CAPÍTULO 3 PARTE 2
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Entonces volvió a ver a la muchacha de las uvas, estaba
nerviosa, tenía un morado en el brazo e iba tirando las pocas uvas que le
quedaban en la cesta. José María le preguntó dónde se había mojado la blusa,
iba empapada, mostrando sus pechos turgentes, su piel morena, tersa, joven y
dorada. Si no fuera por Claudia aquella chica le hubiera robado el sentido.
Ángeles hablaba atropelladamente, tratando de disculparse y alejándose cada vez
más, tenía prisa por llegar a su casa. Comenzaba a brotar en su cuello una
marca rojiza. José María se preocupó por ella, que ahora le parecía más pequeña
y débil, más infeliz y perdida. Sintió que ella corría un gran peligro. Trató
de alcanzarla para calmarla y ver si podía ayudarla, todo era en vano, “La
Tizná” rehusó todos sus ofrecimientos afirmando una y otra vez que no pasaba
nada. Solo quería cambiarse de ropa. Al hablar JM pudo descubrir sangre en los
labios de la muchacha. Una ventana se cerró con sigilo detrás de José María,
una puerta se entornó, a través del resquicio solo se veía oscuridad, como las
fauces de una bestia. En la calle empedrada, que tan bonita le pareció antes,
ahora reinaba un silencio extraño. Solo resonaban los pasos de “La Tizná”
alejándose a toda prisa. La tranquilidad y paz del lugar se transformaron en
una sensación inestable, alteración y desconfianza. José María sintió inseguridad.
Tras aquellas puertas, aldabas, ventanales y postigos se ocultaban recelosos
ojos y oídos vigilando, acechando; cada casa era un laberinto que llevaban a un
monstruo diferente. Lo sintió en su piel que se erizó, lo sintió profundamente
en su interior. Aquellas sensaciones no solían fallarle a él. Siempre desechaba el camino que le producía
la menor sensación de desconfianza. Y nunca le pasó nada en sus viajes por las
carreteras, salvo en esta ocasión. Aquella aldeílla que tanto le gustaba estaba
gritándole ahora que se fuera lejos, cuantos antes. José María quería irse ya
mismo, no sabía muy bien por qué, pero quería irse. Caminó deprisa, pisando las
uvas de Ángeles, a las que miró como a una profecía. Sabía que cada vez que
volviera a comer uvas, se acordaría de “La Tizná”, pero para ello debía de
salir de aquel pueblo. Sin saber por qué se acordó de las absurdas palabras del
alcalde.
Miró su móvil, sin datos, la cobertura iba y venía.
Decidió probar suerte, llamó a su seguro. Era una urgencia, llamaría para pedir
un coche de sustitución, así se lo dijo a la operadora, cuya voz le pareció un
coro de ninfas. Necesitaba irse de ese pueblo. En ese instante un hombre alto,
fornido, mayor y con grandes bigotes caminaba en dirección opuesta a él. La
sensación de peligro se acrecentó con la presencia de aquel hombre. José María
lo miró a los ojos y tuvo la sensación de haberlo visto antes. La operadora
dijo algo, pero el sonido era penoso. La cobertura se fue y JM se sintió muy
solo, abandonado. Comenzaba a pensar que estaba paranoico. El hombre parecía
disminuir la velocidad al llegar a su altura, JM se puso en tensión. Un
campanazo, del reloj del pueblo, rompió el silencio, al viajero se le cayó el
móvil por la sorpresa y al agacharse a recogerlo aquel hombre no estaba. JM
miró a todas partes, mas allí no había nadie. Se mesó los cabellos, se agarró
las rodillas, trató de inspirar aire. Tenía que irse de allí, y como un empujón
fantasmal, una voz le dijo, allí mismo en la calle solitaria, “vete”.
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