Al calor de la chimenea de piedra leía absorta por enésima
vez “Mujercitas”, su libro favorito. Lo leía cada vez que se sentía triste. No
le gustaba sentirse así pero sí leer aquella novela que se conocía de memoria. Con
los pantalones metidos por dentro de los calcetines, atrapando todo el calor de
su cuerpo, sin dejar ni un solo poro de su piel a la intemperie. Como su
corazón, bien refugiado dentro de su pecho.
Bebía té natural, hecho por ella misma. Su cara estaba roja
por el calor del fuego. Su cuerpo estaba caliente pero no su alma. Estaba
acostumbrada a las decepciones pero esta vez fue demasiada amarga. Ella siempre
era tan sincera que hasta podría caer mal, pero prefería hacer pocos amigos,
pero buenos, que muchos de relleno. Su actitud ante la vida siempre había sido
igual, di lo que piensas, no te calles nada. Pero tanta sinceridad le pasó
factura.
El libro estaba desgastado y con las hojas amarillentas por
el tiempo, antes, esa novela de Louisa May Alcott, había pertenecido a su
madre.
Quería olvidarlo, olvidar otra historia más con final
triste, con el final del adiós. Quizás ella pedía demasiado, pero su confianza
era difícil de ganar. Ella era siempre sincera pero el resto del mundo no. Por
eso cuando vio los ojos marrones adornados con los hoyuelos de su sonrisa que
tanto le gustaba, no lo creyó. No creía
en sus palabras por bonitas que fueran, no creía en que fuera tan sincero él
también. Simplemente no podía ser cierto.
Dejó el libro con la vista cansada y se acicaló el pelo, dos
largas trenzas morenas adornaban la pesadumbre que dibujaba su cara. Un rostro
apareció en la ventana, bajo la lluvia, empapado. Su mano húmeda tocó el
cristal pero su llamada no encontró un receptor. Ella seguía jugando con sus
largas trenzas, pasando hojas de su novela favorita e ignorando por completo
aquellas llamadas bajo la tormenta. Se recostó en el sofá contenta con el
aspecto de su pelo, miró por última vez el rostro en la ventana y se giró,
siguió leyendo plácidamente aunque sin entender nada. Juntaba letras pero no
leía, solo miraba frase tras frase, su cabeza estaba afuera, con él. Pero no
abriría la puerta, ni la de su casa ni la de su corazón. Quizás se equivocaba
con él, quizás decía la verdad, quizás la amaba realmente, quizás hubiera sido
feliz, pero nunca corría riesgos, nunca le harían daño. Volvió a pasar otra
página del libro tan tiernamente heredado. Ella quiere ser como Jo, pero estaba
cerrando las puertas al destino, no escribía ya, solo leía, y soñaba despierta
contantemente. Las letras se juntaban demasiado, se apretó los ojos cerrando
los párpados con fuerza, pero seguían borrosas. Le pareció leer la palabra ABRE en grande y mayúscula. Cerró el
libro y se cubrió hasta la cabeza con la manta, el libro cayó al suelo, cerca
de las ascuas, abierto justo en el último capítulo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario