viernes, 20 de marzo de 2020

EL VIAJERO cap.2 parte 2


                                                                            
                                                                   EL VIAJERO

                                   CAPÍTULO 2 / PARTE 2 


                                                       2


Decidió hacer un pequeño desvío en su ruta. Quería visitar el Parque Nacional de Cabañeros y los pueblecitos que lo rodeaban. También podría servir para su trabajo. ¿Por qué no? Pasó Piedrabuena, El Pozuelo, Porzuna, se detuvo en Alcoba a tomar un café. En mitad del camino entre Alcoba, y la extensa llanura de nada que tenía delante, se quedó tirado. Su coche tembló mientras el motor se quejaba por algo. Se apartó al arcén y echó un vistazo levantando el capó no sin cierta dificultad. Parecía ser un fallo mecánico.

 <<Estos coches de ahora no llevan nada más que chips de mierda, imposible arreglarlo por uno mismo>>

Golpeó el parachoques delantero con una patada de frustración. Trató de arrancarlo sin éxito varias veces hasta que desistió. Maldijo y maldijo hasta que su garganta le golpeó, como una madre a su hijo en plena barraquera tonta, en forma de tos. Estaba en una carretera comarcal, lejos de cualquier taller mecánico del consorcio de su seguro, perdería tiempo y dinero. Con apenas una raya de cobertura se dispuso a llamar a la grúa. Tras indicaciones y explicaciones redundantes que le exasperaban el ánimo aún más, se metió en su coche a esperar a la dichosa grúa y salir de aquel secarral lo antes posible. Medio dormido trataba de seguir el baile del trigo mecido por el viento, la llanura infinita en la que se encontraba estaba sembrada en su totalidad por el cereal amarillo. Apenas recordaría el sueño que tubo mirando aquella escena, con la ventana bajada y el asiento de su auto echado hacia atrás. Un hombre mayor, de bigotes prominentes y mirada penetrante, con cierta inquina, le señalaba con el dedo índice. Su brazo se movía insistiendo, de arriba abajo levemente con el dedo apuntando hacia él. El claxon de la grúa lo despertó, pero no se acordaría de ese hombre ni de su dedo acusador. Lo recordaría más adelante, quizás un poco tarde.

-Levante el capó.

-Buenas tardes. Por decir algo claro. –A José María no le gustaba la gente mal educada e impertinente. Aquel chófer de manos sucias y pelo ralo padecía de ambos defectos.

-Buenas. Estaba durmiendo, eh. Sin estrés no vaya a agobiarse. –Confirmado, mal educado e impertinente. Un completo gilipollas, vamos.

-Es un fallo electrónico, no puedo hacer nada, para que matarse, ¿No?

-Claro, claro. Para eso estamos nosotros. Si tuviera que pagarlo… ya sería otra cosa. El capó. -Hizo un gesto con la mano señalando el capó del coche.

-Ya lo pago. –JM iba a llamarle caballero, pero aquel tipo desde luego que no se merecía tal adjetivo ni cortesía alguna-. Con mi seguro. <<Puto gilipollas de mierda>>-Cada frase del tipo de la grúa era una confirmación de su estupidez. José María pulsó la palanquita que abría el capó.

-Ya, ya. El seguro… Deberían de dar clases de mecánica.

-Oiga, ya le he dicho que es un fallo electrónico. Si todos fuéramos mecánicos ustedes no tendrían trabajo. <puto gilipollas>

-Oh, ya lo creo que sí. Las multas.

-Malditas multas.

-Tiene la correa de distribución pasada.

-Hace apenas un par de meses que le hice la revisión. Es imposible. –JM remarcó “imposible”.

-Sí, sí es posible. Deberá cambiarla o joderá el motor. ¿Sabe lo que es una correa de distribución, ¿no? –Aquel tipo lo estaba poniendo de los nervios.

-Claro que sé lo que es una correa de distribución, y un cigüeñal, y lo que quieras, ya le he dicho que es un fallo electrónico.

-Y dale perico al torno.

- ¿Y qué narices es entonces? <puto gilipollas>

-Seguramente el sistema electrónico del coche ha captado que su correa de distribución está a punto de romperse y ha parado el motor para no averiarlo del todo. Hay que llevar los coches a revisión…

-Pero ya le he dicho que lo he llevado hace un par de meses… -El tipo le hizo un gesto despectivo con las manos, como si no quisiera escuchar más. Pensaba que era una excusa -. Oiga no puede tratarme así, si le digo que lo llevé a revisión es que lo llevé, maldita sea. Y no creo que el dispositivo electrónico sea capaz de captar algo así.

- ¿Me está llamando mentiroso?

-No. Solo que -Le interrumpió el chófer mal educado de la grúa:

- ¿Cómo qué no? Está poniendo en duda lo que le digo, arréglelo usted si tanto sabe.

-Oiga, por dios, es usted el que está poniendo en duda mis palabras. Pero da igual. Arregle lo que sea y terminemos de una vez. –José María estaba haciendo acopio de su máxima paciencia.

-Tiene que llevarlo a un taller. Aquí cerca hay uno.

- ¿En serio? Llevo andando varios kilómetros por aquí y no veo mucho movimiento.

- ¿Dónde crees que estás?

-Hábleme de usted, por favor. –Aquel hombre había sido desagradable, tosco y mal educado y ahora le tuteaba, como si fueran conocidos. No se lo permitiría.

-Joder con el finolis. Le digo que aquí hay de todo, está lejos, pero hay de todo.

-Lléveme al taller cuanto antes. –No quería hablar más con aquel tipo. Llevaba una hora con el coche dando vueltas por la zona y solo se había cruzado con una camioneta y un camión frigorífico. Y ni un bar para parar y refrescarse el gaznate y liberar la vejiga. Pero no quería seguir discutiendo con el merluzo que le había tocado.

El camino hasta el taller no era largo, pero al lado de tan ínfima compañía se le hizo eterno. La radio no funcionaba bien, la señal se iba y venía, lo mejor de la conversación del chófer eran los silencios; todo parecía estar manchado de grasa, restos de comida por el suelo, daba la sensación de que allí hubiera llovido colillas de tabaco y ceniza, y por si fuera poco, la cabina de la grúa despedía un aroma podrido, fétido. José María tuvo que aguantar un par de veces las ganas de vomitar. Su estómago se convulsionaba con las curvas y aquel olor nauseabundo. Hizo un esfuerzo titánico para no regurgitar la comida. Llegar al taller le pareció un sueño. Al encuentro acudió el mecánico, un tipo alto, de la edad de José María, unos treinta y tantos, delgado, de prominente nariz, moreno con el pelo corto y un pequeño tupé. En un momento, él y el apestoso chófer de la grúa bajaron el coche y abrieron el capó. Intercambiaban frases de amigos mientras detectaban el problema.

-Pues sí, la correa de distribución está a punto de morir. Lo bueno es que la hemos pillado a tiempo y no ha dañado el motor, lo malo es que no tengo recambios hasta mañana. -Diagnosticó el mecánico.

-Mañana es sábado, ¿te llegará? -Preguntó el viajero preocupado.

-Puf, es verdad. Mañana es sábado. No había caído. Que inoportuno.

-No me diga que voy a tener que quedarme aquí tirado todo el fin de semana…

-Si aquí se está muy bien, hombre. –JM estaba empezando a perder la paciencia con el chófer de la grúa.

-Tengo que llegar a mi destino, o perderé mi trabajo. –José María exageraba, pero a ver si así empatizaban más con él, porque parecía que aquello fuesen unas vacaciones a todo lujo.

-Rece porque mañana a primera hora llegue el repuesto. No podemos hacer otra cosa. -El mecánico parecía un hombre sensato pero corto de imaginación.

- ¿No hay otro taller por aquí cerca?

-Abierto no, listillo –Contesto el apestoso mal educado.

- ¡Pero si es viernes!

-Entiendo su enfado y su prisa. Llame a su seguro a ver si le pueden ofrecer un coche de sustitución mientras arreglo el suyo. A la vuelta podría recogerlo y no pierde tanto tiempo. –El mecánico leyó la mente de JM. Pero algo le decía que sería imposible.

-Si lo tiene contratado en la póliza de su seguro… -El chófer de la grúa siempre tan positivo, pero tenía razón, José María no recordaba si tenía ese servicio o no.

Sacó de la guantera un estuche lleno de papeles relacionados con el automóvil, libro de instrucciones, multas, facturas, revisiones, y el seguro. Entonces entró al taller una aparición. Era rubia, alta, de ojos verdes y labios de fresa, pómulos marcados y bonita sonrisa, irradiaba dulzura.

-Espero te hayas portado bien con mi pequeño.

-Tú Clio está como nuevo. Ya te lo puedes llevar prima. –Le contestó alegre el mecánico. Ella saludó a los allí presentes con un gentil Hola, buenas tardes.

-Para este no son buenas. –Señalando a José María. Él apestoso era todo un graciosete.

- ¿Y eso, por qué no son buenas, una avería? –La voz de la aparición rubia también era dulce.

-Sí, y por lo visto va para largo.

-Si no tiene coche de sustitución y tiene que pernoctar sin más remedio, mi prima Claudia tiene un hostal en el pueblo.

-Sí, es verdad. Tengo habitaciones libres.  –José María tiró el estuche con la póliza del seguro al asiento del copiloto. ¿Por qué no quedarse el fin de semana?  De todas formas, podía atrasar la cita un par de días. Y quien sabe, a lo mejor era el destino el que lo había empujado a conocer de aquella manera tan bizarra a Claudia. No creía en los flechazos, mas hacía tiempo que una mujer no le atraía tanto.

 -Pues sí, no tengo más remedio. En mi seguro no entra el coche de sustitución.

-Ja, lo sabía. Vaya una cagada. -El apestoso volvía a escupir sandeces.

-Usted no se cansa, eh. –El conductor de la grúa miró extrañado al viajero.

-Bueno, yo soy Claudia, usted es…

-José María. Me llamo José María.

 -Bueno Chema, fírmeme aquí, para el parte del seguro.

-José María, me llamo José María. Nadie me llama ni me ha llamado nunca Chema. <puto gilipollas>

-Está bien, está bien.  Es que José María parece nombre de mujer.

- ¿Pero qué tontería es esa? Por Dios, no le haga ni caso. –Era dulce y simpática, y puso al impertinente de la grúa en su sitio, un encanto de mujer.

-No me hables de usted, que me haces viejo.

-A ella sí le deja que le tutee eh… -El apestoso entró por derecho propio en la lista de enemigos de José María. Lo miró con desgana.

-No es tan viejo, quizás tengamos la misma edad. –Terció ella con dulzura.

-Yo treinta y cinco. ¿Tú… veintidós? –Evidentemente era una broma del viajero, aquella mujer bellísima tendría al menos treinta años. Ella rio cómplice.

-Ja. Ojalá. Casi los mismos que tú. Pero bueno, si vas a subir en mi coche nos tutearemos. Qué remedio. Y no se preocupe por nada, en este pueblo será muy bien acogido, esté los días que esté. Somos muy buenos anfitriones. Estas palabras las recordará José María más adelante, resonando en su mente.

-Si son todos tan simpáticos como tú, no me cabe la menor duda de que estaré como en casa.

- ¡Muchas gracias! Hay que portarse bien con los viajeros. Para que vuelvan y hablen bien del pueblo. –Aquella mujer era realmente encantadora.


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