EL VIAJERO
CAPÍTULO 2 / PARTE 2
2
Decidió hacer un pequeño
desvío en su ruta. Quería visitar el Parque Nacional de Cabañeros y los
pueblecitos que lo rodeaban. También podría servir para su trabajo. ¿Por qué
no? Pasó Piedrabuena, El Pozuelo, Porzuna, se detuvo en Alcoba a tomar un café.
En mitad del camino entre Alcoba, y la extensa llanura de nada que tenía
delante, se quedó tirado. Su coche tembló mientras el motor se quejaba por
algo. Se apartó al arcén y echó un vistazo levantando el capó no sin cierta
dificultad. Parecía ser un fallo mecánico.
<<Estos
coches de ahora no llevan nada más que chips de mierda, imposible arreglarlo
por uno mismo>>
Golpeó el parachoques
delantero con una patada de frustración. Trató de arrancarlo sin éxito varias
veces hasta que desistió. Maldijo y maldijo hasta que su garganta le golpeó,
como una madre a su hijo en plena barraquera tonta, en forma de tos. Estaba en
una carretera comarcal, lejos de cualquier taller mecánico del consorcio de su
seguro, perdería tiempo y dinero. Con apenas una raya de cobertura se dispuso a
llamar a la grúa. Tras indicaciones y explicaciones redundantes que le
exasperaban el ánimo aún más, se metió en su coche a esperar a la dichosa grúa
y salir de aquel secarral lo antes posible. Medio dormido trataba de seguir el
baile del trigo mecido por el viento, la llanura infinita en la que se
encontraba estaba sembrada en su totalidad por el cereal amarillo. Apenas
recordaría el sueño que tubo mirando aquella escena, con la ventana bajada y el
asiento de su auto echado hacia atrás. Un hombre mayor, de bigotes prominentes
y mirada penetrante, con cierta inquina, le señalaba con el dedo índice. Su
brazo se movía insistiendo, de arriba abajo levemente con el dedo apuntando
hacia él. El claxon de la grúa lo despertó, pero no se acordaría de ese hombre
ni de su dedo acusador. Lo recordaría más adelante, quizás un poco tarde.
-Levante el capó.
-Buenas tardes. Por decir
algo claro. –A José María no le gustaba la gente mal educada e impertinente.
Aquel chófer de manos sucias y pelo ralo padecía de ambos defectos.
-Buenas. Estaba
durmiendo, eh. Sin estrés no vaya a agobiarse. –Confirmado, mal educado e
impertinente. Un completo gilipollas, vamos.
-Es un fallo electrónico,
no puedo hacer nada, para que matarse, ¿No?
-Claro, claro. Para eso
estamos nosotros. Si tuviera que pagarlo… ya sería otra cosa. El capó. -Hizo un
gesto con la mano señalando el capó del coche.
-Ya lo pago. –JM iba a
llamarle caballero, pero aquel tipo desde luego que no se merecía tal adjetivo
ni cortesía alguna-. Con mi seguro. <<Puto
gilipollas de mierda>>-Cada frase del tipo de la grúa era una
confirmación de su estupidez. José María pulsó la palanquita que abría el capó.
-Ya, ya. El seguro…
Deberían de dar clases de mecánica.
-Oiga, ya le he dicho que
es un fallo electrónico. Si todos fuéramos mecánicos ustedes no tendrían
trabajo. <puto gilipollas>
-Oh, ya lo creo que sí.
Las multas.
-Malditas multas.
-Tiene la correa de
distribución pasada.
-Hace apenas un par de
meses que le hice la revisión. Es imposible. –JM remarcó “imposible”.
-Sí, sí es posible.
Deberá cambiarla o joderá el motor. ¿Sabe lo que es una correa de distribución,
¿no? –Aquel tipo lo estaba poniendo de los nervios.
-Claro que sé lo que es
una correa de distribución, y un cigüeñal, y lo que quieras, ya le he dicho que
es un fallo electrónico.
-Y dale perico al torno.
- ¿Y qué narices es
entonces? <puto gilipollas>
-Seguramente el sistema
electrónico del coche ha captado que su correa de distribución está a punto de
romperse y ha parado el motor para no averiarlo del todo. Hay que llevar los
coches a revisión…
-Pero ya le he dicho que
lo he llevado hace un par de meses… -El tipo le hizo un gesto despectivo con
las manos, como si no quisiera escuchar más. Pensaba que era una excusa -. Oiga
no puede tratarme así, si le digo que lo llevé a revisión es que lo llevé, maldita
sea. Y no creo que el dispositivo electrónico sea capaz de captar algo así.
- ¿Me está llamando
mentiroso?
-No. Solo que -Le
interrumpió el chófer mal educado de la grúa:
- ¿Cómo qué no? Está
poniendo en duda lo que le digo, arréglelo usted si tanto sabe.
-Oiga, por dios, es usted
el que está poniendo en duda mis palabras. Pero da igual. Arregle lo que sea y
terminemos de una vez. –José María estaba haciendo acopio de su máxima
paciencia.
-Tiene que llevarlo a un
taller. Aquí cerca hay uno.
- ¿En serio? Llevo
andando varios kilómetros por aquí y no veo mucho movimiento.
- ¿Dónde crees que estás?
-Hábleme de usted, por
favor. –Aquel hombre había sido desagradable, tosco y mal educado y ahora le tuteaba,
como si fueran conocidos. No se lo permitiría.
-Joder con el finolis. Le
digo que aquí hay de todo, está lejos, pero hay de todo.
-Lléveme al taller cuanto
antes. –No quería hablar más con aquel tipo. Llevaba una hora con el coche
dando vueltas por la zona y solo se había cruzado con una camioneta y un camión
frigorífico. Y ni un bar para parar y refrescarse el gaznate y liberar la
vejiga. Pero no quería seguir discutiendo con el merluzo que le había tocado.
El camino hasta el taller
no era largo, pero al lado de tan ínfima compañía se le hizo eterno. La radio
no funcionaba bien, la señal se iba y venía, lo mejor de la conversación del
chófer eran los silencios; todo parecía estar manchado de grasa, restos de
comida por el suelo, daba la sensación de que allí hubiera llovido colillas de
tabaco y ceniza, y por si fuera poco, la cabina de la grúa despedía un aroma
podrido, fétido. José María tuvo que aguantar un par de veces las ganas de
vomitar. Su estómago se convulsionaba con las curvas y aquel olor nauseabundo.
Hizo un esfuerzo titánico para no regurgitar la comida. Llegar al taller le
pareció un sueño. Al encuentro acudió el mecánico, un tipo alto, de la edad de
José María, unos treinta y tantos, delgado, de prominente nariz, moreno con el
pelo corto y un pequeño tupé. En un momento, él y el apestoso chófer de la grúa
bajaron el coche y abrieron el capó. Intercambiaban frases de amigos mientras
detectaban el problema.
-Pues sí, la correa de
distribución está a punto de morir. Lo bueno es que la hemos pillado a tiempo y
no ha dañado el motor, lo malo es que no tengo recambios hasta mañana.
-Diagnosticó el mecánico.
-Mañana es sábado, ¿te llegará?
-Preguntó el viajero preocupado.
-Puf, es verdad. Mañana
es sábado. No había caído. Que inoportuno.
-No me diga que voy a
tener que quedarme aquí tirado todo el fin de semana…
-Si aquí se está muy bien,
hombre. –JM estaba empezando a perder la paciencia con el chófer de la grúa.
-Tengo que llegar a mi
destino, o perderé mi trabajo. –José María exageraba, pero a ver si así
empatizaban más con él, porque parecía que aquello fuesen unas vacaciones a
todo lujo.
-Rece porque mañana a
primera hora llegue el repuesto. No podemos hacer otra cosa. -El mecánico
parecía un hombre sensato pero corto de imaginación.
- ¿No hay otro taller por
aquí cerca?
-Abierto no, listillo
–Contesto el apestoso mal educado.
- ¡Pero si es viernes!
-Entiendo su enfado y su
prisa. Llame a su seguro a ver si le pueden ofrecer un coche de sustitución
mientras arreglo el suyo. A la vuelta podría recogerlo y no pierde tanto
tiempo. –El mecánico leyó la mente de JM. Pero algo le decía que sería
imposible.
-Si lo tiene contratado
en la póliza de su seguro… -El chófer de la grúa siempre tan positivo, pero
tenía razón, José María no recordaba si tenía ese servicio o no.
Sacó de la guantera un
estuche lleno de papeles relacionados con el automóvil, libro de instrucciones,
multas, facturas, revisiones, y el seguro. Entonces entró al taller una
aparición. Era rubia, alta, de ojos verdes y labios de fresa, pómulos marcados
y bonita sonrisa, irradiaba dulzura.
-Espero te hayas portado
bien con mi pequeño.
-Tú Clio está como nuevo.
Ya te lo puedes llevar prima. –Le contestó alegre el mecánico. Ella saludó a
los allí presentes con un gentil Hola, buenas tardes.
-Para este no son buenas.
–Señalando a José María. Él apestoso era todo un graciosete.
- ¿Y eso, por qué no son
buenas, una avería? –La voz de la aparición rubia también era dulce.
-Sí, y por lo visto va
para largo.
-Si no tiene coche de
sustitución y tiene que pernoctar sin más remedio, mi prima Claudia tiene un
hostal en el pueblo.
-Sí, es verdad. Tengo
habitaciones libres. –José María tiró el
estuche con la póliza del seguro al asiento del copiloto. ¿Por qué no quedarse
el fin de semana? De todas formas, podía
atrasar la cita un par de días. Y quien sabe, a lo mejor era el destino el que
lo había empujado a conocer de aquella manera tan bizarra a Claudia. No creía
en los flechazos, mas hacía tiempo que una mujer no le atraía tanto.
-Pues sí, no tengo más remedio. En mi seguro
no entra el coche de sustitución.
-Ja, lo sabía. Vaya una cagada.
-El apestoso volvía a escupir sandeces.
-Usted no se cansa, eh.
–El conductor de la grúa miró extrañado al viajero.
-Bueno, yo soy Claudia,
usted es…
-José María. Me llamo
José María.
-Bueno Chema, fírmeme aquí, para el parte del
seguro.
-José María, me llamo
José María. Nadie me llama ni me ha llamado nunca Chema. <puto gilipollas>
-Está bien, está
bien. Es que José María parece nombre de
mujer.
- ¿Pero qué tontería es
esa? Por Dios, no le haga ni caso. –Era dulce y simpática, y puso al
impertinente de la grúa en su sitio, un encanto de mujer.
-No me hables de usted,
que me haces viejo.
-A ella sí le deja que le
tutee eh… -El apestoso entró por derecho propio en la lista de enemigos de José
María. Lo miró con desgana.
-No es tan viejo, quizás
tengamos la misma edad. –Terció ella con dulzura.
-Yo treinta y cinco. ¿Tú…
veintidós? –Evidentemente era una broma del viajero, aquella mujer bellísima
tendría al menos treinta años. Ella rio cómplice.
-Ja. Ojalá. Casi los
mismos que tú. Pero bueno, si vas a subir en mi coche nos tutearemos. Qué
remedio. Y no se preocupe por nada, en este pueblo será muy bien acogido, esté
los días que esté. Somos muy buenos anfitriones. Estas palabras las recordará
José María más adelante, resonando en su mente.
-Si son todos tan
simpáticos como tú, no me cabe la menor duda de que estaré como en casa.
- ¡Muchas gracias! Hay
que portarse bien con los viajeros. Para que vuelvan y hablen bien del pueblo.
–Aquella mujer era realmente encantadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario