me acordaba cómo describía a ese pérfido ser: Sus piel es del color de la madera, escuálido; su cuerpo es pellejo y huesos, sus manos largas y su boca grande, sus ojos amarillos brillan en la noche y en el día.

También había una especie de canción o verso que mi abuelo repetía:



 Una intensa luz le precede

subido a una rama se mece,

si te lo encuentras desaparece,

sólo si haces un trato permanece,

aunque por ese deseo te despelleje.



Mi sonrisa se marcaba en mi cara al acordarme de mi querido abuelo pero me la borró el estertor que produjo mi coche. Se paró en seco, allí en mitad de la nada, a 30 kilómetros del pueblo y comenzaba a atardecer. Bajé del coche  y abrí el capó, no sé para qué, nunca he tenido ni idea de mecánica. Descubrí al mirar por debajo del coche, en el chasis, que una piedra había roto algo y un líquido caía a borbotones, aceite. Golpeé con una patada la rueda delantera del coche maldiciendo mi suerte cuando una risa rompió el silencio del campo. Por un instante sentí miedo, pero mi rabia era aun mayor y grité:

-¿Quién se ríe?

Nadie contestó, solo el ruido del viento meciendo las hojas.

Intenté llamar por el móvil pero la cobertura no existía en  aquel terreno. Tocaba andar.

Miraba por todas partes, sabía que alguien estaba mirándome y los nervios se apoderaron de mí.

Aligeré el paso mirando para todas partes, en un traspiés casi caigo al suelo, escuchando  nuevamente la risa misteriosa. Continué con mi paso sin mirar atrás, con la mente puesta en el sol que se ocultaba y la leyenda de mi abuelo. Un árbol que no recordaba haber visto antes me produjo escalofríos. De repente, una luz me cegó obligándome a parar y cubrir mis ojos. Una sensación de terror invadió mi cuerpo y mi mente, sin entenderlo, sin explicación aparente, sólo sentía pánico; como si esa luz fuera la luz del miedo.

Todo pasó en breves segundos quizás centésimas pero se me antojaron eternas. 
Reinicié la marcha para luego detenerme acto seguido. Allí subido en el árbol había alguien.

Una pierna escuálida bailaba de forma sincopada colgando de una de las ramas. Dos ojos amarillos brillaban y un dedo larguísimo de su insana mano me señalaba con su podrida uña negra.

Tantos cuentos sobre él, tantas ganas de verlo, de descubrir la verdad y ahora la ignorancia me parecía exquisita. Pero ahí lo tenía, justo delante de mí.

Quise echar a correr pero me era imposible, no podía moverme, me costaba respirar, mi boca estaba seca, apenas balbuceaba; era mi fin.

El ser saltó del árbol, unos seis metros sin despeinarse. Su cuerpo, aunque era de extrema delgadez, era fuerte. Sus ojos resplandecían en aquel atardecer. Su dedo se encontraba a unos escasos centímetros de mi cara, su boca se abrió, su olor era fétido, el hedor de la muerte.

Sus ojos se cerraron para luego volver a abrirse y brillar más aun provocando que volviera a cubrir mi vista. Su boca habló:

-¿Qué deseas, qué deseas tanto para venir a buscar al hombre del árbol, al ser que vive en las ramas de la vida?

Mi mente se detuvo. Sabía que cualquier trato era firmar mi sentencia de muerte, no había nada tan valioso que quisiera cambiar… pero entonces el ser posó su huesudo dedo en mi corazón y mi corazón habló dejando mudo a mi cerebro:

-Quiero volver atrás en el tiempo para verla por última vez y decirle lo que nunca me atreví.

Sabía a quién se refería, sabía lo que sentía por esa mujer, el ser cerró mis ojos y yo no acababa de comprender lo que había sucedido. Me desvanecí en la oscuridad.

Un sueño como jamás ninguno tuve, y desperté. Recordaba todo. Un regreso a mi juventud, una declaración de amor que nunca hice antes; correspondido fui feliz, junto a ella, pero por poco tiempo, pues tuve un accidente y jamás encontraron mi cuerpo. Era una pesadilla o un dulce sueño, el caso es que estaba despierto y lo sentía real. Miré mis manos, huesudas y alargadas, ¡mi cuerpo era un esqueleto!

Miré alrededor, estaba durmiendo en un árbol, rodeado de ramas y en cada rama una vida, una vida que circulaba por el árbol como la sabia de un mundo onírico pero que era real, tan real como que mi cuerpo había muerto y ahora yo era la leyenda, la leyenda del hombre del árbol.