Los hombres somos bestias impulsivas, a veces incomprendidas,
otras inocentes y frágiles, otras devastadoras y crueles. Divago en mi silla
frente a las teclas soñando con su regreso, envuelta en misterio y belleza, esa
que no se borra a pesar de los años. Esos ojos turquesa que me miran y me
atraviesan.
Hacemos auténticas locuras por amor, pero a veces ni siquiera
sabemos lo que es. Somos cobardes, y nos aferramos a algo que tenemos cerca,
pero en el fondo somos infelices, y hacemos infelices a otros.
Y sigo esperando su regreso, efímero, fugaz e intenso, como
la anarquía de un orgasmo. Abro los ojos y ya se ha ido. Lo tuve en mis manos y
se evaporó, la primera vez entre nubarrones de futuro; lo volví a conseguir,
extraño, pasional, cruel, una auténtica locura; y juntos lo pisoteamos entre polvo y
polvo. Sin poder ponerle freno.
Pero un silbido, un llanto en la noche y ella vuelve a mí. A
veces se aleja extraña, ignorando la conversación, pero vuelve más fuerte, más
intensa, y más la quiere este ladrón que no supo esperar.
Los hombres somos bestias impulsivas, podemos discutir y
jurar no querer volver a verla y terminamos desnudos hundidos entre sus
piernas. La piel nunca engaña, si todo fuera tan fácil.
Pero los días pasan, y su regreso está más cerca. Pero ahora
es cuando más alerta hay que estar, las medusas y quimeras acuden para
embaucarte, acabar contigo, descuartizarte. Ahora es cuando más fuerte hay que
ser. Ahora es cuando hay que ser un Hombre, no una bestia.
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