Su recuerdo, amargo y dulce a la vez, me persigue. Haga sol o
esté tronando, este triste o alegre siempre estuvo su recuerdo presente. Siempre.
Para mal o para bien, para sonreír o para estar triste pese al tiempo y la
distancia. En el mejor de los días su rostro se dibuja en las nubes, su mirada
única que atravesaba mi alma, imborrable como la historia, inolvidable como el
primer beso. En la noche más alegre saltaba de una estrella a otra, hilando un
nudo en mi estómago con la cuerda de la memoria caprichosa. Ya esté sobrio o
borracho su imagen vuelve a mí, como una epifanía, una aparición.
Y pasa el tiempo, pasan los días, los meses, los años y su
recuerdo es la roca que resiste al rio, al frio, a la nieve y al hielo, al
calor y al viento.
De nuevo vuelve la mirada, tras largo tiempo ausente, aunque
siempre estuvo ahí, agazapada, misteriosa, asesinada pero no ocultada. Imposible de
tener, imposible de olvidar.
Sus manos de nuevo vuelven a tocarme, sus ojos me miran con
cariño y con deseo su cuerpo; su boca anhela beber de la mía, nos fundimos en
un intenso abrazo. Huelo su cuerpo, su pelo roza mi piel, su boca entreabierta
dibuja mi nombre entre susurros y jadeos, lame mis dedos que recorren su cuerpo,
se arquea, tiembla, arañazos en un baile de placer que termina en un final
perfecto cantando bajo la lluvia. Tímida me sonríe, -He vuelto del ocaso para
traerte el amanecer.
La mañana llega y un beso es su recuerdo. Sin saber si ha
sido un sueño imposible la busco en el rocío, en la brisa de la primavera,
entre las sábanas de mi cama. Me ha visitado un fantasma porque ella ya no
existe. Trato de calmar mi cabeza, su espíritu juega conmigo, o quizás sea yo
el que quiere que juegue.
De nuevo sumergido en la rutina de la calle, de las prisas y
los aparcamientos, la veo escondida en las risas de chiquillas, en las lágrimas
de las madres, en los sueños de los hombres, en la poesía del poeta, entre las
flores que se marchitarán con el invierno.
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