Vivimos tiempos convulsos,
tiempos extraños en los que gritar clamando justicia es violencia mientras que
echar a familias de sus casas, familias que han sido barridas por el tsunami de
la crisis y casas con hipotecas que casi eran un regalo del banco, pues no es violento.
Ni siquiera mirar cómo se suicidan personas ante la impotencia e injusticia de
ser un moroso de por vida y tener que vivir prácticamente de prestado o, peor
aún, en la puta calle. Eso no es violencia, claro, pero rodear el parlamento es
casi un golpe de estado, como propio de terroristas es gritarle al político de
turno en mitad de la calle las injusticias y mentiras que sueltan por su sucia
boca mugrienta. Tampoco es violencia ganar dinero de forma deshonesta, sin
pagar impuestos, llevándoselo crudo para luego perseguir al trabajador que
trata de dar de comer a su familia. Y de imbéciles monumentales, de tontos sin
remedio, es ir a votar a esta panda de gentuza con corbata, de cantamañanas
lameculos, de mierdas trajeadas, de altivos chantajistas y ladrones, de
asesinos con sangre en sus manos que se limpian con billetes de 500. Hay que
ser muy, pero que muy idiota para volver a depositar el sufragio en esta peste.
Pero así es este país, siempre arrimándonos al paraguas más grande, al sol que
más calienta, aunque sea a costa de que el vecino se muera de hambre, aunque
sea a costa de perder la dignidad, la tierra que cultivaron nuestros abuelos,
aunque sea encima de los huesos de los que murieron por tratar de darnos un
futuro mejor, una libertad intelectual, ideológica y laboral. Un futuro donde
la educación era primordial. Nos borraron aquel futuro los pies de los intransigentes,
perros rabiosos cuyos espumarajos que escupen por su pestilente bocaza son
ácido corrosivo. Y ahora reina la ignorancia, como así lo quisieron los
castradores de la felicidad.
Ahora vivimos rodeados de ratas,
seres que pululan entre los restos que dejan los de arriba, que te muerden si
predicas con ideas locas como pedir igualdad, cambios, integridad. No, eso es
cosa de locos, las personas de bien, como las ratas, deben callar y agachar la
cabeza, buscar comida entre la basura y no molestar a los de arriba…
¿Con tanta rata como vamos a cambiar esto?
Roba el PP, roba el PSOE, roba la
casa Real, roba la comunidad Valenciana, la catalana, la andaluza, Castilla
quiere poner puertas al campo, nos quitan la sanidad pública, la educación es
pésima, nos quieren hacer pagar por la justicia, los medios están corrompidos, el periodismo es prosélito, y los bancos
se reparten las ganancias de nuestro sudor, sangre y lágrimas con el
beneplácito del Estado, ese en el que, según dicta la Constitución, la
soberanía reside esencial y originariamente en el pueblo y todo poder público
dimana del pueblo y se instituye para el beneficio de éste. ¡Por los cojones!
Pero nada, seguiremos engordando
como ratas, comiendo basura que nos lanzan por el televisor y tratando de ser
felices en nuestra casita y trabajar por cuatro duros con el culo dolorido y la
sonrisa en la cara. Al menos las ratas de verdad no sonríen.
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