miércoles, 9 de julio de 2014

DE GRANDE A GRANDE



Murió el más grande de los grandes. Sí, hablo de Don Alfredo Di Estéfano, no voy a hablar de fútbol, no. De lo que voy a hablar es de la vida misma y de como un suceso, en apariencia lejano a mi vida cotidiana, me inunda de recuerdos sobre mi infancia y me transporta a ese mágico momento en el que tu abuelo te explicaba una de sus pasiones.
Se le llenaba la boca cuando hablaba de la “saeta rubia”, no le maravillaba el fútbol hasta que lo vio jugar a él. Mi abuelo nunca fue un fanático, ni siquiera un seguidor que viaja a ver algún partido de su equipo, apenas pudo jugar al balón pues desde su más tierna niñez le obligaron a trabajar, además de sufrir una terrible postguerra y las consecuencias de tener un padre de izquierdas. Pero sabía de fútbol, él me regaló mis primeras lecciones y me enseñó  historia balompédica.
Mi abuelo, como ya he contado en otras ocasiones, se marchó a trabajar a Orán, siendo provincia de Francia, y allí vio un amistoso del Real Madrid. En ese momento, cuando Di Estefano corría por el campo, “dando la sensación de que el Madrid jugara con 14 jugadores”, la pasión por el fútbol aumentó sobremanera en las venas de mi querido abuelo. “Aquel jugador tenía magia, fuerza, era el mejor de los mejores”, decía.
Mi abuelo era una enciclopedia futbolística, sobretodo del Real Madrid. No soportaba cuando decían que era el equipo de Franco, semejante tontería no la soportaba interpelando y exigiendo no mezclar las churras con las merinas. Vió todas las finales de la Copa de Europa, pero la que mejor recuerdo tiene es contra el Estade Reims, trabajando en un restaurante en Orán y celebrando los goles ante las miradas frías de los franceses.
Casi todo lo que sé de fútbol me lo enseñó él, a practicarlo mejor mi padre, que jugó en el mármol Macael de interior derecho, a lo Míchel, otro ídolo de la infancia mío, y de mi padre también. Pero en cuanto a alineaciones, historia, jugadores, noticias, copas y recopas se refiere, el sabio era mi abuelo. No soportaba que perdiera su equipo y cuando lo hacía siempre recordaba la racha de victorias en liga del equipo de Alfredo Di Estefano. O alguna jugada de ensueño, una remontada imposible, la épica que comenzó a hacer grande al Real Madrid.
Siempre que veo un partido importante de los merengues me acuerdo de él renegando por alguna pérdida de balón, o dándome dinero para comprar la revista futbolera de turno o cromos de la liga. Los mundiales le encantaban. Qué pena que no pudiera ver las dos Eurocopas y el mundial de “la roja”, expresión que le gustaba.
Mi abuelo vivió las nueve copas de Europa, por eso la décima se la dediqué en silencio, brindando mi cerveza al cielo cuando salí a la terraza y el árbitro pitó el final del partido con la pena de los atléticos y el deseo de que ojalá la ganen pronto. También me angustia que no viera el ascenso de la U.D. Almería y a su nieto trabajar en el campo grabando una de las mejores noticias que han ocurrido en nuestra ciudad. En la primera visita del Real Madrid al estadio de los Juegos Mediterráneos me llevé, como no podía ser de otra manera, a mi padre, pero incluso él se acordó de mi abuelo, siendo su suegro y no su padre, porque de la historia de aquella camiseta blanca que saltaba a “nuestro” césped nadie en mi casa sabía más que Juan Lola. Por cierto, celebré cada gol del Almería que ganó 2-0 jugando de maravilla. Mi padre sufrió algo más pues era la primera vez que veía al Madrid, y encima se lesionó Van Nistelrooy. Pero sobretodo me acordé de ellos cuando estuve en el partido del Bernabéu. La casa blanca, donde me hubiera encantado ver un partido de Champions con mi padre y mi sabio abuelo, al que también le gustaba como jugaba Amavisca, jugador con el que pude conversar en el decanso.
Cada gol blanco, cada cromo que guardo en mi caja vieja o en los álbumes refugiados en mi pueblo, cada camiseta del Madrid que descansa en mi armario, me recuerdan a su sapiencia futbolística. Se acordaba siempre de la fechas y horas de los partidos, en aquella época romántica de los domingos de radio y locuras de goles, tardes de partidos y resultados a la par, no como ahora que debido a los cambios de calendario obligados por el monstruo de la televisión de pago, la federación inútil de fútbol, y los gobiernos egoístas, hay fútbol los lunes, los viernes, sábados y domingos, algunos con horarios imposibles de seguir, en un amalgama de fechas y horas tan absurdo que he perdido casi el interés en seguir la liga española.
El 7 de Julio de 2014 nos dejaba una leyenda del fútbol, el mejor de los mejores, aquel que revolucionó el balompié, el jugador del que más hablaba mi abuelo. Con su muerte se encendieron la ascuas del recuerdo de las tardes de fútbol, cuando jugaba la quinta del Buitre,  cuando sufríamos con la selección, indignados y furiosos ante el codazo de Tassotti, ilusionados con un jugador que se convertiría en el mejor 7 del Madrid (con permiso de Juanito y Butragueño) llamado Raúl, alucinando con la séptima, con el pase de tacón de Redondo ante el Manchester, el 5-0 al Barça con un Laudrup de blanco que destilaba magia con cada pase, con Fernando Hierro todo era más fácil, la comparación de Zamorano con Santillana y su portentoso salto, el debut de Casillas, con mi edad y el descanso del gran Paco Buyo; no entendimos la destitución de Vicente del Bosque, nos volvimos locos con la volea de Zidane y sufrimos con entrenadores que no sabían a qué jugaban.
Hasta la muerte del genio, con 88 años, no me había dado cuenta de lo ligados que estaban todos esos recuerdos futboleros a mi abuelo, también a mi padre, al que llamo cuando veo una gran victoria del Madrid y no he visto el partido con él, algo que debo de hacer más a menudo. Te lo prometo viejo. Descansa en paz Alfredo, te quiero abuelo.