Cada pueblo
tiene su leyenda, o varias. El mío no era la excepción. El cuento era tan antiguo como las calles
empedradas que llevaban a la iglesia y tan negro como la sotana de un cura. De
niño dejé de subirme a los árboles por miedo a encontrarme con el ser que vivía
en las ramas; protagonista de la leyenda más oscura de mi pueblo, la leyenda
del Hombre del árbol.
Siendo un
adolescente dejé de temer al hombre árbol, no conocía a nadie de mi edad que lo
hubiera visto, solo a los ancianos parlanchines cuyas batallitas tenían más
agujeros que sus roídos calcetines. Pero lo cierto era que ansiaba verlo,
comprobar con mis propios ojos si era cierto aquel cuento de viejas. Adentrarme
en la leyenda y grabarlo a fuego en el presente. Era imposible. No cabía duda
de su inverosimilitud, de su perfume a fantasía… pero había habido testigos;
algunos de edades muy distintas, gente seria y poco dada a la palabrería y a la
oratoria fácil. Todos habían coincidido en una cosa, una luz, extraña, cegadora
e imposible. Todos los testigos de aquel fenómeno describían su sensación de
terror con la piel de gallina. Algunos ni querían hablar de ello pero afirmaban
que era cierto. Y había otra cosa, todos enmarcaban el camino del Olivo seco
como “el lugar”. Allí ocurría todo.
Decidí conducir
por aquel camino para comprobar in situ todas aquellas tonterías que incluso un
libro de historias sobrenaturales recogió, llegando hasta la octava edición.
Era un camino de tierra por lo que reduje la velocidad alternando las marchas
cortas, sin pasar de tercera. Recordaba la leyenda tal y como me la contó mi
abuelo, al que recordaba a cada metro.
“El hombre del
árbol vive en las ramas, duerme en las hojas y si alguna vez toca el suelo,
será para matarte”.
Esa frase de mi
infancia se grabó en mi mente como una cicatriz.
Mi abuelo
contaba que si te topabas con el hombre del árbol, no hicieras tratos con él,
pues hasta al demonio había engañado. Puedes pedirle lo que quieras pero tu
vida será el precio. Me acordaba cómo describía a ese pérfido ser: Sus piel es
del color de la madera, escuálido; su cuerpo es pellejo y huesos, sus manos
largas y su boca grande, sus ojos amarillos brillan en la noche y en el día.
También había
una especie de canción o verso que mi abuelo repetía:
Una intensa luz le precede
subido a una
rama se mece,
si te lo
encuentras desaparece,
sólo si haces un
trato permanece,
aunque por ese
deseo te despelleje.
Mi sonrisa se
marcaba en mi cara al acordarme de mi querido abuelo pero me la borró el
estertor que produjo mi coche. Se paró en seco, allí en mitad de la nada, a 30
kilómetros del pueblo y comenzaba a atardecer. Bajé del coche y abrí el capó, no sé para qué, nunca he
tenido ni idea de mecánica. Descubrí al mirar por debajo del coche, en el
chasis, que una piedra había roto algo y un líquido caía a borbotones, aceite.
Golpeé con una patada la rueda delantera del coche maldiciendo mi suerte cuando
una risa rompió el silencio del campo. Por un instante sentí miedo, pero mi
rabia era aun mayor y grité:
-¿Quién se ríe?
Nadie contestó,
solo el ruido del viento meciendo las hojas.
Intenté llamar
por el móvil pero la cobertura no existía en
aquel terreno. Tocaba andar.
Miraba por todas
partes, sabía que alguien estaba mirándome y los nervios se apoderaron de mí.
Aligeré el paso
mirando para todas partes, en un traspiés casi caigo al suelo, escuchando nuevamente la risa misteriosa. Continué con
mi paso sin mirar atrás, con la mente puesta en el sol que se ocultaba y la
leyenda de mi abuelo. Un árbol que no recordaba haber visto antes me produjo
escalofríos. De repente, una luz me cegó obligándome a parar y cubrir mis ojos.
Una sensación de terror invadió mi cuerpo y mi mente, sin entenderlo, sin
explicación aparente, sólo sentía pánico; como si esa luz fuera la luz del
miedo.
Todo pasó en
breves segundos quizás centésimas pero se me antojaron eternas.
Reinicié la
marcha para luego detenerme acto seguido. Allí subido en el árbol había
alguien.
Una pierna
escuálida bailaba de forma sincopada colgando de una de las ramas. Dos ojos
amarillos brillaban y un dedo larguísimo de su insana mano me señalaba con su
podrida uña negra.
Tantos cuentos
sobre él, tantas ganas de verlo, de descubrir la verdad y ahora la ignorancia
me parecía exquisita. Pero ahí lo tenía, justo delante de mí.
Quise echar a
correr pero me era imposible, no podía moverme, me costaba respirar, mi boca
estaba seca, apenas balbuceaba; era mi fin.
El ser saltó del
árbol, unos seis metros sin despeinarse. Su cuerpo, aunque era de extrema
delgadez, era fuerte. Sus ojos resplandecían en aquel atardecer. Su dedo se
encontraba a unos escasos centímetros de mi cara, su boca se abrió, su olor era
fétido, el hedor de la muerte.
Sus ojos se
cerraron para luego volver a abrirse y brillar más aun provocando que volviera
a cubrir mi vista. Su boca habló:
-¿Qué deseas,
qué deseas tanto para venir a buscar al hombre del árbol, al ser que vive en
las ramas de la vida?
Mi mente se
detuvo. Sabía que cualquier trato era firmar mi sentencia de muerte, no había
nada tan valioso que quisiera cambiar… pero entonces el ser posó su huesudo
dedo en mi corazón y mi corazón habló dejando mudo a mi cerebro:
-Quiero volver
atrás en el tiempo para verla por última vez y decirle lo que nunca me atreví.
Sabía a quién se
refería, sabía lo que sentía por esa mujer, el ser cerró mis ojos y yo no
acababa de comprender lo que había sucedido. Me desvanecí en la oscuridad.
Un sueño como
jamás ninguno tuve, y desperté. Recordaba todo. Un regreso a mi juventud, una
declaración de amor que nunca hice antes; correspondido fui feliz, junto a
ella, pero por poco tiempo, pues tuve un accidente y jamás encontraron mi
cuerpo. Era una pesadilla o un dulce sueño, el caso es que estaba despierto y
lo sentía real. Miré mis manos, huesudas y alargadas, ¡mi cuerpo era un
esqueleto!
Miré alrededor,
estaba durmiendo en un árbol, rodeado de ramas y en cada rama una vida, una vida
que circulaba por el árbol como la sabia de un mundo onírico pero que era real,
tan real como que mi cuerpo había muerto y ahora yo era la leyenda, la leyenda
del hombre del árbol.