sábado, 28 de marzo de 2020

EL VIAJERO CAP.5 CON LOS GATOS / PARTE 1


                                     EL VIAJERO

                     CAPÍTULO 5  CON LOS GATOS                                                                 

                                               1



Por quinta vez buscó en su bolsillo su móvil. Ahora maldecía habérselo dejado en el hostal. La cobertura era malísima en el pueblo y pensó que para qué cogerlo. Ahora se maldecía por tal decisión. Caminaba con sigilo, y muerto de miedo. Todo el pueblo, sin excepción, estaba buscándole. No lo entregarían a la policía, no harían un juicio, ni siquiera le preguntarían antes de matarlo; solo querían venganza.

La idea de descubrir realmente quien la mató le seducía, descubrir al asesino de Ángeles, hacer justicia y demostrarles a esos paletos lo equivocados que estaban. Pero ese plan era suicida, una utopía. Mas una idea no paraba de golpearle en la cabeza. “La Tizná”; venía de la casa del alcalde, era evidente que allí pasó algo. Quizás el hombre extraño del bigote estaba ayudando a Jacinto. Trataron de ponerme nervioso, que pareciera que yo ocultase algo. Seguro que a esa pobre chiquilla la forzaron y luego la mataron. Pero aquella idea tampoco tenía sentido, ¿por qué lo hicieron? El viajero no tenía respuesta para esa pregunta. Ensimismado en sus hipótesis no se percató de un sonido que se acercaba. Era el roce de un cartón con el viento, como las cartas de póker que robaba a su padre para ponerlas en la rueda de la bici y hacer más ruido con la velocidad. JM se puso nervioso pues el sonido se acercaba muy rápidamente. Se escondió debajo de un coche, con la azada fuertemente agarrada. No se fiaba de nadie, ni siquiera de los críos.

Cuatro niños derraparon justo a la misma altura del coche.

- ¿Seguro que has visto algo?

-Sí, seguro. He visto la sombra, estaba escondido por aquí.

JM ni se imaginaba cómo podrían haberlo visto. Debía de tener más cautela, las sombras comenzaban a alargarse con el ocaso y esta gente no era de ciudad. Sabían si una sombra se escondía o era solo eso, una sombra.

-Si lo encontramos nosotros antes que los mayores seremos héroes.

- ¿Y si nos mata?

-Cobarde, vamos armados. Llevo la escopeta de mi padre.

-Queréis callaros. Podría estar escondido por aquí. Idiotas.

JM sabía que lo encontrarían. Los niños tienen imaginación, juegan al escondite, y esconderse debajo de un coche en la calle es como esconderse debajo de la cama en una casa. Quería moverse, pero cualquier roce con el suelo lo escucharían. Todos los críos quedaron en silencio, cada segundo se hacía eterno, JM pensaba que lo habían visto, pero él solo veía los pies caminando hacia los coches. Uno de ellos arrastraba un pico de obra. Comenzaron a reír de repente, uno de ellos sacó unos petardos que encendieron y tiraron debajo de los coches. Dos de ellos fueron a parar justo al coche donde se escondía José María. Gracias al abrigo no sufrió quemaduras, pero los oídos le pitaban y tuvo que morderse el brazo para aguantar el susto y el dolor. De nuevo silencio, unos ladridos llamaron la atención de los críos. Era un pastor alemán enorme, precioso y fatal pues JM pensó que era el peor animal que podría entrar en escena. Eran listos y fieles. Y nunca abandonaban en su empeño. Trató de salir de debajo del coche ahora que los ladridos ahogaban el ruido de sus movimientos. Apoyado en la rueda del coche se dio cuenta que no tenía freno de mano. Observaba a unos gatos que saltaban a una higuera y de ésta a un tejado, estaban asustados por el perro. Entonces se le iluminó la mente al viajero. Él haría lo mismo que los gatos, ascendería a los tejados y desde allí podría observar donde se encontraba la turba de locos paletos. Los ladridos del perro se acercaban, tenía que huir, aunque no sabía cómo hacerlo de un pastor alemán. De pronto el can se encontraba mordiendo la parte baja de su abrigo, los niños desde el otro lado jaleaban al perro. El pastor alemán gruñía y José María no tenía tiempo para remilgos, le asestó un duro golpe con la azada en la pata, el can aulló de dolor, a JM no le gustó golpear al animal, pero su vida estaba en juego. Se revolvió de frente hacía los críos, sabedor de que portaban un arma, se abalanzó arrojando la escopeta fuera de su alcance, pero el chico del pico le golpeó con fuerza en la espalda, casi sin aire contratacó golpeando las pequeñas manos que sujetaban el pico, el niño gritó llorando y los demás corrieron a por ayuda. JM no sintió lastima ninguna. Era el fastidioso crío rubio de la bicicleta.

Empujó el coche hacia la higuera, desde el techo del coche saltó al árbol y de allí al tejado. Debía de volar por las tejas si no quería que lo encontraran. El chico que por la mañana le atropelló con la bici le gritaba desde abajo que iban a matarlo. JM se acordó de la película de Chicho Ibáñez, “¿Quién puede matar a un niño?” solo que en este pueblo TODOS querían matarlo, hijos y padres, abuelos, abuelas y hasta los perros. El miedo se aferró a sus tripas, debía huir, olvidando las punzadas de dolor de la espalda, el rasguño de su frente, que volvía a gotear sangre, los balines de su hombro y pierna derecha, el pitido de su oído por la explosión del petardo, la ansiedad. Pero lo peor era la sed, tenía mucha sed, y el agua no le saciaria.

Caminar por los tejados de los pueblos de castilla, es relativamente fácil, las casas suelen estar muy juntas, algunas incluso pared con pared, tienen soleras, y muros estrechos por los que se puede caminar de un tejado a otro. Y la noche lo camuflaba. Pocas luces en las calles y el sol oculto. Una sombra más.

Sabían que estaba por los tejados, debido a esos malditos críos, pero debía ascender para ver el camino que le pudiera llevar al taller. En una de las casas más altas se encaramó por una vid hasta un ventanuco donde miraban la luna, que ya brillaba reinante en el cielo, un montón de gatos callejeros. Acurrucado con los gatos, decidió descansar allí. Junto con los felinos, famélicos y desconfiados se sintió ridículo. Lo atraparían, lo matarían, pero antes seguro que lo maltratarían, lo vejarían… no quería imaginar esa escena. Desde donde estaba podía ver la dirección exacta del camino que llegaba al taller. Podría bordear el pueblo por la derecha, dónde había menos casas y cortijos. Y seguir la dirección de la carretera campo a través para no ser visto por ningún coche. Pero… ¿y si era eso lo que esperaban que hiciera? Tenía dudas de su plan, lo único cierto es que no podría permanecer escondido mucho tiempo. Podría robar algún coche del pueblo y salir pitando, pero nunca había robado un coche. Hoy en día ni en los pueblos dejan ya los coches abiertos, y mucho menos con las llaves puestas o escondidas en la guantera. No podía jugarse su suerte a esa carta. Debía llegar al taller, coger todas las llaves y salir pitando con el primer coche que arrancase. O llamar a la policía desde allí. O llamar y salir pitando con el coche. También estaba la opción del hostal. Pero confiar en una mujer, en una mujer bella y que además le gustaba mucho… no era buena idea. Nunca en su vida fue buena idea. No olvidaba la mirada de desconcierto de Claudia, la incertidumbre en sus palabras. En resumidas cuentas, él era un completo desconocido, pero sentía que habían conectado, que podía confiar en ella. Pero esa es la trampa del amor. Y JM sabía mucho de ello. Portaba cicatrices íntimas, interiores, dolorosas, invisibles a la vista, mas no al espíritu. Con lo bien que se encontraba últimamente. Con lo bien que iba ahora todo. Y si Claudia, que el destino lo había llevado hacia ella, ¿era una prueba más? Y si debía confiar en ella y demostrarle su inocencia. O a lo mejor moría delante de ella como prueba de que no se puede confiar en ese sentimiento que le produce recordar con anhelo aquellos ojos verdes. Pero y si…

Mientras dudaba, los gatos salieron de repente corriendo tejado abajo. El ventanuco se estaba abriendo, el viajero estaba a la derecha de la hoja que se abría, un cañón de escopeta asomó, como una víbora se mecía para izquierda y derecha, se asomó un poco más, pudiendo ver JM la mano que lo empuñaba. Era una mano curtida por el sol, arrugada pero fuerte. Los nudillos estaban blancos, apretaba el hierro con fuerza, con rabia. Pegado a la pared como una lagartija, JM aguantó la respiración y permaneció inmóvil, cualquier ruido alertaría a aquel tipo que, suponía, buscaba al viajero para pegarle un tiro. No sabía cuánto tiempo permanecería allí, de pie, uncido a la pared, rezando para que no saliera al tejado aquel hombre armado. JM pensó en abalanzarse sobre el arma, arrebatársela y tener algo mejor con lo que defenderse, pero no sabía si habría alguien más en la habitación, también estaba la posibilidad de una caída desde una altura considerable. Entonces el cañón se detuvo en su terrorífico vaivén. Levantó el arma, JM se percató demasiado tarde del por qué. Se había dejado la azada justo debajo de la ventana. El viajero se lamentó por un error tan infantil. El brazo libre agarró la azada, casi se podía ver la cara del hombre.  Sin pensarlo pateó la hoja golpeando el brazo y la cabeza del hombre, casi anciano, pero fuerte. La azada resbaló tejado abajo y JM se sintió desprotegido, se abalanzó para robarle la escopeta, pero las tejas dificultaban sus movimientos. Forcejearon durante un tiempo que al viajero le parecieron horas. Cuando sentía que iba a caer de espaldas, pateó la cara del anciano para que no pudiera disparar. Caía JM tejado abajo, el anciano con un ojo cerrado y la boca sangrando, apuntaba rápidamente al viajero, éste detuvo la caída al golpearse con un alero, rápidamente arrojó una teja al ventanuco para evitar el disparo del viejo. La teja voló en mil pedazos ante el disparo del anciano, la explosión hizo caer a JM, se golpeó contra la canaleta de agua y se precipitó al vacío. Por suerte, apenas 2 metros más abajo había otra casa. Como los gatos, JM cayó de rodillas, pudo ver que se encontraba sobre un techo de uralita, tragó saliva y decidió moverse muy lentamente. La uralita es muy débil. Apenas había movido la rodilla unos centímetros, la uralita crujió. JM trató de moverse lentamente, pero cuando su brazo accedía ya al duro suelo de la solana la uralita quebró, engullendo a JM. Las casas de los pueblos de sierra suelen tener techos altos. Esta no era una excepción. El viajero aterrizó sobre una mesa llena de pañitos.  Una anciana lo miraba con una mano en el pecho, su expresión mostraba sorpresa sin duda, pero también mucho miedo. Cojeando José María decidió usar ese miedo y dirigirse hacia la anciana.

- ¡Un coche, deme las llaves de un coche!

-No… noo-La anciana no podía hablar, estaba aterrorizada.

- ¡No qué! –JM estaba furioso, sabía que era una buena oportunidad para escapar.

-No tengo coche.

-Ya sé que usted no tiene. -Dijo JM vehemente-. Alguien de su familia, un hijo, yerno, nieto…

-No… espere… -La anciana se dio la vuelta, detrás de ella había una cómoda.

- ¿Qué busca abuela?

-Creo que están aquí las llaves del todoterreno de mi marido. –JM no podía creer su suerte.

- ¿Dónde está aparcado?

-Justo en la puerta. Espera un momento, no me hagas daño.

-Dese prisa o la mato. –JM buscaba un arma en aquella casa. No sabía si habría más gente. Miró un cuchillo que estaba en el suelo, era grande. Lo recogió.

-Vamos, no tengo todo el día.

-Estaban por aquí…

JM comenzaba a ponerse nervioso, podía ser un ardite para ganar tiempo.

- ¡Señora le doy tres segundos o le corto el cuello aquí mismo! –JM no se reconocía.

La abuela seguía buscando en los cajones.

-Uno…

-Un momento, por favor.

-Dos…

-Creo que son estas… ay no…

- ¡Sáquelas ya o le corto el cuello!

Una puerta se abrió al fondo del pasillo que se encontraba a la izquierda.

- ¡Tú no le vas a cortar el cuello a nadie hijo de puta forastero! –La anciana se había dado la vuelta rabiosa, portaba una navaja de grandes dimensiones. Parecía más de adorno, JM no deseaba comprobarlo.

- ¡Está aquí! -Gritó la vieja llena de una repentina jovialidad.

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