Ella le rozó la mano, él sonrío mirándola intensamente,
ilusionado. Ella sintió esa sensación que te eleva y crees estar en el mejor
momento de tu vida. Sus bocas hablaron sin pronunciar palabra alguna y sus
cuerpos se entregaron al mejor placer que pueda haber en esta vida.
Los días siguieron y las noches, sin querer descolgar el
teléfono, también. Citas y planes de futuro, un amor que va creciendo como la
felicidad. Él se mira en el espejo y no puede quitarse esa sonrisita de tonto,
pero le gusta, está en una nube; como ella, que enciende velas y pone música
intensa, ropa interior nueva y se entrega por completo al deleite de los
sentidos.
La nube va bajando poco a poco pero inexorable, él ya no
tiene esa sonrisita y ella ya no se compra ese tipo de ropa interior. Las noches
son más cortas y los días interminables.
Ella no es la más bella del mundo y él ni siquiera interesante. Algo muere
dentro de ellos y al entierro no asistirá nadie. El velatorio es demasiado
largo y hay trayectos que es mejor hacerlos
solo. Ella ya no le rozará más la mano y él jamás la mirará igual. Como la
muerte, todo tiene un final, hasta la película más perfecta debe finalizar. Hay
milagros auténticos, parejas que perecen enamoradas a pesar de los años, pero la
mayoría permanecen, solo permanecen. Y en el instante de las jodidas mariposas
nadie te lo dice, tampoco escucharías, pero qué sería de la vida sin ese mágico
momento.
La nostalgia es la que más te hace viajar, es la verdadera
máquina del tiempo a la que se refería realmente Wells. Y en esas instantáneas de recuerdo siempre se
vienen a asomar ellas, las jodidas mariposas. Te sientes viejo y vuelves a
notar esa parte de ti que murió pero que resucita para atormentarte como el
fantasma del pasado.
¿Cuál es el camino correcto? ¿Qué tren coger, cuál no? Da igual
lo que te preguntes, no importa lo que hagas, al final te equivocarás, o eso te
dirás a ti mismo, una y otra vez cuando tu cielo perfecto se torne gris. El ataúd
se abre para todos y una vez allí las preguntas se apagan para siempre. Lo duro
no es la muerte, es la vida, es vivirla. Pero no hay nada peor que no vivirla.
Ella esta curada, su compañero de trabajo se ha destapado
como un príncipe azul, él ha encontrado otra mujer a la que regalar sus besos y
mirarla intensamente. Nadie sabe lo que durará, pero si de nuevo se abre su
ataúd, deberán volver a echar tierra encima y renacer como el ave Fenix, y
tener otra historia más a la que acudir en esos momentos de nostalgia. Jodidas mariposas…