De vuelta por sus calles, plazoletas donde tanto tiempo
jugué, por sus aceras olvidadas, por sus edificios hoy ya antiguos, otrora
modernos. Miro de nuevo a los vecinos, viejas caras conocidas y una nueva
sensación de reencuentro conmigo mismo, con una nueva vida, y quizás con un
nuevo yo. Cicatrices en el alma, barba y una veintena de años más encima, pero
sigo siendo ese niño que soñaba con otro mundo mejor, que volaba entre tebeos y
soñaba despierto, romántico dubitativo que teme romper las hojas por donde
camina descalzo. Despeinado por el viento abro mi tienda como todas las
mañanas, respiro el aire del parque y preparo el tajo. Enciendo las máquinas,
conecto a la Creedence, dejo el café al lado del ordenador y me siento en mi
trono de hierro, solo ante el peligro.
Vuelvo a l lugar que
me vio crecer, quizás sea una señal, ecos de balonazos, peleas de niños, risas
y las primeras salidas; un beso robado en un portal, aquellos ojos de gata, la
voz llamándome de mi abuelo desde el balcón donde crecí hasta los 18. Mujeres con
carritos, niños que hoy son padres, padres que hoy son abuelos, naufrago en la
nostalgia del tiempo que se fue pensando que nadie acierta de niño con su futuro. Mis ninfas
se exiliaron para siempre, algunas con el corazón roto, el mío es un ascua que
se enciende y se apaga.
“Los sueños son para los que no tienen que preocuparse de
ganarse el pan”, escuché no sé donde. Ahora entiendo la frase como si fuese mía
y escribo desde mi cárcel ilusionado por seguir en la lucha pero triste por ver
las bajas. Muy triste. Aún sigo soñando.
Llueve, algo casi insólito en Almería, y me recuerdan a sus lágrimas. En ocasiones
querría gritar, llorar y respirar, pero la conmoción está por dentro, una implosión
que va erosionando, ahondando, socavando, como una alimaña insaciable a quien
atrajo el estruendo de los golpes del alma. ¿Quién puede parar la lluvia? Como dice
la canción, ¿Quién? Por eso sigo sobreviviendo, tratando de ser mejor cada
día, por eso quizás he vuelto a mi viejo barrio. Para qué amargarse tratando de
responder a preguntas sin respuesta, para qué dejar al corazón si te
traicionará a ti mismo. Solo el tiempo tiene la respuesta a las incógnitas más
indescifrables.
Cierro la persiana, saludo a la pescadera, a los vecinos con
sus perros con problemas de orina, doy media vuelta y observo de nuevo mi
negocio. Me visitan los espíritus de las dudas y de los sueños, quimeras que arañan
por dentro, efluvios de espejismos y orgullo visceral.
Mañana vuelvo a mi barrio, pero con maletas y dispuesto a nadar
hasta buen puerto.