Ella conoció otra vida. Otro momento en su tiempo en el que
él la esperaría sentado en su ordenador o en el sofá, con la mesa puesta y la
comida caliente. Con la entrada para algún concierto o el coche preparado para
escapar a la sierra. Ella conoció otro instante en el que era feliz. Momentos imborrables
pero que, como sus lágrimas, en el mar se perdieron.
Ahora quiere estar sola, mirar la luna en penumbra en la
soledad de su estancia vacía. Unos días está triste, otros menos, escalando la
montaña más difícil de todas; donde de nada sirven los pies de gato, ni las
cuerdas, ni sus músculos. Morirá y renacerá cual ave Fénix, ella es así, dura
como la roca, imparable como la tormenta. Pero su corazón llora al rodearse en sus noches de
insignificancias, sombras del pasado, insectos molestos y viento frio que le roba el sueño
llevándoselo al país de nunca jamás.
Sueña con lugares en los que no ha estado, retos que
afrontar… pero también con una estrella que dejó marchar, con esa barca que
estando amarrada a su muelle, desató y dejó que el levante se la llevara. Ahora
llora como nunca pero espera que no sea por siempre.
Afronta la mañana, supera la tarde, pero en la noche se
ahoga porque no está en sus brazos. Abre la ventana y su espíritu salvaje vuela,
nadando con los delfines, saltando riscas con las cabras, corriendo con los
ciervos, cantando con los pájaros. Sigue siendo libre, es feliz, a su manera,
mostrando su coraza de acero, levantando su escudo protector, enseñando los
dientes. Quiere estar sola para sanar y olvidar, aunque sepa que eso es
imposible, la cicatriz está marcada a fuego en su pecho, nadie la ve, porque
está por dentro. Camina rápido, con la cabeza alta, como un pajarillo en la
mañana, como las flores en primavera brillan sus ojos almendrados. Quizás te
enamores si la ves por la calle, no parpadees ni un segundo, pues ya se habrá ido.
Búscala en el cielo, pues ella es la luna.
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