Creo que no debían de existir los hombres. Los hombres
insensibles incapaces de tener empatía alguna, seres inmisericordes que solo
sueñan con el poder. El poder es lo único que se la pone realmente dura, ya sea el poder de gobernar un pueblo o un
país, o gobernar su triste casa. Sentirse superior aunque sea a costa de menospreciar a su
pareja.
Aprendieron la frase maldita que dice que para ser un hombre
hay que carecer de sentimientos. “Un hombre tiene que hacer lo que tiene que
hacer”. Para mí un hombre, al igual que pensaban los romanos, es aquel que
cumple su palabra, porque tanto el rico como el pobre puede cumplirla en
igualdad de condiciones. La palabra dada es un valor al que se le ha perdido el
respeto. Quizás por ello queden pocos hombres, a mi humilde entender.
Estamos en plena era de avances tecnológicos y sociales; se
nos llena la boca de hablar de la liberación de la mujer. ¿Liberación? Que pocos hombres logran comprender que una
mujer puede alcanzar un puesto elevado sin utilizar su vagina. Todavía señalamos
con el dedo comportamientos de mujeres, siempre están colgadas para examen de
los demás, siempre expuestas a críticas por ser libres en sus decisiones. Su libertad
sexual siempre lleva pegada, como un postic, el adjetivo más viejo del mundo. No
te pongas minifalda o pensarán que eres una puta. El machismo nunca se ha ido ni lo hará jamás,
pero vivimos en una hipocresía constante de palabras políticamente correctas
pero con ideas opuestas por completo a esos titulares de prensa bonitos pero vacíos
de realidad. Nos han comido tanto el
coco que existen mujeres que piensan como cavernícolas, y mujeres que vuelven
con su futuro verdugo cogiditas de la mano.
Si existe algo en este planeta que se acerca a lo divino,
sin duda es la MUJER. De su vientre nace la vida, de su pecho el amor. Dejarlas
decidir en paz su futuro, su momento. Qué más da que tenga o no hijos, que así
lo quiera o no lo desee, o que no pueda; solo por su condición de mujer merecen
una profunda admiración. Llevamos mucho tiempo echándole la culpa de la
manzana, cuando debimos de matar nosotros la serpiente. Seguramente ella nació
primero y después nosotros, enbobados por su belleza.
En el hombre no hay nada divino, nada de otro mundo ni
especial, solo nuestros actos nos elevan de nuestra mediocridad. Por eso yo
pido la muerte para esos hombres insensibles, psicópatas del amor, eyaculadores
precoces incapaces de provocar un orgasmo femenino, manazas torpes, asesinos de
la feminidad, enemigos de la risa de mujer, bestias que devoran a Eva, salvajes
dementes que escupen la sangre de su madre, famélicos de cariño se pudren en
burdeles ilegales, hienas que ríen en vez de llorar, impotentes de bondad,
cobardes asesinos que no debieron de nacer nunca jamás.
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