No puedo dejar de sentir un hormigueo en el estómago cada
vez que veo esta película, o una simple foto en Google, o escucho su
encantadora banda sonora. No sé si es porque vi por primera vez a Jennifer
Conelly, mi primer amor imposible, o la magia que rodea a esta película; pero
la verdad es que me retrotrae a mi infancia, a esa edad de la inocencia pura,
en la que tu única preocupación es de qué te va a hacer tu madre el bocadillo. En
la habitación de Sarah nos muestran todo lo que nos van a contar a
continuación. Es un film redondo a mi entender, sin ordenadores, todo
artesanal,- quizás esté ahí “esa magia”- Te cautiva todo, la presencia imponente
de David Bowie, la belleza inocente de Conelly, los personajes, a cada cual más
pintoresco; la música, ese baile que se marca Bowie con sus goblins, etc. Pero es una peli para verla de niño, cuando
aún crees en monstruos y dragones, en goblins y duendecillos, en magos y
brujas. Es para verla cuando tu
imaginación es fértil, virgen, cuando eres un crio que fantasea y juega con su
mente. ¿Dónde dejamos esa imaginación, en el primer desamor, cuando pasamos a
ser un ladrillo más del muro maldito de la sociedad que tan bien saben levantar
en la escuela, en la jodida adolescencia donde te señalan si no sigues la
corriente maloliente, en la búsqueda de un trabajo que te haga ganar pasta para
comprarte un casa y estar entrampado el resto de tus días, o cuando vemos morir
a un ser querido? Quizás simplemente con la edad, con cada palo o alegría que
te da la vida. En una ocasión me dijeron –No recuerdo quién- que no fumaba
porque seguía siendo un crio, le sigues teniendo asco al tabaco. Y así es. Quizás
por eso sueño despierto o por las noches no duermo imaginando historias mil. Quizás
por eso escriba, o quizás por eso siga viendo Dentro del Laberinto, o quizás
por eso siga buscando a mi Jennifer Conelly, quizás por eso no quiera volver
atrás aunque la eche de menos, quizás por eso sonrío con facilidad, quizás por eso
me gusten tanto los besos, quizás por eso no pueda pasar por una pastelería sin
entrar a comprar algo de chocolate… Una
amiga, bueno, ya una conocida, me dijo en una ocasión que era un crio. Todavía no
sé por qué pero lo intuyo; no era el marido manitas, ni el tipo serio que toda
mujer –ella supongo- busca, no era comedido con las visitas y mi mente viajaba
al país de nunca jamás con demasiada facilidad, por no hablar de mis locos
proyectos, -“que tienes 30 años Joaquín...”.-Me decía con voz de madre antigua. Cenas
de parejas, de conversación banal, donde yo miraba la ventana y soñaba con
escapar. Estaba en un laberinto, en un laberinto y mi Sarah me entendía, no
estaba Ludo ni Toby pero sí que había trampas. El tiempo pasó en ese laberinto
feliz, hasta que mi compañera dejo de mirarme y comprenderme. Los muros ascendieron
tapando el sol y mi corazón gritó. Pude escapar amargamente a lomos de otros
locos críos que soñaban con los ojos abiertos, los niños perdidos con los que
anhelaba escapar. Volando de nube en nube a través de mil besos y abrazos. “Encuentra
tu camino” escucho detrás de mí, la voz la reconozco pero ya es tarde, dejé
atrás ese laberinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario