jueves, 7 de noviembre de 2013

REMAKE



                                              
Estaba completamente desnuda, con sus manos atadas por unas esposas adornadas con pelito rosa (el numerito ya se lo habían hecho antes, y bastante mejor) y tenía la verga del Casanova de turno entre sus pechos. Un hombre joven y atractivo con ínfulas de gran amante, con buena percha y bien dotado pero nefasto en los juegos amatorios. Ni siquiera diez minutos de caricias previas, de suaves cosquillas  por todo el cuerpo que tanto le gustaban a ella, ni siquiera unos besos por sus muslos, o el cuello, las orejas, nada. Simplemente un beso en la boca (con restos de babas) para luego bajar rápidamente a sus pezones (menos mal que este por lo menos no los succionaba como si fuera un bebé en busca de alimento) y después, de carrerilla, hasta el monte de venus, y en un suspiro ya estaba entre los muslos creyéndose el mejor en lo que hacía; nada más lejos de la verdad. Daba lametones a su clítoris con la fuerza suficiente para hacer desaparecer su libido y casi borrarlo de su cuerpo. Cada amante era igual que el anterior, creyéndose de primera, y sin embargo, lo único que demostraban era que todo lo intentaban parecía sacado de una película porno barata.

El Casanova seguía intentándolo, cuando introdujo su dedo índice en el recto a ella no le desagradó, lo hizo despacio y en el momento preciso, pero otra cosa fue en su vagina. Como si aquello fuera un billar su dedo se introdujo de sopetón para luego salir y entrar, salir y entrar hasta provocar una herida en la pared vaginal.

-Es suficiente, déjalo. Hoy no es mi día.

-¿Me vas a dejar así? –El Casanova enmarcaba su gran pene erecto con las manos. Seguro que quería una mamada o una buena paja con las tetas, eso seguro.

-Pues chico, si insistes… -Ella se desató las manos y agarró el miembro de la misma forma que él introdujo su falange, rápidamente y sin cuidado. Ella notó un gesto de sorpresa en él pero siguió friccionando cada vez más fuerte hasta que su dueño le pidió que por favor parara.

–¡Me estás haciendo daño, inútil!

-¿Ah sí? –Pues ya somos dos, torpe.

Ella se vistió y sin despedirse se alejó de la casa del enésimo amante aburrido y egoísta. Otro aspirante a actor porno frustrado.  

Ya en su coche se detuvo en un semáforo, a la izquierda un cartel anunciaba la nueva versión de Carrie, el film de Brian De Palma basado en la gran novela de Stephen King. Ella odiaba los remakes ¿Por qué realizar una película exactamente igual a otra? El film de De Palma era insuperable y aguantaba el paso del tiempo perfectamente. La imaginación se estaba perdiendo en la era de internet, pensaba ella; era la época de los malditos remakes, de copiar constantemente el pasado, clonar productos que ya funcionaron antes. No solo en cine, la música nueva apenas existía y todo son versiones, grupos de versiones, todo actualizaciones de otras épocas más creativas, modas retro y locales con ambiente vintage. La cartelera daba pena y hacía años que no compraba un disco de algún grupo nuevo; pues sus ligues eran igual, sin imaginación. Y ya puestos a copiar, por qué no eran iguales al único hombre al que había querido. Él sí sabía satisfacer a una mujer, temblaba al recordar como la desnudaba en la cocina, como en ocasiones, cuando ella estaba muy mojada y excitada, él le decía obscenidades al oído, como devoraba todo su cuerpo sin dejarse nada, como lamía sus muslos, su cuello, las orejas, los pies, como mordía sus nalgas, como erizaba sus pezones, como la penetraba justo en el momento que ella ansiaba que introdujera todo su ser dentro de ella. Pero sobretodo recordaba sus besos, en pleno éxtasis y seguía besándola. 
Allí estaba ella, sola en el coche con la piel de gallina y la respiración de su pecho que agitaba su sujetador que tan fácilmente le quitaba aquel hombre siempre con ganas de hacer el amor. Todo eso era ya pasado y su deseo naufragaba en masturbaciones que lo llamaban a gritos. Jamás lo volvió a ver, y quizás su ego la privó de una reconciliación que anhelaba, aunque bien era cierto que solo en la cama se llevaban bien, en lo demás eran dos mundos tan distintos como la noche y el día, el fuego de sus pasiones era el que alimentaba aquella relación. Ella buscaba el remake que cambiara ese final. Tenerlo todo, o por lo menos una buena noche de sexo, despertarse en la mañana bajo los efluvios y perfumes de una noche de pasión, de orgasmos y jadeos, de sentirse deseada y excitada con cada beso. Aquel remake sí le gustaría.

lunes, 28 de octubre de 2013

LA GENERACIÓN ROMÁNTICA


En una ocasión, hablando con un amigo de mi misma edad, llegamos a la conclusión de que nuestra generación es una generación especial, hablo de la generación de cualquiera nacido entre 1977 y 1983. Todos y cada uno de los nacidos en esos años, yo por lo menos hablo del mio, 1981, somos unos freakies que no paramos de alucinar con los recuerdos de los años ochenta, con nuestra feliz infancia.  Nos quedamos en el primer beso incapaces de avanzar en un mundo que es mucho más peligroso y traicionero que el malo de los Inmortales. Pensamos, en nuestra eterna inocencia, que el amor sería como en Dirty Dancing o 16 velas, que nuestra chica bailaría como la de Flashdance (quizás por eso me enamoré de una bailarina) o queríamos que fuera tan dulce como Jennifer Conelly en “Dentro del laberinto”. Íbamos a la playa soñando con descubrir nuestra sirena, sentirnos como Tom Hanks en 1, 2, 3 Splash. En el fondo de nuestro corazón deseábamos que unos goblins robaran a nuestro hermano para ir a salvarlo del laberinto y conocer a David Bowie. Queríamos vivir mil aventuras interminables, espachurrar Gremlins, ir en bici voladoras, hablar con ET, viajar  a través del tiempo ya sea en un Delorean o en una cabina de teléfonos para aprobar historia. Eso sí, las aventuras siempre con nuestros amigos, ese grupo de amiguetes con gustos parecidos pero totalmente distintos y heterogéneos en cuanto a carácter y formas de vestir, hablar, ser y pensar (no como los niños de ahora, que son todo clones unos de otros, sin personalidad, tratando de NO ser distintos al resto de la sociedad), pandillas de chavales unidos como Los Goonies, realistas como los chicos de “Stand by me” (Quédate conmigo). No había móviles ni maldita la necesidad de ellos. Siempre había un punto de reunión y la palabra dada era tomada como un pacto de sangre. Claro que teníamos problemas, y peleas, pero nada que un par de morrillazos y luego unas “paces” no solucionara. No había terapias, ni psicólogos, ni le echaban la culpa a la televisión. Un profesor te castigaba y al enterarse tus padres te caía otro castigo, sin más ruido ni artificios ni discusiones, así aprendimos a respetar a nuestros mayores y que su palabra está por encima y tu tan solo eres un crio que tienes que aprender, aprender y disfrutar también de la infancia. El aroma de los lápices nuevos y la plastilina me convierten en un crío de diez años con parches de Spiderman (el de los cómics, no el de la peli) y mi balón de fútbol de Campeones.  

No nos estresábamos con miles de clases extras, tratando de ser alguien mayor de lo que éramos. En los recreativos te hacías fuerte, te robaban una vez pero no dos, desde allí mirabas a las chicas y soñabas con llevarlas en tu coche, un deportivo negro igual que el coche fantástico, por supuesto. Mirabas el cielo esperando ver algún platillo volante y por las noches temías las pesadillas de un tal Freddy Cruger, que en fondo te hacia reír el muy cabronazo. Por la mañana comprabas foskitos o el bollycao, esperando que te tocase Butragueño o Mazinger Z. Cambiabas cromos con los compañeros de clase o jugabas a las chapas, las canicas o los trompos y a veces, solo a veces, a la comba o al elástico con las niñas, y no pasaba nada. Porque eran los tiempos modernos, España estaba cambiando, pero no, no cambió tanto. Luego crecimos, y no nos identificábamos con nuestro padre, ni con nuestro abuelo. Nosotros éramos más sensibles, entre amigos hablamos de nuestras cosas íntimas y mostramos nuestros sentimientos sin vergüenza, entendemos mejor a las mujeres, bueno no, eso nunca. Pero en cierta manera sí, aunque actualmente no sepamos mantener una relación estable con ellas. Dicen que somos críos y puede ser cierto, pero porque hemos abierto los ojos y descubierto que el mundo tiene dientes, que no siempre hay finales felices, y que la vida puede ser muy injusta. Siempre nos dijeron que siendo buenos la vida nos trataría bien, que mentira más grande. Somos la generación eternamente enamorada, eternamente dolida, eternamente mejorando nuestros conocimientos, eternamente buscando nuestro futuro.        La gran mentira: estudia y todo irá bien, ¿bien? Tenemos que viajar al extranjero para trabajar de friegaplatos, aquí los sueldos cada vez más bajos, el trabajo más precario, los amigos más perdidos y ella desparecida entre fantasmas de algodón de azúcar. Todo es una mierda. Por eso no es de extrañar que viajemos en el tiempo rememorando películas, juguetes, personajes, libros e historias que nos recuerdan cuando fuimos realmente felices. Por eso las modas siempre vuelven, por eso ebay no para de vender frikadas, por eso somos unos putos niños que pierden los papeles cuando suena un tema de Top Gun o la música de Detective en Hollywood, por eso nos mola el cine más que el fútbol, por eso preferimos comprar una figura de Alien a unas cortinas para el baño o un reloj de marca. Por eso cuando amamos, lo hacemos de verdad, no por interés o porque “toca” echarse novia. Somos unos románticos empedernidos que buscamos nuestra Shelly, nuestra Sarah, nuestra Alex. Por eso nos aguantamos la lagrimilla cuando Starman revive a un ciervo que yace muerto en una furgoneta, por eso aunque tengamos padres cazadores casi ninguno de nosotros heredará la afición de matar animales deportivamente. Todos queremos ser el rebelde del club de los cinco aunque nos vemos reflejados en todos los demás. Somos una generación romántica pero somos la generación perdida, entre la generación de la guerra cuya única meta era sobrevivir (por lo que les guardo un profundo respeto, a todos) y la generación de la transición, de los hombres y mujeres libres de este país eternamente en crisis. Somos la generación a la que le partieron la nariz en un mundial, ahora los niños celebran los títulos de la selección pero no saben quién es Tassoti. Somos la generación de la esperanza, los que íbamos a cambiar el mundo pero el mundo nos ha pateado la cabeza. Despertamos en una realidad donde tu amigo de la infancia, influenciado por otras aves rapaces te pisa sin escrúpulos para ascender ese peldaño que le acercará a comprarse ese deportivo negro que tanto se parece al coche fantástico. Idealistas venidos a menos por cuatro euros, moneda que detestamos y amamos al mismo tiempo, nos colgamos la chaqueta del “esto es lo que hay” y tiramos para adelante olvidando al niño que quería cambiar su barrio, mejorar su pueblo. El niño que soñaba con un mundo mejor.

Todo se complica con la edad, eso tampoco nadie te lo dice. El amor está hecho para que sufras, eso jamás te lo explican. Hay un plan establecido para tu vida y cuando quieres escapar… ay, el rey de los goblins te ha atrapado y en este laberinto no está Hoggle para ayudarte. Solo hay indeseables que te harán el camino más difícil, amigos con doble cara y princesas de cartón. Jareth no va maquillado ni canta “Magic Dance” es un tipo insulso ataviado con un traje Armani y fuma cigarros electrónicos, se folla a su secretaria y se mete farlopa con su asesor, cobra un pastón en negro pero no tiene suficiente para seguir alimentando su ego, por lo que te tiene que seguir jodiendo. Sí, y tú sin un bastón mágico, sin el Delorean, ni Willy el tuerto, ni Starman ni la madre que lo parió. Con tu ordenador jamás podrás crearte una novia ni sacar dinero de un cajero. Jamás encontrarás un tesoro ni hablarás con extraterrestres, aunque si eres de mi edad y estás leyendo esto, quizás sí te sientas en ocasiones como un puñetero extraterrestre.

¡Un brindis por la generación romántica!

martes, 22 de octubre de 2013

ABATIDO



Los años reflejados en las arrugas de sus atractivos ajos azules, pequeños, penetrantes y vivarachos también mostraban hastío y desasosiego. Hartazgo de sí mismo y de sus continuos errores. Todos nos equivocamos pero en él comenzaba a ser sistemático y muy preocupante. Se había quedado sin nada, todo lo que había conseguido a lo largo de su vida se esfumó como el humo del último cigarro que juró fumar. Nada material, vivía en un cortijo heredado que se encontraba siempre en eternas reformas, nada personal, sin su mujer de toda la vida y con un hijo que se encontraba a doce mil kilómetros tratando de escapar de las discusiones con su padre. Si pudiera volver atrás en el tiempo…

Sentado en el tranco de la fachada de la casa de campo, manchado por el sudor y la tierra pegada a su ropa, miraba preocupado sus olivos, necesitaban ser labrados urgentemente, su perro estaba quizás en el último año de su vida y su coche, aparcado en el camino cerrado por una cadena oxidada, gritaba auxilio en forma de ruedas nuevas y una mano de pintura. Con la mano entre sus cabellos blancos pensaba en el dinero que costaba todo aquello y que por supuesto no tenía. La cosecha de almendra había sido ridícula, el viento y las heladas se llevaron el fruto siendo flores blancas,  lágrimas de niñas que se pierden en la brisa del otoño. El sol calentaba su rostro pero no su ánimo, la sierra ya no le llenaba, no era suficiente aquel aroma a romero, a olivo y esparto; ya no era suficiente el amanecer en la montaña, perpetua testigo de generaciones en aquellas lindes. La tranquilidad de una vida bucólica y el sonido de los pájaros reverberando en las paredes blancas de su pueblo ya no le agradaban, no había nada que llenara su vacío, nada. Ni siquiera su bodega parecía satisfacerle. Tras años de cosechas fructuosas y buenos caldos con los que agasajar a los amigos, bebía solo a la sombra del parral que custodiaba la entrada con la puerta desvencijada del cortijo, que entre sacos de cemento y ladrillos rotos, miraba impasible el final de una vida simple que se perdía como el vuelo de la alondra en el horizonte. Ya no había tiempo de reacción, no había oxígeno para que el fénix batiera sus alas y renaciera de sus cenizas, no había segunda vuelta ni prórroga. El azul se volverá gris, la primavera se alejará por el mismo camino donde asoma melancólico el otoño mirando de reojo al pétreo invierno.  Sus manos, cortadas por el frío, grandes y robustas, comenzaban a mostrar signos de vejez, temblores que antes no estaban se mostraban ahora como fantasmas de un futuro negro. Colgó la escopeta pues ya no cazaba, su puntería disminuía al paso de sus canas mientras aumentaban las dioptrías de sus gafas, objeto que jamás necesitó antes. Le llegaron a llamar el hombre más fuerte del mundo, una exageración pero sí era verdad que era el más fuerte de la zona, fuerte con los músculos pero no de espíritu. Su alma anhelaba echar el vuelo, desplegar las alas y volar con las perdices escapando de las trampas y los tiros pero él fue presa y atrapado por las fauces de un pointer, colgado en un porta caza y lo estaban desplumando para hacerlo a la cazuela. Una tos repentina le despertó de sus ensimismamientos, un esputo de sangre tiñó la tierra bajo sus botas. Se echó mano a la boca y maldijo a un dios que había abandonado aquellos bancales inertes. Agarró la azada y la estampó contra la valla aún sin terminar de arreglar. Los conejos allí enjaulados salieron despavoridos por el agujero que se abrió en la tela metálica. Ya nada importaba, tan solo una idea que le llenó el corazón: su hijo. Sacaría un billete y se presentaría por sorpresa. Jamás voló antes, jamás viajó solo, jamás tuvo un arrebato y jamás llevó a cabo una idea repentina. Pero su tiempo expiraba y algo dentro de él estaba cambiando. “Nunca es tarde si la dicha es buena” se dijo para sus adentros y con la fuerza del que no tiene nada que perder comenzó a organizar su aventura personal, soñando con las nubes, las corrientes y el cielo que lo llevarían hasta su progenie, imaginando la escena en su cabeza, escogiendo las palabras de bienvenida y sopesando las trabas del recorrido. ¿Qué más daba su viejo coche, qué importaban sus olivos egoístas, qué prisa había en terminar aquellas obras siempre incompletas? Aquella mancha carmín en el suelo lanzada con estrépito por sus pulmones le abofeteó abriéndole los ojos y barriendo lo mundano para que claree solamente lo valioso.

El tiempo es lo único que no podía recuperar, en el poco que le quedaba, iba a construir el puente para salvar las consecuencias de sus errores. 
Un ciervo macho, de gran cornamenta lo miraba desde el cerro que marcaba con su sombra el perímetro del cortijo, en otros días lo hubiera abatido, disparado con precisión, matado en el acto y colgado en la chimenea como trofeo, pero ahora el abatido era él mismo y solo tenía una vía de escape. Marcharía contra el viento para evitar los cazadores, sabía dónde, infames, esperaban las trampas, no había opción de errar. Esta vez no lo abatirían.

miércoles, 7 de agosto de 2013

AHOGARSE EN LA OSCURIDAD



La oscuridad era su aliada, la oscuridad lo abrazaba sin pedir nada  a cambio. La oscuridad era su amiga, la oscuridad estaba penetrando en su corazón como las sombras aumentan en el ocaso, como la alimaña que poco a poco desentierra la guarida donde se esconde su cena. Anclado a la noche jamás saldría bajo los rayos del sol, cual vampiro errante rehuía la luz diurna, aunque más bien rehuía de los rostros de la marabunta, de las miradas curiosas, de la falta de intimidad que produce la claridad luminosa de la mañana. La noche era más propicia para salir afuera, a explorar el mundo. De noche los rostros llevan máscaras de carnaval, más bonitas, más interesantes pero más insinceras. Eso también lo sabía pero le daba absolutamente igual. Él también era una mentira. Como un  asesino que teme ser descubierto, guardaba con sumo recelo los detalles de su vida, la cual encauzaba bajo la luz de la luna, al amparo de las sombras. Huyendo del sol su piel se volvió blancuzca, pálido como un muerto, por la falta de vitamina D, hecho que producía cierto temor con su mera presencia en según qué contextos. Eso mismo le excitaba sobremanera.
En el día dormía, y como si fuera un ave nocturna, al ponerse el sol abría la puerta de su casa para salir al exterior. Tenía un sueño recurrente, un sueño repetitivo que trataba en vano de buscarle un sentido, cierta explicación lógica. Soñaba que cavaba, cavaba un agujero en la tierra más negra que había visto jamás. Una palada tras otra y el agujero cada vez más profundo y oscuro, sudaba y se manchaba de aquella tierra negra como el olvido. Ese era el sueño, extraño como su hábito de vida.
Esa noche se disponía a salir, y ya pensaba en cómo se llamaría y lo que sería; un cantante, un actor de cine, un futbolista, un atleta de inminente éxito… pero una voz le devolvió a la realidad, le empujó de sus ensoñaciones para escupirle a la cara quien era. Le estaba llamando por su nombre, era una mujer alta, elegante, de largo cabellos castaños y ojos penetrantes. No quería parar a saludarla, no quería ver a nadie que lo conociera. De nuevo la mujer insistió abriendo la boca y enviando las letras de su apestoso nombre a través del viento frio de la noche, noche que esta vez no había podido ocultarlo de los ojos conocidos. Aceleró el paso angustiado, ignorando la llamada de aquella boca perniciosa e impertinente. Pero ella también aceleró el paso, gritando su maldito nombre cada vez más fuerte, cada grito de aquella boca pintada de rosa era como una puñalada en su corazón moribundo. Su pasado volvía en tacones y vestido ceñido. Volvía a maltratarlo, a recordarle sus errores, a recordarle que no era un genio, que apenas sobresalía del resto de los demás, a restregarle en la cara que era un don nadie con ínfulas de artista.
La oscuridad no era suficiente, sus pies echaron a correr de forma frenética y alocada, miraba hacia atrás con la esperanza de no ver a su pasado, de no ver a nadie que lo conociera, que le hiciera preguntas incómodas, que supiera que era un fracasado. Corrió y corrió hasta quedarse casi sin aire, hasta ver pequeños puntos negros como rosas en sus ojos llorosos. Corrió hasta caer en una obra, en un gran agujero negro, socavado en la tierra por máquinas perfectas. Hacía arriba era imposible escapar, la tierra amortiguó el golpe pero pronto moriría aplastado por el peso de la tierra que comenzaba a caer desde arriba. Tenía que cavar un túnel o moriría, pensó rápidamente. Era como su sueño, cavaría y cavaría hasta encontrar la salida, hasta encontrar la total oscuridad.

martes, 18 de junio de 2013

La chica del cementerio



                                                                       1


Una chica de negro camina curiosa leyendo las lápidas de los austeros nichos imaginando sus vidas cual escritora creando personajes y tramas para una novela que jamás escribirá en papel alguno. Él la mira curioso y con cierto deseo casi adolescente. Una generación los separa pero una mirada los une en un instante que le parece magia. La imagina en sus brazos acurrucada, mirándola con aquellos ojos que se clavarán en su memoria, misteriosos e insondables. Hilos invisibles los guían por el campo santo hasta encontrarse casi de bruces. Ella lo esquiva como si fuera un mueble pero algo en él le agrada. Insistencias y curiosidad provocan que caiga el muro que guarda a la muchacha del exterior, de los hombres, de las hienas. Charlas y cafés, humor negro y literatura, fotografía y cinefilia. Sus caminos se volverán a juntar para provocar el éxtasis en sus bocas, el temblor en sus cuerpos, el hambre en sus manos, el deseo en su piel. Ella no espera nada, la vida le ha defraudado desde que empezara a andar, pero se siente feliz por una noche.





                                                                       2

Deja el marca páginas señalando el último capítulo leído, los ojos, cansados, comienzan a cerrarse. Su delgado cuerpo se cubre desnudo con apenas un trozo de sábana. En la oscuridad de su cuarto se agita pensando en él, en su olor, en sus caricias,  en su boca experta jugando con su lengua principiante, en sus ojos mirándola tan intensamente que duele. Nadie le había puesto la piel de gallina antes, y nadie es mucha gente. Tiene sueño, sus párpados han bajado el telón derrotados por el cansancio, pero su cabeza no quiere dormir, solo rememora una noche, un momento en el tiempo con el que soñó como una niña y que se hizo realidad cuando menos lo esperaba. Aquel momento era su isla, su lugar de escape, la huida de su guerra, de la batalla diaria con los ejércitos de su sangre, de su destino, de su pasado imborrable y aciago. Como los libros que devoraba, ella nadaba en aquella noche de pasión y besos robados para alcanzar su oasis. Para evadirse y no volverse más loca aún.

A menudo se imaginaba a sí misma deambulando por la calle sin rumbo, despeinada y con la mirada perdida. Respirando un oxígeno prestado, caminando por inercia, encargando su lápida para descansar de una vez definitiva. La muerte no le daba miedo y sus visitas al cementerio abrazadas, sin saberlo ella, por las ánimas ancladas a este mundo, eran la comprobación del final de una vida. Polvo al polvo, los huesos en la tierra, morir y alcanzar la liberación total; pero no hay nada al otro lado, solo oscuridad y olvido. Alguien te llevará flores hasta que dejen de pensar en ti. ¿Y él, te traería flores, cuidaría tu tumba?  La muerte no le asustaba y cuando llegase la abrazaría sin más, pero era joven y aunque deseaba dejar un bonito cadáver ella no quería morir.

Miraba bocas que hablaban, personas que reían sin sentido (al menos para ella), hombres que la miraban con deseo pero que se alejaban, mujeres que la miraban con curiosidad unas, y recelo otras. A ella nada le importaba todo aquello. Casi nadie le interesaba lo suficiente para esforzarse por escuchar si quiera. ¿Era una dama cruel, una niña antisocial, un bicho raro? No, era una mujer distinta, una inteligencia a la que le daba igual demostrarlo, relacionarse o sentirse alagada. No necesitaba que nadie le dijera lo hermosa que era, o que original era su look. Pamplinas de niñas de colegio. No buscaba un príncipe azul ni el vestido blanco. Tampoco ser la reina del baile ni el imán que atrae más miradas en las fiestas. Era la nínfula del libro de Nabokov, era la libertad encarnada, era la hija perdida, era Lilith abandonando a Adán, era la princesa que no quiso ser reina, era la belleza virginal de una mirada auténtica, la sombra que perdió Peter Pan, la hermana bastarda de los niños perdidos.

En la mañana se despierta con la desazón del que no tiene nada que hacer. Su inspiración no parece acompañarla y lo único que escribe es su nombre, para luego maldecirlo. Ella no imagina el infierno por el que él está pasando, las preguntas que se agolpan en su cabeza. Ella no sabe que aunque él viviera cien años jamás la olvidaría. Se viste despacio y adormilada, su sueño se entrecortó varias veces creyendo notar sus manos de nuevo a su lado. Desayuna a desgana y mira ofertas de trabajo. Hay una vacante en el tanatorio, habrá poca competencia, piensa deseando que así sea. Su curso de tanatopraxia es un buen curriculum  para el puesto. Con una sonrisa en la cara, algo extraño en ella, encara el día de mejor humor, algo también extraño en ella. Sentada en un despacho impersonal contesta lacónicamente a las preguntas que llueven en la habitación que guarda su futuro próximo. Y entonces vuelve a recordar la noche en la que él la besó. La vida sabe mejor así.



                                                           3

Es su primer día de trabajo y el tanatorio está abarrotado. Está impaciente por comenzar su labor, imposible para muchos.

–Tienes suerte, es tu primer día y te dejo un bonito cadáver.-Su jefe (demasiado simpático para ella) le entrega una carpeta y el número de la sala donde espera frio y muerto un cuerpo a maquillar y enterrar. Ella se dirige veloz a la sala y abre la puerta. Su mundo se cae como la carpetilla de sus manos. El cuerpo para maquillar, el cuerpo que esa noche velarán, el cuerpo que pronto estará en el cementerio pudriéndose como su corazón en ese instante, es él; es el hombre que besó su alma, son las manos con las que sueña en sus noches, es la boca por la que sus labios se pierden, son los ojos que la miran más allá. Sus lágrimas corren su rímel negro que baja por su cuello de cisne hasta morir en sus pequeñas pirámides. Aprieta sus pequeñas manos implorando a Caronte que dé la vuelta y le devuelva a su ladrón. Aún le quedaban más besos por robar.