jueves, 7 de marzo de 2013

MUJERCITA



Al calor de la chimenea de piedra leía absorta por enésima vez “Mujercitas”, su libro favorito. Lo leía cada vez que se sentía triste. No le gustaba sentirse así pero sí leer aquella novela que se conocía de memoria. Con los pantalones metidos por dentro de los calcetines, atrapando todo el calor de su cuerpo, sin dejar ni un solo poro de su piel a la intemperie. Como su corazón, bien refugiado dentro de su pecho.

Bebía té natural, hecho por ella misma. Su cara estaba roja por el calor del fuego. Su cuerpo estaba caliente pero no su alma. Estaba acostumbrada a las decepciones pero esta vez fue demasiada amarga. Ella siempre era tan sincera que hasta podría caer mal, pero prefería hacer pocos amigos, pero buenos, que muchos de relleno. Su actitud ante la vida siempre había sido igual, di lo que piensas, no te calles nada. Pero tanta sinceridad le pasó factura.

El libro estaba desgastado y con las hojas amarillentas por el tiempo, antes, esa novela de Louisa May Alcott, había pertenecido a su madre.

Quería olvidarlo, olvidar otra historia más con final triste, con el final del adiós. Quizás ella pedía demasiado, pero su confianza era difícil de ganar. Ella era siempre sincera pero el resto del mundo no. Por eso cuando vio los ojos marrones adornados con los hoyuelos de su sonrisa que tanto le gustaba, no lo creyó.  No creía en sus palabras por bonitas que fueran, no creía en que fuera tan sincero él también. Simplemente no podía ser cierto.

Dejó el libro con la vista cansada y se acicaló el pelo, dos largas trenzas morenas adornaban la pesadumbre que dibujaba su cara. Un rostro apareció en la ventana, bajo la lluvia, empapado. Su mano húmeda tocó el cristal pero su llamada no encontró un receptor. Ella seguía jugando con sus largas trenzas, pasando hojas de su novela favorita e ignorando por completo aquellas llamadas bajo la tormenta. Se recostó en el sofá contenta con el aspecto de su pelo, miró por última vez el rostro en la ventana y se giró, siguió leyendo plácidamente aunque sin entender nada. Juntaba letras pero no leía, solo miraba frase tras frase, su cabeza estaba afuera, con él. Pero no abriría la puerta, ni la de su casa ni la de su corazón. Quizás se equivocaba con él, quizás decía la verdad, quizás la amaba realmente, quizás hubiera sido feliz, pero nunca corría riesgos, nunca le harían daño. Volvió a pasar otra página del libro tan tiernamente heredado. Ella quiere ser como Jo, pero estaba cerrando las puertas al destino, no escribía ya, solo leía, y soñaba despierta contantemente. Las letras se juntaban demasiado, se apretó los ojos cerrando los párpados con fuerza, pero seguían borrosas. Le pareció leer la palabra ABRE en grande y mayúscula. Cerró el libro y se cubrió hasta la cabeza con la manta, el libro cayó al suelo, cerca de las ascuas, abierto justo en el último capítulo.

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