EL VIAJERO
CAPÍTULO 5 CON LOS GATOS
1
Por quinta vez buscó en su bolsillo su móvil. Ahora
maldecía habérselo dejado en el hostal. La cobertura era malísima en el pueblo
y pensó que para qué cogerlo. Ahora se maldecía por tal decisión. Caminaba con
sigilo, y muerto de miedo. Todo el pueblo, sin excepción, estaba buscándole. No
lo entregarían a la policía, no harían un juicio, ni siquiera le preguntarían
antes de matarlo; solo querían venganza.
La idea de descubrir realmente quien la mató le
seducía, descubrir al asesino de Ángeles, hacer justicia y demostrarles a esos
paletos lo equivocados que estaban. Pero ese plan era suicida, una utopía. Mas
una idea no paraba de golpearle en la cabeza. “La Tizná”; venía de la casa del
alcalde, era evidente que allí pasó algo. Quizás el hombre extraño del bigote
estaba ayudando a Jacinto. Trataron de ponerme nervioso, que pareciera que yo
ocultase algo. Seguro que a esa pobre chiquilla la forzaron y luego la mataron.
Pero aquella idea tampoco tenía sentido, ¿por qué lo hicieron? El viajero no
tenía respuesta para esa pregunta. Ensimismado en sus hipótesis no se percató
de un sonido que se acercaba. Era el roce de un cartón con el viento, como las
cartas de póker que robaba a su padre para ponerlas en la rueda de la bici y
hacer más ruido con la velocidad. JM se puso nervioso pues el sonido se
acercaba muy rápidamente. Se escondió debajo de un coche, con la azada
fuertemente agarrada. No se fiaba de nadie, ni siquiera de los críos.
Cuatro niños derraparon justo a la misma altura del
coche.
- ¿Seguro que has visto algo?
-Sí, seguro. He visto la sombra, estaba escondido por
aquí.
JM ni se imaginaba cómo podrían haberlo visto. Debía
de tener más cautela, las sombras comenzaban a alargarse con el ocaso y esta
gente no era de ciudad. Sabían si una sombra se escondía o era solo eso, una
sombra.
-Si lo encontramos nosotros antes que los mayores
seremos héroes.
- ¿Y si nos mata?
-Cobarde, vamos armados. Llevo la escopeta de mi
padre.
-Queréis callaros. Podría estar escondido por aquí.
Idiotas.
JM sabía que lo encontrarían. Los niños tienen imaginación,
juegan al escondite, y esconderse debajo de un coche en la calle es como
esconderse debajo de la cama en una casa. Quería moverse, pero cualquier roce
con el suelo lo escucharían. Todos los críos quedaron en silencio, cada segundo
se hacía eterno, JM pensaba que lo habían visto, pero él solo veía los pies
caminando hacia los coches. Uno de ellos arrastraba un pico de obra. Comenzaron
a reír de repente, uno de ellos sacó unos petardos que encendieron y tiraron
debajo de los coches. Dos de ellos fueron a parar justo al coche donde se
escondía José María. Gracias al abrigo no sufrió quemaduras, pero los oídos le
pitaban y tuvo que morderse el brazo para aguantar el susto y el dolor. De
nuevo silencio, unos ladridos llamaron la atención de los críos. Era un pastor
alemán enorme, precioso y fatal pues JM pensó que era el peor animal que podría
entrar en escena. Eran listos y fieles. Y nunca abandonaban en su empeño. Trató
de salir de debajo del coche ahora que los ladridos ahogaban el ruido de sus
movimientos. Apoyado en la rueda del coche se dio cuenta que no tenía freno de
mano. Observaba a unos gatos que saltaban a una higuera y de ésta a un tejado,
estaban asustados por el perro. Entonces se le iluminó la mente al viajero. Él
haría lo mismo que los gatos, ascendería a los tejados y desde allí podría
observar donde se encontraba la turba de locos paletos. Los ladridos del perro
se acercaban, tenía que huir, aunque no sabía cómo hacerlo de un pastor alemán.
De pronto el can se encontraba mordiendo la parte baja de su abrigo, los niños
desde el otro lado jaleaban al perro. El pastor alemán gruñía y José María no
tenía tiempo para remilgos, le asestó un duro golpe con la azada en la pata, el
can aulló de dolor, a JM no le gustó golpear al animal, pero su vida estaba en
juego. Se revolvió de frente hacía los críos, sabedor de que portaban un arma,
se abalanzó arrojando la escopeta fuera de su alcance, pero el chico del pico
le golpeó con fuerza en la espalda, casi sin aire contratacó golpeando las
pequeñas manos que sujetaban el pico, el niño gritó llorando y los demás
corrieron a por ayuda. JM no sintió lastima ninguna. Era el fastidioso crío
rubio de la bicicleta.
Empujó el coche hacia la higuera, desde el techo del
coche saltó al árbol y de allí al tejado. Debía de volar por las tejas si no
quería que lo encontraran. El chico que por la mañana le atropelló con la bici
le gritaba desde abajo que iban a matarlo. JM se acordó de la película de Chicho
Ibáñez, “¿Quién puede matar a un niño?” solo que en este pueblo TODOS querían
matarlo, hijos y padres, abuelos, abuelas y hasta los perros. El miedo se
aferró a sus tripas, debía huir, olvidando las punzadas de dolor de la espalda,
el rasguño de su frente, que volvía a gotear sangre, los balines de su hombro y
pierna derecha, el pitido de su oído por la explosión del petardo, la ansiedad.
Pero lo peor era la sed, tenía mucha sed, y el agua no le saciaria.
Caminar por los tejados de los pueblos de castilla, es
relativamente fácil, las casas suelen estar muy juntas, algunas incluso pared
con pared, tienen soleras, y muros estrechos por los que se puede caminar de un
tejado a otro. Y la noche lo camuflaba. Pocas luces en las calles y el sol
oculto. Una sombra más.
Sabían que estaba por los tejados, debido a esos
malditos críos, pero debía ascender para ver el camino que le pudiera llevar al
taller. En una de las casas más altas se encaramó por una vid hasta un
ventanuco donde miraban la luna, que ya brillaba reinante en el cielo, un
montón de gatos callejeros. Acurrucado con los gatos, decidió descansar allí. Junto
con los felinos, famélicos y desconfiados se sintió ridículo. Lo atraparían, lo
matarían, pero antes seguro que lo maltratarían, lo vejarían… no quería
imaginar esa escena. Desde donde estaba podía ver la dirección exacta del
camino que llegaba al taller. Podría bordear el pueblo por la derecha, dónde
había menos casas y cortijos. Y seguir la dirección de la carretera campo a
través para no ser visto por ningún coche. Pero… ¿y si era eso lo que esperaban
que hiciera? Tenía dudas de su plan, lo único cierto es que no podría
permanecer escondido mucho tiempo. Podría robar algún coche del pueblo y salir pitando,
pero nunca había robado un coche. Hoy en día ni en los pueblos dejan ya los
coches abiertos, y mucho menos con las llaves puestas o escondidas en la
guantera. No podía jugarse su suerte a esa carta. Debía llegar al taller, coger
todas las llaves y salir pitando con el primer coche que arrancase. O llamar a
la policía desde allí. O llamar y salir pitando con el coche. También estaba la
opción del hostal. Pero confiar en una mujer, en una mujer bella y que además
le gustaba mucho… no era buena idea. Nunca en su vida fue buena idea. No
olvidaba la mirada de desconcierto de Claudia, la incertidumbre en sus palabras.
En resumidas cuentas, él era un completo desconocido, pero sentía que habían
conectado, que podía confiar en ella. Pero esa es la trampa del amor. Y JM
sabía mucho de ello. Portaba cicatrices íntimas, interiores, dolorosas,
invisibles a la vista, mas no al espíritu. Con lo bien que se encontraba
últimamente. Con lo bien que iba ahora todo. Y si Claudia, que el destino lo
había llevado hacia ella, ¿era una prueba más? Y si debía confiar en ella y
demostrarle su inocencia. O a lo mejor moría delante de ella como prueba de que
no se puede confiar en ese sentimiento que le produce recordar con anhelo aquellos
ojos verdes. Pero y si…
Mientras dudaba, los gatos salieron de repente
corriendo tejado abajo. El ventanuco se estaba abriendo, el viajero estaba a la
derecha de la hoja que se abría, un cañón de escopeta asomó, como una víbora se
mecía para izquierda y derecha, se asomó un poco más, pudiendo ver JM la mano
que lo empuñaba. Era una mano curtida por el sol, arrugada pero fuerte. Los
nudillos estaban blancos, apretaba el hierro con fuerza, con rabia. Pegado a la
pared como una lagartija, JM aguantó la respiración y permaneció inmóvil,
cualquier ruido alertaría a aquel tipo que, suponía, buscaba al viajero para
pegarle un tiro. No sabía cuánto tiempo permanecería allí, de pie, uncido a la
pared, rezando para que no saliera al tejado aquel hombre armado. JM pensó en
abalanzarse sobre el arma, arrebatársela y tener algo mejor con lo que
defenderse, pero no sabía si habría alguien más en la habitación, también
estaba la posibilidad de una caída desde una altura considerable. Entonces el
cañón se detuvo en su terrorífico vaivén. Levantó el arma, JM se percató
demasiado tarde del por qué. Se había dejado la azada justo debajo de la
ventana. El viajero se lamentó por un error tan infantil. El brazo libre agarró
la azada, casi se podía ver la cara del hombre. Sin pensarlo pateó la hoja golpeando el brazo
y la cabeza del hombre, casi anciano, pero fuerte. La azada resbaló tejado
abajo y JM se sintió desprotegido, se abalanzó para robarle la escopeta, pero
las tejas dificultaban sus movimientos. Forcejearon durante un tiempo que al
viajero le parecieron horas. Cuando sentía que iba a caer de espaldas, pateó la
cara del anciano para que no pudiera disparar. Caía JM tejado abajo, el anciano
con un ojo cerrado y la boca sangrando, apuntaba rápidamente al viajero, éste
detuvo la caída al golpearse con un alero, rápidamente arrojó una teja al
ventanuco para evitar el disparo del viejo. La teja voló en mil pedazos ante el
disparo del anciano, la explosión hizo caer a JM, se golpeó contra la canaleta
de agua y se precipitó al vacío. Por suerte, apenas 2 metros más abajo había
otra casa. Como los gatos, JM cayó de rodillas, pudo ver que se encontraba
sobre un techo de uralita, tragó saliva y decidió moverse muy lentamente. La
uralita es muy débil. Apenas había movido la rodilla unos centímetros, la
uralita crujió. JM trató de moverse lentamente, pero cuando su brazo accedía ya
al duro suelo de la solana la uralita quebró, engullendo a JM. Las casas de los
pueblos de sierra suelen tener techos altos. Esta no era una excepción. El
viajero aterrizó sobre una mesa llena de pañitos. Una anciana lo miraba con una mano en el
pecho, su expresión mostraba sorpresa sin duda, pero también mucho miedo.
Cojeando José María decidió usar ese miedo y dirigirse hacia la anciana.
- ¡Un coche, deme las llaves de un coche!
-No… noo-La anciana no podía hablar, estaba
aterrorizada.
- ¡No qué! –JM estaba furioso, sabía que era una buena
oportunidad para escapar.
-No tengo coche.
-Ya sé que usted no tiene. -Dijo JM vehemente-.
Alguien de su familia, un hijo, yerno, nieto…
-No… espere… -La anciana se dio la vuelta, detrás de
ella había una cómoda.
- ¿Qué busca abuela?
-Creo que están aquí las llaves del todoterreno de mi
marido. –JM no podía creer su suerte.
- ¿Dónde está aparcado?
-Justo en la puerta. Espera un momento, no me hagas
daño.
-Dese prisa o la mato. –JM buscaba un arma en aquella
casa. No sabía si habría más gente. Miró un cuchillo que estaba en el suelo,
era grande. Lo recogió.
-Vamos, no tengo todo el día.
-Estaban por aquí…
JM comenzaba a ponerse nervioso, podía ser un ardite
para ganar tiempo.
- ¡Señora le doy tres segundos o le corto el cuello
aquí mismo! –JM no se reconocía.
La abuela seguía buscando en los cajones.
-Uno…
-Un momento, por favor.
-Dos…
-Creo que son estas… ay no…
- ¡Sáquelas ya o le corto el cuello!
Una puerta se abrió al fondo del pasillo que se
encontraba a la izquierda.
- ¡Tú no le vas a cortar el cuello a nadie hijo de
puta forastero! –La anciana se había dado la vuelta rabiosa, portaba una navaja
de grandes dimensiones. Parecía más de adorno, JM no deseaba comprobarlo.
- ¡Está aquí! -Gritó la vieja llena de una repentina jovialidad.