Era viernes y estaba loco por salir. Harto de trabajar y cansado de estar en casa viendo la maldita
tele, las manipuladas noticias donde las únicas verdades son las que están
manchadas de sangre inocente. Apagó su monitor led de demasiadas pulgadas, agarró
su chaqueta, cartera y las llaves del coche, afuera espera la diversión. Deseoso
de conocer gente nueva entabló amistad con el grupo que siempre se sentaba al
fondo de su bar de siempre. Entre cervezas y cervezas una nueva cara femenina
le llamó la atención. El nombre no lo recordaría luego pero sí que era dulce
como la miel y una boca imposible de no querer ahogarse en ella. El color de
sus ojos se confundiría con el mar de la cala de San Pedro. Apenas dos días habían
pasado de su última conquista, una morena pequeña pero gigante, de sonrisa
nostálgica y ojos enormes como lunas, cuerpo de curvas para un rallye del deseo,
cariñosa y de sonoros orgasmos. Pero ya
deseaba besar aquella nueva chica desconocida. Más cerveza y más risas y una
canción de estribillo tarareado por todos, creando esa magia propia de la buena
música que te retrotrae a otro momento en el tiempo. La noche es larga como las
piernas de la chica nueva que se movía como si ella hubiera inventado el baile.
Una pequeña charla intrascendente pero que le arranca un par de risas
auténticas, roce de manos y labios que quieren besarse. Sí, hay conexión, y de nuevo ese nerviosismo previo al salto
total. Se besan en la puerta del bar, están cachondos y la noche continúa entre
sábanas sin prisa por mirar el reloj. Salen palabras bonitas de su boca
perfecta, su cuerpo las confirman con su danza íntima ascendiendo a un grado de
felicidad al que es fácil engancharse como a la droga más dura. Ese era el
problema. Estaba enganchado a ese tren de vida, a jugar cada noche en una liga
diferente, a conocer y conocer bocas nuevas, ojos diferentes, cuerpos y cuerpos
de mujeres bellas a cada cual más especial, y a cada cual más diferente; cada
nombre un olor distinto que bebía a través de sus manos. Corriendo lejos cuando
el estado de bienestar es demasiado plácido, cuando el terror apresaba su
pecho, cuando le robaba el sueño.
Esa noche tocaba dormir profundamente.
Algunas volvían, otras desaparecían con el viento de poniente,
todas bellas, todas encantadoras. Todas no eran suficiente para saciar su
vacío, “yonkie del placer de follar” Así
le llamó una amiga, él solo sonrío y la volvió a besar a pesar de que estaban
rompiendo.
-“¿Y quién no? Solo los muertos dirían que no”
De nuevo viernes, pero este con resaca, el jueves fue
demasiado largo, como su pelo negro azabache, como las copas que les puso, con
una sonrisa de caramelo, en la barra. Se
pregunta a si mismo si es necesario salir de nuevo, pero es viernes y la música
de su móvil suena; un café no se le niega a nadie, ¡y que pelotas! De nuevo es viernes.
Se prometió así mismo hacer solo lo que le apeteciera en este tramo de su vida,
hacer solo lo que se la pondría dura. Y lo que no apartarlo como la mala hierba.
Era viernes y la tenía dura.