Un rastro de sangre en el aire, tu herida se abre con el
vuelo pero debías escapar, volar alto y no tocar tierra hasta alcanzar el mar
para sanar tus heridas, la sal te ayudará. Cuanto más alto es tu vuelo más
nubes atraviesas, manchándolas de rojo carmesí, debilitándote con cada rastro. Desciendes
hacia el suelo con un doble tirabuzón, tu adrenalina está a tope y no tienes
miedo de nada. Sientes las gotas saladas del mar en tu piel al rozar tu cuerpo en el aterrizaje, dejando
atrás las preocupaciones y la rabia al escuchar las mentiras de tanto político
de postín. Te zambulles en el agua sin pensarlo, apretando los dientes por el
dolor, pero eso es bueno, tu herida está desinfectando, solo falta que
cicatrice.
Te detienes a descansar
y secar tu cuerpo desnudo bajo el sol, la arena es cálida y la brisa
impregnada en salitre es agradable. Miras el cielo, “tienes que seguir volando”
te dices a ti mismo… pero el relajante
rumor de las olas te atrapa. Quieres descansar, morir en esta playa esperando
resucitar algún día. Cual reptil calientas tu sangre regenerando tu estado, es
agradable secarse con los rayos del sol, poco a poco, sintiendo como se va la
humedad con el calor del astro rey, el único dios verdadero. Miras a tu
izquierda, dunas y vegetación, a la derecha rocas que simulan formas de
animales que parecen puestas por una mano gigante jugando a despistarte. El mar se ve verde turquesa y te recuerda a
algo, te abraza una sombra de una nube pasajera, escrutando tu alma en busca de
demonios y mentiras. Su abrazo es reparador, no tienes frio y quieres seguir
allí descansando. Huele a mujer y una
voz femenina te acaricia la oreja. Extrañamente cómodo sabes que debes partir,
seguir volando, pero tu herida te grita y en esta playa estas tan a gusto… Miras
el cielo, tomas impulso pero la sombra no te deja y te preguntas si la herida
cicatrizará mejor en esta playa de amor escondido. Rendido al fin, te abandonas
a ese abrazo esperando despertar curado.
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