Están sentados en el parque, en el
mismo en el que hace ya más de una década bebían litros de cerveza y descubrían
dónde nacía el rocanrol. En el mismo banco donde escribieron sus nombres, lemas
anarquistas, el nombre de los ligues, o estribillos que ahora tararean
orgullosos de seguir acordándose de ellos. Miran al cielo recordando una edad
melancólica, una edad a la que no quieren volver pero que añoran. Esa edad a la
que viajas cuando el curro te aprieta el culo, cuando se muere el amor que tenías,
cuando las letras (no las que forman palabras) te asfixian sin piedad, cuando
una cerveza con un amigo nos parece el mejor momento del día o quizás de la
semana.
Litros y más litros sentados en
el banco del parque del instituto. Pantalones vaqueros rotos y camisetas negras,
pelo largo o algún corte de pelo extraño. Contando cada moneda para tratar de
comprar otra litrona más. Tarareando himnos imborrables y recordando algún beso,
alguna chica de bonita sonrisa. Haciendo planes para el futuro. Ahora se
vuelven a ver, dos amigos que creerían ser para siempre inseparables. Ahora se
miran y su conversación son trivialidades, la familia, el trabajo, la salud,
etc. Todo cambia cuando saltan preguntas sobre el resto del círculo del banco,
ese que tanto cambiaba de integrantes. Las risas los sorprenden al recordar nombres
que huelen a cerveza y buenos momentos, Moi, Agustín, Juanma, Mario, Salme, Javi,
Basu, Dani, Carlos, Mariano, Rober, Albo, Fran, y tantos que no pueden parar de
hablar y contar batallitas.
Un abrazo sentido baja el telón
que anuncia la hora del cierre. Cada amigo sigue su camino prometiendo quedar
un día de estos todos juntos. Saben que nunca volverán aquellos tiempos y esa loca
reunión jamás tendrá lugar. Uno es ingeniero y el otro funcionario de correos,
pero se sienten perdedores y no saben por qué. Cada amigo sigue su camino con
la cabeza baja, contando las losas del suelo y recordando las tardes en aquel
parque odiando al mundo, odiando a todos, menos a sus amigos. La batalla del
muro la han perdido y ahora se odian a si mismos por la derrota. Pero siempre
quedará un banco y una cerveza, una mesa en aquel bar, y algo que recordar.
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