sábado, 21 de marzo de 2020

EL VIAJERO capítulo / 2 parte 3


                                                                     EL VIAJERO

                                                              CAPÍTULO 2/ PARTE 3 


                                                                                  3


El pueblo se llamaba La Aldeílla, nombre que le venía que ni pintado porque apenas había un centenar de viviendas, era un pueblo típico de Castilla, muy limpio y cuidado, todas las casas guardaban la misma estructura, techo de teja roja y fachada de piedra. El suelo estaba empedrado con pequeños adoquines grises y marrones. Una gran fuente, con dos chorros para beber agua, era el centro de la austera plaza del pueblo. Bancos de madera y piedra gris recorrían el cuadrado que formaba la plaza presidida por una pequeña iglesia románica. Un ábside y una pequeña torre rematada con una espadaña de doble arco era su presentación. Aunque pequeñita, en comparación al tamaño de aquella villa, que tampoco es que fuera muy grande, era una iglesia de importancia, destacando por encima de todo el paisaje.
El hostal se llamaba “Buenaestancia”. Sin duda el nombre representaba aquello que pretendía su dueña; que toda persona allí hospedada tuviera un buen descanso en aquel lugar perdido. Con cada segundo que permanecía al lado de Claudia, (escuchando su voz, mirando su cara, atento a sus gestos) más se enamoraba José María de ella. No podía remediarlo.
- ¿Tenéis muchas visitas en este pueblo?
-No las que debiera.
-Perdona que lo pregunte, pero ¿No es un pueblo muy pequeño para un hostal?
-Puede que sí. Pero en temporada de caza lo lleno siempre. El turismo rural se ha puesto de moda y mi hostal es de los más visitados en internet de toda esta zona. Me da para comer, si es eso lo que te preocupa, ¿O es que acaso me quieres hacer competencia? –José María estaba pensando en su trabajo, pero no tenía nada que ver con hostales ni turismo rural.
-Tranquila, tranquila. La hostelería no es lo mío. –JM reía cada comentario de Claudia.
-Aparcaré detrás. Ya verás cómo te va a gustar... Gustar no, encantar.
-Por la fachada ya parece una preciosidad, como la dueña. -Se sorprendió así mismo tras aquel comentario. Pero qué podía perder. Estaría apenas dos días, pensaba aprovecharlos al máximo.
-Muchas gracias José María. Yo no soy para tanto, pero el hostal me ha costado mucho esfuerzo y tesón. Que ahora tenga este aspecto de cuento se debe a mi cabezonería y mi sueño. Hasta me trataron de loca, pero ahora todos me alaban.
No exageraba Claudia cuando decía que su hostal parecía sacado de un cuento. La fachada era igual que las demás casas del pueblo, de piedra, pero era una piedra más refinada, con más lustre. El tejado era más angulado, con dos buhardillas con un alfeizar lo suficientemente ancho para sentarse y tomar el sol. La puerta era gigantesca, de madera de roble, con una aldaba en forma de cabeza de lobo, de sus colmillos sobresalía el llamador.  Las ventanas estaban todas adornadas con flores, los balcones eran los típicos de la zona, de madera y al estilo colonial. Todo parecía recién pintado. Una de las esquinas del hostal estaba cubierta por completo por una hiedra que ascendía desde el patio trasero hasta el tejado. La canaleta estaba finamente dibujada con los escudos de las familias de la aldea. Un pequeño pasillo de castaños escoltaba al visitante hasta la entrada, donde dos duendecillos de porcelana daban la bienvenida.
La habitación que le escogió Claudia era perfecta. El balcón miraba a la bonita plaza del pueblo, las lámparas estaban hechas de cristales dibujados con motivos rústicos; quizás pensaba él, hechas por las propias manos de la dueña del hostal. La cama era cómoda y el baño contenía un detalle tras otro; patitos de goma en la bañera, gel aromático, toallas limpias con el logo del hostal bordado, un lavabo antiguo de madera con una palangana de porcelana, alfombras verdes a juego con los cuadros y la cortina de la bañera. La mampostería retro y las tuberías, pintadas también de verde, estaban a la vista. Todo era perfecto en la habitación. Faltaba ella tumbada en la cama, con las sábanas como única prenda. Además, tenía un bonito detalle, (otro más) las habitaciones no estaban numeradas, nombres de árboles ordenaban las veinticinco habitaciones. El cansado viajero abrió la ventana de su habitación, La Higuera, y respiró aquel aire puro y limpio. La brisa era agradable, fresquita, que parecía limpiar la piel de la suciedad de la ciudad y aclaraba el rostro borrando ojeras producidas por el estrés. Solo se escuchaba el trinar de los pájaros que al atardecer revoloteaban más que a cualquier hora del día. El lugar tenía magia, quizás alimentado por la energía y chispa de Claudia. Esa mujer le gustaba, y le gustaba mucho. Quizás vuelva algún día.  Pero José María aún no se había marchado, e iba a tardar en hacerlo.

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