lunes, 30 de marzo de 2020



                                             CAPÍTULO 6 

    TAKE NO PRISIONERS
 
 
                       1
No hago prisioneros. JM estaba exultante, había escapado varias veces del peligro, de una muerte segura. La adrenalina de su cuerpo lo ascendía en volandas al nirvana de la supervivencia. Estaba exultante, y no solo porque había escapado, ahora tenía un arma. Miró la carga, dos cartuchos. Suficientes para salvar el pellejo. Hasta ahora no había pegado ni un tiro y había solventado momentos muy complicados.
En su mente sonaba una canción “Take no prisioners”, de Megadeth. Era la presa, mas no sería una presa fácil.  Corrió por encima de la casa del ventanuco, pensó en ocultarse en ella, pero esconderse no era un buen plan. Debía moverse. Lo había visto en multitud de programas de supervivencia. Muévete o muere. Sabía que los tejados ya estaban vigilados, así que desde las alturas buscaba un lugar seguro. Agazapado en uno de los tejados más próximos a los bancales que rodeaban el pueblo, divisó un grupo de cazadores apostados en la salida del municipio. Habían cortado la salida del pueblo con barricadas improvisadas, un tractor, varios coches y rejas de una obra. La opción del coche no era válida. Menos mal que aquel plan de escapar en coche no había dado sus frutos porque hubiera sido atrapado. Debía seguir el plan inicial, llegar al taller, a las afueras del pueblo y lejos del corte de carretera, caminando campo a través, y buscar un coche que lo alejase la tumba que tenía preparada la Aldeílla.
Saltó de una tapia a la calle más solitaria que pudo ver desde los tejados. A ras de suelo se sentía más frágil, más indefenso. Caminó con cautela sabedor de que cualquier mirada daría la alarma. Buscaba las sombras cual ladrón.
Un camino angosto bajaba directamente a unos bancales de olivos. Era perfecto para esconderse y caminar en la oscuridad por el campo en dirección al taller. Agachado corrió calle abajo. Sentía miradas en la espalda, como si supieran que estaba allí. La adrenalina dio pasó a un estado de temor absoluto e irracional. Los olivos, que se encontraban ya a pocos metros de distancia, parecían guardianes furiosos de La Aldeílla. El viajero no se encontraba cómodo escondido entre las sombras de esos árboles centenarios que amenazaban con atraparlo con sus ramas. Corría en la dirección que creía bordeaba la carretera hasta el taller. Cayó de bruces al tropezar con una raíz, JM hubiera jurado que alguien le había zancadilleado.  El viento le traía gritos y voces lejanas. Las campanas del pueblo tocaban la hora en punto. Apenas eran las ocho, pero la oscuridad en aquel pueblo perdido era total. Tirado en el suelo vislumbró un haz de luz delante de él. Cerro abajo, justo a cincuenta metros de donde se encontraba, un grupo de hombres, armados con escopetas y cuerdas bajaba buscando su rastro. Estaba atrapado. Delante seis hombres, detrás de nuevo el pueblo entero, buscándolo. No podía quedarse ahí agazapado en el suelo. Lo descubrirían. Decidió acurrucarse detrás del olivo donde había tropezado, no podía hacer más ruido ni levantar más tierra. Miró el suelo pensando que con la linterna descubrirían sus huellas. Con una retama cortada trató de borrar las marcas de sus botas. Pero el haz de luz estaba ya muy próximo. Debía esconderse y esperar. Los olivos son árboles densos, con muchas ramas, era invierno y estaban cargados de aceitunas. La noche era oscura, el haz de luz de la linterna no lo elevaban del suelo, podría funcionar… JM se subió al árbol con toda la prudencia de la que fue capaz. A cámara lenta ascendió quedándose en cuclillas en el centro de la copa del árbol, totalmente oculto tras las ramas dobladas de aceitunas. El viento suave disimuló el ruido de ramas al subir.
Los hombres que lo buscaban pararon justo debajo del olivo que cobijaba a José María. Miraban el suelo buscando algún rastro, pero luego enfocaban más adelante. Hablaban sin entender muy bien JM lo que decían. Parecía que estaban confusos, no se veía nada, pero alguien les avisó de que el viajero se encaminaba a los olivos de la tía Frasca.  Allí no había nadie. JM, con la escopeta apuntando a sus cabezas, rezaba porque siguieran su camino. Pero no fue así, el grupo se dispersó, tres hombres se marcharon al pueblo y otros tres se quedaron por la zona. JM estaba perdido, esperaría que se alejasen del todo los otros tres, pero cuánto tiempo podría permanecer en el árbol escondido sin ser visto, y, sobre todo, cuánto tiempo aguantarían sus piernas la posición tan incómoda en la que se encontraban. Estaba en un aprieto, pero no podía perder la ventaja de la sorpresa. Si lo encontraban lo apuntarían con sus armas, y estaría perdido. Pero si disparaba él primero… uno de ellos no portaba arma de fuego alguna, dos disparos, dos hombres armados de tres. Era difícil pero no imposible.

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