El insomnio es un gran hijo de
puta. Te roba las horas necesarias de descanso, el culpable de tus ojeras, de
tu mal carácter por las mañanas, de no poder parar de pensar en ella, de
maldecir en la madrugada golpeando la almohada.
Pareces un vampiro viviendo en la
noche, ya no duermes, ni siquiera lo intentas, abandonas tu cama para abrazar
la noche desnuda. Paseos en coche, bares que te reservan el mejor sitio cerca de
la barra. Largas horas de lectura, infinidad de películas, pero nada. Durante el
día te mueres de sueño pero al caer la noche… pam! Tus ojos se abren como
platos. Resoplas, te mueves de un lado para otro, cuentas ovejitas o cabezas de
políticos y banqueros, infusiones relajantes, pero nada de nada. Imposible dormir
sin su calor, sin escuchar su respiración. Cavilando que habrá hecho hoy, dónde
habrá estado, cómo se sentirá, preguntándose si es feliz sin él.
Llega la mañana y comienza un
nuevo día, los problemas que parecían monstruos bicéfalos apenas parecen, a la
luz del sol, unos insectos insignificantes. La claridad de ideas te hace sonreír
aunque tu cuerpo y mente estén cansados por la falta de sueño. Pero al menos,
así no tienes pesadillas. Dejas tu casa para tratar de ser productivo, y desde
la ventana de tu hogar vacío te saluda una sombra maliciosa, es el cabrón del
insomnio, que agazapado te espera a tu vuelta para joderte. Se meterá en tu
cabeza hablándote de ella, de tu futuro, hará temblar la casa, quizás te
engulla con las paredes, escupirá su veneno en las sábanas para impedirte
llegar al mundo onírico. Una pesadilla real, que repite sesión noche tras
noche. En la oscuridad gritas impotente a la sombra que está en la esquina del
techo, le gritas que se vaya, pero solo sonríe. Ella se ha ido y esta cosa
ocupa ahora su lugar, sobrevive sin volverte loco, te dices a ti mismo. Acostúmbrate
a ello, o muere poco a poco.
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