viernes, 27 de marzo de 2020

EL VIAJERO Capítulo 4/ parte 2

                                                           EL VIAJERO 

                                              CAP.4 

   2
De la ventana saltó, no sin dificultad, a una acacia que estaba justo debajo. Las ramas le arañaron las piernas y los brazos, pero la que le iba a causar problemas era los dos cortes en la cara. Uno en la mejilla y otro justo encima de la ceja, la sangre brotaba y no le dejaba ver bien con el ojo izquierdo. La última frontera en su primera fase para la escapada de la ira de La Aldeílla era una pequeña tapia, detrás un huerto y a continuación el pueblo lleno de aldeanos con sed de venganza. Trepó con agilidad a la tapia, tuvo que evitar unos cristales clavados con cemento en el borde del estrecho muro. No pudo evitar abrirse la herida de la mano. Cuando estaba a punto de saltar, un disparo rompió el silencio del pueblo. Varios balines se incrustaron en la espalda, hombro y brazo de José María. Cayó al huerto herido, su camisa gris estaba manchada de sangre, apenas veía donde pisaba y sabía que ya habían descubierto su huida. Tenía que correr, buscar un refugio para recuperase. Se limpió con la manga de la camisa la sangre de la frente, y por un pequeño agujero de la tapia pudo ver como el cazador y Jacinto miraban por la ventana del cuarto de baño del bar.  Se escuchó cierto revuelo más arriba, en la plaza. JM salió corriendo ignorando el dolor, saltando otra verja de alambre. El segundo disparo solo le rozó, lacerándole el muslo. No podía caer, otro disparo y no tendría más fuerzas para seguir. Giró en cuanto alcanzó el final de la calle, no respiraba bien, estaba muy nervioso, herido y tratando de pensar frenéticamente como escapar con vida.
Recordaba un poco las calles, sabía que el taller mecánico estaba en las afueras, con suerte podría llegar allí, coger varias llaves y dar con algún coche que pudiera sacarlo del pueblo. Paró en un soportal oscuro, necesitaba coger aire. En las calles se escuchaban gritos, palos golpeando las paredes, coches con el motor en marcha. Enfrente vio una casa con el postigo entreabierto, la dueña estaba saliendo, llamando a su marido que estaba en la parte superior de la calle. Éste bajaba a por ella, iba armado con una escopeta y le dio una pequeña guadaña a su mujer. JM estaba escondido tras una gran cantarera de arcilla, veía la escena entre la cantarera y la pared, camuflado también por la enredadera que nacía de la enorme vasija. Estaba aterrado pues no tenía ni idea de a dónde ir. Todo el pueblo lo buscaba sin excepción.
El matrimonio se dispuso a partir en la búsqueda del asesino de “La Tizná”, pero el postigo se quedó abierto. El viajero esperó a que los pasos de la pareja se perdieran para cruzar la calle a toda prisa y saltar por el postigo. Entró en la casa y se dio cuenta que podría haber cometido un tremendo error. No sabía si la casa estaba vacía. Pese a ello decidió permanecer allí, seguro de que no lo buscarían en un largo rato. Tenía un plan, de noche sería más fácil moverse por el pueblo que a la luz del día. Lo volvían a subestimar, todos en la calle buscándolo, por el pueblo, por el campo; y él estaba allí, en una de las casas de la marabunta que lo buscaba, curándose las heridas y decidiendo su próximo movimiento.
Buscó un botiquín y comenzó con la curación a sabiendas de que sería imposible sacar por él mismo algunos balines. Un ruido en la casa hizo derramar el bote de yodo a JM. Se asustó, había alguien más en la casa. Agarró un adorno de la pared, era una azada antigua. Se encaminó hacía el ruido, al abrir la puerta del pasillo una niña lo miraba asustada y muy sorprendida. JM trató de calmarla inútilmente, pues la niña iba a chillar en cualquier momento. Ambos se miraron, JM levantó su mano en dirección a la cría, de unos siete años, con la intención de calmarla. La niña miraba la sangre en la ropa y el cuerpo del viajero. Una muchedumbre de gente estaba pasando en ese instante por la calle donde estaba la casa, caminaban agitados al grito de “asesino, y ¡venganza, matemos al asesino!”, empuñaban armas, y utensilios de labranza. La niña, atando cabos rápidamente, gritó. JM se lanzó a por ella, tapándole la boca y agarrándola por la cintura. Le dijo al oído que no gritara. Esperó la reacción de afuera, pero nadie pareció escuchar a la niña entre tanto vocerío. Rápidamente se la llevó donde estaba curándose las heridas y le colocó esparadrapo y vendas en la boca para silenciarla. Le ató las manos y los pies y la dejó en su cama. Le dijo a la niña que lo perdonase, que él no era ningún asesino. JM no sabía por qué le explicaba todo eso a una cría de siete años, que solo lloraba y lloraba.
Bebió agua y se quedó con la azada. También un machete de caza, un abrigo largo con capucha, una caja de cerillas y una linterna. Descubrió una puerta trasera que daba a un pequeño patio y se marchó. Sabía que aquel abrigo, aunque le tapara la cara, no le serviría para pasar desapercibido, pero sí para que no lo descubrieran si lo veían desde una distancia lejana. Todo sumaba y no tenía muchas más opciones.

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