La noche esconde un efluvio extraño, algo místico e irreal. La
melancolía crece como enredaderas que se aferran a tus recuerdos. El señor X se
alimentaba de la noche, las arrugas de sus ojos habían vivido muchos atardeceres
pero poco le importaba llegar a ver un
nuevo amanecer. De mirada penetrante y sonrisa atractiva era un imán para las
mujeres. Su voz grave y pose de actor de cine negro enmarcaban una figura
interesante. Le faltaba el sombrero y la placa de detective para ser un Humphrey
Bogart de categoría.
Mirando el vaso de Jameson, como le gustaba a él, solo y con
un cubito de hielo; se decía a sí mismo qué demonios esperaba de la vida. Cada noche
una aventura y al despertar en la mañana despedidas vacías y un trabajo que ya
no le apasionaba. Un día tras otro lo mismo. Soñaba con una rutina que cada vez
veía más imposible, más lejana, una jodida quimera de mierda.
La piel de su cuerpo se estaba volviendo amarilla, por la bilirrubina,
su hígado comenzaba a resentirse de tanto vaso de Jameson y botellas de vino
desenfrenadas. Un leve temblor le acompañaba últimamente a su brazo derecho, y
una sombra extraña parecía perseguirlo por las calles. Estaba jodido. <Me hago viejo, joder> Per él sabía que había algo más.
Un número de teléfono y un nombre, Sarah. Eso es lo que leyó
al sacar el papel que encontró en su bolsillo buscando el mechero. Quizás la
llamaría mañana, hoy estaba demasiado cansado para jugar. Cansado y hastiado,
se ahogaba en su trabajo, quería dejarlo, empezar de cero, pero no se atrevía. Ese
era su problema, el miedo. Temía demasiadas cosas, le aterraban las incógnitas
y la posibilidad de errar le paralizaba. Sintió náuseas tan solo con pensar en
todo ese cambio, y volvió a odiarse por no atreverse a iniciar un nuevo camino.
Entonces se acordó de ella, de cómo se
pueden romper años de relación de una sola tajada. Mierda, ahora quería beber
más aún. Anhelaba borrar aquel recuerdo impertinente, extirparlo de su mente,
sepultarlo bajo la piedra del olvido.
Ebrio se encaminó a su casa, esta vez solo. Cosa rara siendo
viernes. Se lavó la cara para quitarse el olor a tabaco. Frente al espejo
miraba el paso de los años (y de sus hábitos), su mirada cada día era más
extraña, más desconocida. Pero había algo más allí, enfrente de él. Miró su reflejo
con atención, tocando su cara en el cristal. La textura le erizó el vello. Se estaba
tocando la misma piel a través del espejo. Entonces las manos de su reflejo
actuaron sin su consentimiento, no eran de él. El señor X del espejo se giró
levemente y miró al señor X del otro lado. Ahora sabía lo que era realmente el
terror, el desconcierto, el pánico. Aquel reflejo rebelde, aquella cosa que era
él, pero con voluntad propia, le agarró de los brazos, instintivamente trató de zafarse de sí mismo,
aquello era una completa locura, (¿Tan borracho estaba?)
El ser traspasó el espejo, de cintura para arriba estaba
fuera, en el mismo cuarto de baño que el señor X. Éste tiraba frenéticamente
hacía atrás, trastabilló y se golpeó las
costillas con el lavabo. Dónde antes lucían unos fuertes abdominales de acero
ahora solo quedaban las marcas de aquellos músculos que se fueron con el whisky
y la falta de práctica. También se golpeó la rodilla y los hombros le ardían
por la fuerza que estaba ejerciendo tratando de evitar que aquella cosa que, podría
ser su reflejo del infierno, no se lo llevara con él. Poco a poco, inexorablemente,
iba perdiendo terreno, cada sacudida le provocaba más dolor y golpes. Su reflejo
solo lo atraía hacia sí mismo, lo llevaba al interior del espejo, en silencio. El
señor X se encontraba por fin dentro, y su reflejo al otro lado. En el
exterior, en el mundo real. Entonces le habló.
-Yo, ahora, seré tú.
Y se marchó. El señor X trató de escapar pero solo había un
cristal, el del espejo, irrompible, intraspasable. Pero la botella de Jameson si
estaba allí, con él. En el otro lado.
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