jueves, 26 de marzo de 2020

EL VIAJERO Capítulo 4 El Almuerzo

                                                        EL VIAJERO

                            CAPÍTULO 4 EL ALMUERZO


    1

El viajero anduvo deprisa en dirección al hostal Buena Estancia. Deseaba marcharse, llamar a su seguro y que le mandaran un vehículo de sustitución. Era de esperar que allí habría teléfono fijo y quizás hasta internet. Debía abandonar aquel pueblo lo antes posible. Ya. La extraña sensación de peligro le persiguió por cada calle hasta llegar al hostal. Allí, franqueado por dos duendecillos que se reían se erigía el hostal de Claudia. La sensación de peligro se apaciguó mientras cruzaba la hilera de castaños. De repente José María se paró en seco y se giró, sentía que alguien le observaba, y así era. Un hombre alto, fornido, bastante mayor y de grandes bigotes le miraba desde la puerta del bar. No podía ser, ¿estaba viendo visiones?  Un segundo problema se le sumaba a José María, comenzó a tener sed. No de una cerveza, a la que podía controlar, sino de algo más fuerte, whisky, ginebra, bourbon, vodka, absenta… entonces sacudió la cabeza como tratando de espantar musarañas de su mente, como si los diablillos verdes y las hadas de la absenta se difuminaran con aquel movimiento. Al cruzar la puerta ya no le parecieron tan graciosos los duendes de la fachada. Le estaban visitando fantasmas del pasado, y eso era algo que JM no debía permitir.
En el hall del hostal le esperaba Claudia, al lado un hombre con tupé. Era Antonio, el mecánico, el primo de Claudia. JM, en un esfuerzo por disimular su ansiedad, bromeó con Antonio, sin la grasa no lo había reconocido. Organizaron una comida en el bar de Dori, Claudia, Antonio y él. No le apetecía en absoluto.
Ya en el bar JM tuvo que contestar varias veces que no le pasaba nada, tanto Dori como Claudia notaron el nerviosismo de JM, ya en la mesa, el viajero pidió agua, no quería beber alcohol, ni siquiera cerveza. No podía permitirse perder el control. Estuvo a punto de salir corriendo al darse cuenta de que se había dejado el móvil en la habitación del hostal. Apenas tenía cobertura y sospechaba que le sería inútil, aun así sentía aquel descuido como un error fatal.
En la mesa del fondo estaba sentado aquel hombre de grandes bigotes. Estaba sentado solo, de espaldas. No podía ser un fantasma. Había dos mesas más ocupadas, en una estaba la señora de la casa de macetas tan bien cuidadas, la tía de Claudia, Angustias, y su marido Basilio. Se saludaron, pero el gesto del ex militar fue muy seco. En la otra una señora muy gorda de risa insufrible, de esas que provocan dolor de cabeza y que quieras dejar la mesa y alejarte de tan horrible cacareo. Junto a ella dos mujeres más, Remedios, la cotilla y la vecina del cura, Otilia, de mirada algo siniestra. En la barra se encontraba el seco, otro tipo más rollizo, con la camisa abierta y la tripa de un oso, algo borracho y desaliñado, y un tercero, de cara traviesa, ojos pequeños y que hablaba todo el rato en verso: - Buenas noches forastero, que pases buena noche espero.
A José María se le antojo el bar más pequeño que el día anterior.
El mecánico bromeó con el agua, pero paró cuando su prima se lo pidió.
-El agua es lo más sano. Hay que beber más agua y menos cerveza, mira la tripa que estás echando.
Antonio se fue al baño, momento que aprovechó Claudia para volver a insistir.
-Ahora que estamos solos, ¿de verdad que no te ha ocurrido nada? Tienes otra cara, te veo muy preocupado. - Hizo hincapié en el “muy”.
- ¿Puedo ser sincero contigo?
-Claro, eres mi único huésped, bromeó Claudia.
-Mira, me he cruzado con la gitanilla del pueblo, no sé si hay más, la llaman “La Tizná”.
-Sí, es guapísima. ¿Qué te ha ocurrido con ella? -Hizo la pregunta como si supiera la respuesta, como si se imaginase que ellos hubieran tenido una aventura, un affaire.
JM le explicó su agradable encuentro en la fuente y luego el nerviosismo de ella cuando se la encontró de repente. Asustada y con el moratón en el cuello y en el brazo, la sangre en la boca y la ropa totalmente mojada. Claudia se tensó, pero JM no se percató de ello y siguió con su relato en voz baja, para que nadie pudiera oírle. Le narró su sensación, las puertas y ventanas, y la voz diciéndole vete.
-No estoy loco Claudia, ni esto es una broma. Pero creo que a esa chiquilla la perseguían. Y creo que ese hombre sabe algo. –Le indicó a Claudia que se refería al hombre del fondo, el que se encontraba de espaldas a todos, el de grandes bigotes. El que desaparecía.
-Es Joel, aunque no te lo creas tiene noventa años. Antes tenía una funeraria. No sé por qué pero hay algo en él que me pone los pelos de punta, es un hombre extraño, inquietante.
-Desde luego es un personaje de película, de película de terror. ¿Qué pensarías si te digo que me lo he cruzado por una callejuela, me he agachado para coger el móvil y al levantarme ya no estaba?
-Ay José María, pues que te estás quedando conmigo.
-Te digo que es cierto. Y me persigue. Creo que la voz que escuche diciéndome que me fuera, era la de él. –Una risotada interrumpió la conversación por un instante.
-No soporto esa risa. –Dijo con sinceridad marcada Claudia.
-Yo tampoco. Me miran mucho esas mujeres.
-No te preocupes. –Claudia rio-. Eres un forastero, su nuevo divertimento, la novedad.
Antonio regresó del servicio de hombres, la conversación volvió a la banalidad anterior, pero JM seguía nervioso y tenso. Quería explicarle todo con calma a Claudia, quería que la mujer de las risotadas parara, que el borracho de la barra se callara y el pesado de los versos también. Todo le molestaba, pero ninguno le ponía el vello de punta como el hombre de negro al fondo del bar, de espaldas, pero como si lo estuviera mirando fijamente a los ojos. Entonces José María observó un cambio en la expresión de Claudia, que miraba hacia la puerta. JM siguió la mirada de Claudia, era el chico tímido que vio en el taller mecánico, Fidel, antes de que Antonio o Claudia pudieran saludarle el chico se esfumó.
Estaría buscando a alguien. –Concluyó Antonio. Claudia no parecía satisfecha con la conclusión.
-Me parece mal educado no entrar a un sitio donde conoces a todos y no decir nada.
-Tendría prisa, prima. Es un chaval, van atontados.
-La edad del pavo. –Apuntó JM, sintiendo algo parecido a lo que decía Claudia, pero no era falta de educación, fue raro. Como todo esa tarde.
Estaban ya en los postres, JM anhelaba estar a solas con Claudia, la deseaba, pero deseaba más explicarle que algo extraño pasaba. Para centrarse decidió no apartar la mirada de los ojos verdes de aquella mujer tan bella, se dejó llevar, probó un chupito de licor de hierbas de la casa, y se prometió a si mismo intentarlo, dormir abrazado a su Afrodita particular. Ella lo miraba, incluso sus miradas se cruzaban y permanecían en un letargo carnal. Se deseaban, seguro que sí, pensaba José María, pero cuando parecía relajarse del todo notó un cambió en el fondo del comedor, el hombre alto de los bigotes se había dado la vuelta y lo estaba mirando. El viajero volvió a ponerse nervioso, incluso rellenó el vaso de chupito ante la mirada de los demás comensales, y se lo bebió del tirón. Estaba sudando y no podía parar de mirar a aquel hombre fantasmagórico. Entonces unas palabras nacieron de la boca del hombre de negro, volaron por el bar pero solo JM las escuchó: “vas a morir, aquí”. José María se levantó sobresaltado, asustando a todos los que estaban en el bar. Se quedó mirando a Joel, no sabía cómo lo había hecho. Miró a Claudia esperando una respuesta, pero nadie había escuchado nada.
- ¿De verdad que nadie ha escuchado nada? ¿No habéis escuchado como…? –Al darse cuenta de su ridícula reacción se sentó molesto y confuso. Se aflojó el primer botón de su camisa, se enjugó el sudor de su frente, bebió agua y pidió a Claudia irse cuanto antes.
Un gong rompió el silencio del mediodía en La Aldeilla, era la campana de la iglesia.
- ¿Quién ha muerto? -Preguntó Dori a los allí presentes.
- ¿Cómo? -Preguntó JM extrañado.
-Es… -Claudia indicó con el dedo, hacía fuera, en dirección a la iglesia, refiriéndose a la campana-. el toque de muerto. 
<lo que me faltaba> pensó el viajero.
-El toque de muerto en el pueblo retumba
ya cavan el hoyo para la tumba. -Era el borracho poeta.
-Pues yo me voy a mi hostal, a ver si me pueden mandar ese coche de sustitución, que a mí los funerales… Dime que se debe Dori.- JM no podía más. Y, sin saber muy bien por qué, guardaba una idea, más bien una corazonada, de quién podría ser la persona muerta.
- ¿Pero no decías que tu seguro no tenía coche de sustitución? -Preguntó Antonio el mecánico. José María no sabía qué decir, solo deseaba largarse de allí.
-Tú no vas a ninguna parte. –Un hombre con una oz en la mano franqueó la puerta del bar. Detrás de él, Jacinto, el alcalde y otro hombre vestido de cazador, con escopeta y un par de perdices colgadas de su cinto.
- Pero… ¿qué estáis diciendo? - Preguntó Claudia alarmada.
-Amancio ha encontrado a Ángeles…-Jacinto, el alcalde, hizo una pausa para llevarse el puño a la boca, a José María le pareció una pausa demasiado dramática, falsa-. A descubierto el cadáver de Ángeles, la han matado. Era sólo una muchacha…
-Lo siento muchísimo, era encantadora, pero… ¿qué tiene que ver eso conmigo?
-Pues que tú la mataste. -Al viajero se le cayó el mundo a los pies.
Hubo un gran revuelo en el bar, José María trataba de explicar que nada de eso era cierto, que si alguien la había matado por qué no Joel, que había sido el primero en acusar, o el porpio alcalde que estaba loco. Pero Jacinto alegó que varios vecinos lo vieron hablando con la chica, que incluso hubo un forcejeo. JM no daba crédito, miró a Claudia esperando ayuda en su defensa, pero Claudia solo bajó la cabeza. El mecánico, Antonio, con el que acaba de comer y tener una reunión tranquila, ahora reforzaba la acusación con pruebas en el coche, pues llevaba catálogos de cuchillos y espadas, armas de fuego y caza mayor. José María no podía creer tal demencia y que ese mecánico cotilla hubiera hurgado en sus pertenencias.
-Es mi trabajo por el amor de Dios. Llamar a la policía. No tenéis ninguna prueba, esto es una locura.
-Lleva nervioso desde que entró. -Dijo la señora de las risotadas.
-Sí, se diría que tenía algo que ocultar. -Dijo Remedios de seguidillo.
-Yo lo vi limpiar su mano de sangre en la fuente. - Era la tía de Claudia, JM levantó su mano mostrando su herida para explicarlo, no podía creer tantas injurias absurdas contra él.
-Hace un momento ha saltado de su silla como un mono. Está claro que no tiene la conciencia tranquila. –Dijo el ex militar Basilio.
-Para mí está más que claro. –El hombre robusto que portaba la oz en una mano agarró a José María con su mano libre, atrapándole por la muñeca. JM sintió como si aquellos dedos fueran tenazas. Imposible zafarse de aquella fuerza.
-Esto es una locura. –JM miraba a Dori y a Claudia buscando auxilio y comprensión, quizás algo de cordura en aquella pesadilla. Pero las dos mujeres estaban consternadas-. ¡Soy inocente! La policía lo demostrará, se reirán de vosotros, paletos. –Insultarlos no ayudaba en su situación.
Un silencio fúnebre se apoderó de la escena. Se escuchaban los pasos de los demás habitantes llegando a la plaza y preguntándose qué había ocurrido. El cura señalaba el bar.
-Es posible que la policía encuentre pruebas y es posible que no. Pero esto es La Aldeilla, nunca ha sido asesinado nadie, hasta hoy. Para mí está muy claro. Cristalino. –Sentenció Jacinto, el alcalde.
-No llames a la policía Jacinto, ni a la guardia civil. Se está demasiado bien en la cárcel. Hagámosle lo mismo a él. –La macabra solución era de Basilio.
El cazador secundó la idea, a la que se sumó Emiliano, quien sujetaba a JM, el borracho aprendiz de poeta, las tres mujeres de la mesa, el mecánico quien lo miraba con profunda inquina y Jacinto, quien sentenció: -No necesitamos a nadie, ya sabemos cómo funciona la justicia en nuestro país…
Al viajero le sorprendió que el único hombre que no aprobó tal salvajismo fuera Romero, el hombre áspero de difícil conversación.
- ¿Tienes algo que decir? –Le preguntó el alcalde.
- ¿Yo…? –José María estaba aterrado. Pero su cerebro trataba de pensar-. ¿Puedo ir al baño? -Todos los que reclamaban sangre rieron. Lo vieron estúpido e infantil. Jacinto le hizo un gesto a Emiliano con la mano para que lo soltara, éste le sonrió de forma extraña al viajero. Estaban todos locos. Dori hizo ademán de decir algo mirando al baño, pero se calló.
-Dejarlo que haga sus necesidades, no vaya que se nos cague encima. -Todos rieron la chanza del cazador.
JM entró al baño rezando por que no hubiera rejas en la ventana que recordaba que había encima del wáter. Suspiró aliviado al comprobar que así era. Echó el pestillo para ganar tiempo si decidían entrar. En la ventana solo una red mosquitera que, de un impetuoso puñetazo empujado por la adrenalina, rompió de un solo golpe. Había altura, pero nada que no pudiera solventar. Se escucharon unos golpes en la puerta, no tardarían en echarla abajo.
Se alegró de la estupidez de sus captores, de su exceso de confianza, pero como no tuviera suerte y actuase rápido lo atraparían de nuevo, y esta vez no tendría escapatoria.
En la plaza del pueblo la noticia corrió como un reguero de pólvora. Todos se daban prisa en armarse y marchar en busca del asesino de “La Tizna”. El pueblo no era muy grande, no tardarían mucho en encontrarlo. Ellos vivían ahí, él solo era un forastero más.

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