lunes, 25 de febrero de 2013

De nuevo Viernes



                                                                         
Era viernes y estaba loco por salir. Harto de trabajar  y cansado de estar en casa viendo la maldita tele, las manipuladas noticias donde las únicas verdades son las que están manchadas de sangre inocente. Apagó su monitor led de demasiadas pulgadas, agarró su chaqueta, cartera y las llaves del coche, afuera espera la diversión. Deseoso de conocer gente nueva entabló amistad con el grupo que siempre se sentaba al fondo de su bar de siempre. Entre cervezas y cervezas una nueva cara femenina le llamó la atención. El nombre no lo recordaría luego pero sí que era dulce como la miel y una boca imposible de no querer ahogarse en ella. El color de sus ojos se confundiría con el mar de la cala de San Pedro. Apenas dos días habían pasado de su última conquista, una morena pequeña pero gigante, de sonrisa nostálgica y ojos enormes como lunas, cuerpo de curvas para un rallye del deseo, cariñosa y de sonoros orgasmos.  Pero ya deseaba besar aquella nueva chica desconocida. Más cerveza y más risas y una canción de estribillo tarareado por todos, creando esa magia propia de la buena música que te retrotrae a otro momento en el tiempo. La noche es larga como las piernas de la chica nueva que se movía como si ella hubiera inventado el baile. Una pequeña charla intrascendente pero que le arranca un par de risas auténticas, roce de manos y labios que quieren besarse. Sí, hay conexión,  y de nuevo ese nerviosismo previo al salto total. Se besan en la puerta del bar, están cachondos y la noche continúa entre sábanas sin prisa por mirar el reloj. Salen palabras bonitas de su boca perfecta, su cuerpo las confirman con su danza íntima ascendiendo a un grado de felicidad al que es fácil engancharse como a la droga más dura. Ese era el problema. Estaba enganchado a ese tren de vida, a jugar cada noche en una liga diferente, a conocer y conocer bocas nuevas, ojos diferentes, cuerpos y cuerpos de mujeres bellas a cada cual más especial, y a cada cual más diferente; cada nombre un olor distinto que bebía a través de sus manos. Corriendo lejos cuando el estado de bienestar es demasiado plácido, cuando el terror apresaba su pecho, cuando le robaba el sueño.
Esa noche tocaba dormir profundamente.
Algunas volvían, otras desaparecían con el viento de poniente, todas bellas, todas encantadoras. Todas no eran suficiente para saciar su vacío, “yonkie del placer de follar”  Así le llamó una amiga, él solo sonrío y la volvió a besar a pesar de que estaban rompiendo.
-“¿Y quién no? Solo los muertos dirían que no”
De nuevo viernes, pero este con resaca, el jueves fue demasiado largo, como su pelo negro azabache, como las copas que les puso, con una sonrisa de caramelo,  en la barra. Se pregunta a si mismo si es necesario salir de nuevo, pero es viernes y la música de su móvil suena; un café no se le niega a nadie, ¡y que pelotas! De nuevo es viernes. Se prometió así mismo hacer solo lo que le apeteciera en este tramo de su vida, hacer solo lo que se la pondría dura. Y lo que no apartarlo como la mala hierba. Era viernes y la tenía dura.

martes, 19 de febrero de 2013

De litros en el parque





Están sentados en el parque, en el mismo en el que hace ya más de una década bebían litros de cerveza y descubrían dónde nacía el rocanrol. En el mismo banco donde escribieron sus nombres, lemas anarquistas, el nombre de los ligues, o estribillos que ahora tararean orgullosos de seguir acordándose de ellos. Miran al cielo recordando una edad melancólica, una edad a la que no quieren volver pero que añoran. Esa edad a la que viajas cuando el curro te aprieta el culo, cuando se muere el amor que tenías, cuando las letras (no las que forman palabras) te asfixian sin piedad, cuando una cerveza con un amigo nos parece el mejor momento del día o quizás de la semana.
Litros y más litros sentados en el banco del parque del instituto. Pantalones vaqueros rotos y camisetas negras, pelo largo o algún corte de pelo extraño. Contando cada moneda para tratar de comprar otra litrona más. Tarareando himnos imborrables y recordando algún beso, alguna chica de bonita sonrisa. Haciendo planes para el futuro. Ahora se vuelven a ver, dos amigos que creerían ser para siempre inseparables. Ahora se miran y su conversación son trivialidades, la familia, el trabajo, la salud, etc. Todo cambia cuando saltan preguntas sobre el resto del círculo del banco, ese que tanto cambiaba de integrantes. Las risas los sorprenden al recordar nombres que huelen a cerveza y buenos momentos, Moi, Agustín, Juanma, Mario, Salme, Javi, Basu, Dani, Carlos, Mariano, Rober, Albo, Fran, y tantos que no pueden parar de hablar y contar batallitas.
Un abrazo sentido baja el telón que anuncia la hora del cierre. Cada amigo sigue su camino prometiendo quedar un día de estos todos juntos. Saben que nunca volverán aquellos tiempos y esa loca reunión jamás tendrá lugar. Uno es ingeniero y el otro funcionario de correos, pero se sienten perdedores y no saben por qué. Cada amigo sigue su camino con la cabeza baja, contando las losas del suelo y recordando las tardes en aquel parque odiando al mundo, odiando a todos, menos a sus amigos. La batalla del muro la han perdido y ahora se odian a si mismos por la derrota. Pero siempre quedará un banco y una cerveza, una mesa en aquel bar, y algo que recordar.
 

lunes, 18 de febrero de 2013

INSOMNIO



El insomnio es un gran hijo de puta. Te roba las horas necesarias de descanso, el culpable de tus ojeras, de tu mal carácter por las mañanas, de no poder parar de pensar en ella, de maldecir en la madrugada golpeando la almohada.
Pareces un vampiro viviendo en la noche, ya no duermes, ni siquiera lo intentas, abandonas tu cama para abrazar la noche desnuda. Paseos en coche, bares que te reservan el mejor sitio cerca de la barra. Largas horas de lectura, infinidad de películas, pero nada. Durante el día te mueres de sueño pero al caer la noche… pam! Tus ojos se abren como platos. Resoplas, te mueves de un lado para otro, cuentas ovejitas o cabezas de políticos y banqueros, infusiones relajantes, pero nada de nada. Imposible dormir sin su calor, sin escuchar su respiración. Cavilando que habrá hecho hoy, dónde habrá estado, cómo se sentirá, preguntándose si es feliz sin él.
Llega la mañana y comienza un nuevo día, los problemas que parecían monstruos bicéfalos apenas parecen, a la luz del sol, unos insectos insignificantes. La claridad de ideas te hace sonreír aunque tu cuerpo y mente estén cansados por la falta de sueño. Pero al menos, así no tienes pesadillas. Dejas tu casa para tratar de ser productivo, y desde la ventana de tu hogar vacío te saluda una sombra maliciosa, es el cabrón del insomnio, que agazapado te espera a tu vuelta para joderte. Se meterá en tu cabeza hablándote de ella, de tu futuro, hará temblar la casa, quizás te engulla con las paredes, escupirá su veneno en las sábanas para impedirte llegar al mundo onírico. Una pesadilla real, que repite sesión noche tras noche. En la oscuridad gritas impotente a la sombra que está en la esquina del techo, le gritas que se vaya, pero solo sonríe. Ella se ha ido y esta cosa ocupa ahora su lugar, sobrevive sin volverte loco, te dices a ti mismo. Acostúmbrate a ello, o muere poco a poco.

sábado, 16 de febrero de 2013

Cuánto frio hace en Saturno



Dice una canción que  “cuanto frio hace en Saturno, mi amor”, y habla de una mujer perdida y palabras de confianza del autor, diciéndole que está a su lado. Tocar fondo y seguir tocando fondo, cavar un agujero que no tiene final, una caída infinita.
No hay caída peor que aquella en la que te piden que te tires, pues te recogerán sus brazos, “confía” te dicen; y te lanzas… no hay brazos, ni manos, ni nada; solo el frio suelo y tu corazón hecho añicos. El peor sabor del mundo seguro es ese. El sentirse engañado, decepcionado, apartado. El boxeador prefiere que le golpeen en la cara a que lo hagan en el corazón, y yo también. Una nariz rota, un pómulo sangrante, un labio partido, un ojo morado, se curan rápido; pero las heridas interiores provocadas por los besos que viajaron a otra parte donde no estaba tu boca… amigo, esas heridas tardan más en cicatrizar. Te sientes solo y hundido, a mil jodidos kilómetros de la felicidad, en otro planeta. En el planeta donde en verano tienes frio y en invierno nada te calienta. En el planeta de los recuerdos criminales que te asaltan por sorpresa clavándote momentos haciéndote sangrar la memoria. En el planeta donde no se puede dormir, y que cuando por fin surge un sueño dulce, despiertas en la pesadilla de nuevo. En el planeta del que te puedes adaptar pero no sabes cuándo escaparás, o cuándo volverás de nuevo a entrar en su centro mortal. ¡Cuánto frio hace en Saturno, joder!

jueves, 14 de febrero de 2013

DE NEGRO



Negra es su camiseta y negras son sus botas; negro es su pelo y negros sus ojos; Negro es su coche y negra su cazadora.  Negras sus uñas debido al trabajo en el taller mecánico, negras sus rosas favoritas. Todo lo ve negro desde que ella se fue, el camino es oscuro si no camina cogido a su mano, negra su alma si no naufraga entre sus muslos de terciopelo. Negro ve su futuro sin ella, negro su pecho, vacío, como el agujero donde ella está.
Negro era el ataúd, y negro su vestido. Negro el cielo aquella mañana triste. Negro y denso el aire en el lúgubre cementerio. Negra la boca del nicho donde iban a encerrar a su amada, ella que era un espíritu libre.  Su familia, católica y beata no aprobaron siquiera su última voluntad, transformarse en ceniza y viajar por las corrientes del mar mediterráneo, ese que tan bien conocía.  La familia de ella, grajos negros anacrónicos que rezaban oraciones como animales hambrientos que devoran una cría enferma, jamás perdonaran la insolencia de su hija: querer a semejante tipejo.
Él no volverá a ser el mismo, cerrando su corazón herido y maldiciendo al cielo. De negro irá y de negro morirá, el negro por siempre y para siempre, recordando que un día supo lo que es la felicidad. Soñando con su cara, con sus ojos despertándolo de sus pesadillas, con sus manos abrazándolo en el frio. De negro la esperará el día que se suba a la barca de Caronte. De negro el resto de su vida, en la que el único color que había, era el de los ojos de ella.