Sin dinero, así afrontaba el mes, 30 días sin apenas un
euro. Pagadas las deudas no le quedaba ni para una cerveza rápida en su bar
preferido. En el hogar se está muy cómodo si es por propia voluntad, pero cuando
no tienes más remedio, puede convertirse en tu propia cárcel. Largos paseos en
la mañana, con el sonido del metal en los cascos. Su fiel amigo le acompaña
como todos los días, presto a marcar su territorio con alegres trotes. Sin un
pavo en el bolsillo huele el aroma del café recién hecho en la puerta de la
cafetería, preguntándose por qué en su cafetera no sale igual. Hace un buen día
y el sol le calienta el ánimo, la brisa abanica su largo pelo, agradable
sensación. Un cosquilleo en el estómago le persigue desde hace unos días, otra
preocupación más, aunque más que preocuparle le ilusiona. Ha quedado de nuevo
con la chica que conoció semanas atrás, una cita a solas. El problema del dinero
parece evaporarse por un momento cuando piensa en ella, en sus caricias, en el
olor de su pelo, en sus mordiscos en la oreja, en sus finas manos aferradas a
su espalda, en su voz, en su risa. Ya no
desea saltar de flor en flor, ha encontrado su jardín, pero quizás no el
momento. Vuelve a desandar el camino hecho con la misma idea en la mente, pero
sin dejar de lado su problema monetario. Jodida crisis. Pero en realidad, él siempre
ha estado en crisis; funámbulo de la cuerda entre trabajos y trabajos. No puede
invitarla ni a un puñetero café, ni acompañarla al cine, ni siquiera un maldito
helado en el paseo marítimo; pero quedará de todas formas con ella, no lo puede
resistir, muere por dentro tan solo de pensar en no verla. Su agonía y
desesperación entran en barrena si no vuelve a estar cerca de ella, al calor de
su piel, escuchando su voz.
Sentado en un banco se pregunta, mientras escucha los solos
de guitarra de Adrian Smith, si ella sentirá lo mismo, o por el contrario, será
una aventura más para ella, como han sido tantas para él; “Me lo tendría merecido”,
piensa para sí mismo. Los lametones de su mascota lo despiertan de sus
ensoñaciones, limpiándose con el dorso de la mano y sonriendo a su compañero de
paseos. Observa con dulzura a su perro, un viejo labrador con el que ha crecido
desde niño. Está en las últimas, él lo sabe, y el perro también. No se imagina
el silencio de su casa sin su amigo, no se hace a la idea de pasear solo; de
nuevo otro motivo que le evita pensar en el puñetero dinero. Mira su cartera,
telarañas. Se ríe auto convenciéndose de que en su vida no hay telarañas, una
posible bonita historia de amor, un fiel compañero con el que ha crecido,
amigos que siguen estando ahí pase lo que pase; organizando cenas en sus casas
a las que no hace falta llevar nada, solo ganas de beber y reír. Se alegra de
no haberse metido en una hipoteca, la vida es más cómoda así, sobre todo si se
tienen los bolsillos vacíos.
De nuevo alza la vista, calentando su cara en los rayos casi
primaverales del sol; en esta ciudad el invierno no tiene nada que hacer, se
muere. Inicia la marcha pensando en ella, otra vez. Una sonrisa se dibuja en su
cara, hasta su perro se ha dado cuenta. “Podemos vivir sin dinero pero no sin
amor” le dice a su fiel amigo que lo mira como si lo entendiese, éste acelera
el paso, ha olido a la labradora de la vecina, esa tan sexy y que ladra cuando
lo ve.
-Amigo, las mujeres nos van a volver locos.
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