domingo, 24 de marzo de 2013

LA CIMA



                                                            


El sendero lo conocía de memoria. Tocaba siempre con la mano la señal de madera que indicaba por donde se dirigía la ruta. La primera vez que anduvo por esos caminos se equivocó, saltándose la señal y guiando al grupo que le acompañaba en una ruta de máximo nivel. Ahora lo recuerda sonriendo, pero fue una imprudencia. Se detiene a comer en la mesa de madera del refugio donde talló su nombre junto al de ella; lo hizo con la navaja de su padre, una automática que le acompaña siempre en sus viajes a la montaña. Emprende la marcha a desgana, va solo y tiene tiempo a pararse a mirar, a escuchar. El rumor del bosque le habla, él piensa que es algo mágico, un sonido que el hombre ha silenciado casi por completo.

Tras una hora de caminata se detiene en una roca saliente, que corona el cerro, última etapa antes de alcanzar el pico más alto de la montaña. Desde allí fotografía el camino andado, las cumbres nevadas, el horizonte. Se queda dormido, relajado con el silencio, con la tranquilidad de estar completamente solo, ninguna persona cerca. Su única compañía es una Lavandera, o Pajarica de las nieves, un pájaro que saltito a saltito ha llegado con cautela al lugar donde han caído las migas de pan.

Tumbado en la roca observa el movimiento impasible de las nubes; está tranquilo, no echa en falta nada. Oye sus pensamientos y en su interior ya no suenan los demonios, pero sigue sin saber porque ha venido.

La montaña le regala la visita inesperada de una cabra montesa de imponentes cuernos, parece estar posando para la foto.

Reanuda la marcha y se encuentra con un gran nevero. No tiene piolet, pero confía en el bastón de senderismo. Gran error. Con cautela y con el bastón en la derecha, donde se encuentra la pendiente y posible caída hacia abajo, cruza lentamente; está apunto de cruzar al otro lado, la nieve no está demasiado dura y las botas se clavan bien en ella. Un traspié le hace caer, en mitad del nevero clava el bastón que se dobla pero frena la caída. Rueda hacia tierra firme pensando en cómo volver a cruzarlo cuando baje de vuelta. Pero no sabe que no habrá tal vuelta.

Comienza a divisar la cumbre deseada. Su crampones son viejos y están estropeados, su bastón doblado y no lleva el indispensable piolet, pero necesita llegar. Llegar a esa cima para el significa alcanzar una meta, para imponerse otra. Quiere aclarar sus ideas probándose a sí mismo, como si la cima fuera ella, su futuro, su vida.

El viento arrecia, sus piernas están cansadas, su espíritu no. Solo le falta ascender por otro nevero y habrá llegado. En la cima ve visiones febriles, su corazón se acelera. Clava las manos en el hielo, los guantes comienzan a empaparse por dentro, sus botas resbalan, a un crampón le faltan dientes y no se clava bien. Ya casi lo tiene, casi alcanza su meta ¿y si la cabra era el mismísimo satanás, listo para recibirte en el infierno? Tras este extraño pensamiento su mano se lleva tras de sí un trozo de hielo que vuela en el aire golpeándole la rodilla, en su pierna de apoyo, su cuerpo cae, cae y cae sin posibilidad de frenar su descenso endiablado y terrorífico. Malherido levanta la cabeza, al fondo unos cuernos desaparecen en la nieve, un objeto rojo como fuego reluce en la blancura, es un piolet, el de ella. El mismo piolet que usó para marcar sus nombres en la mesa de madera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario