martes, 22 de enero de 2013

Dentro del Laberinto

No puedo dejar de sentir un hormigueo en el estómago cada vez que veo esta película, o una simple foto en Google, o escucho su encantadora banda sonora. No sé si es porque vi por primera vez a Jennifer Conelly, mi primer amor imposible, o la magia que rodea a esta película; pero la verdad es que me retrotrae a mi infancia, a esa edad de la inocencia pura, en la que tu única preocupación es de qué te va a hacer tu madre el bocadillo. En la habitación de Sarah nos muestran todo lo que nos van a contar a continuación. Es un film redondo a mi entender, sin ordenadores, todo artesanal,- quizás esté ahí “esa magia”- Te cautiva todo, la presencia imponente de David Bowie, la belleza inocente de Conelly, los personajes, a cada cual más pintoresco; la música, ese baile que se marca Bowie con sus goblins, etc.  Pero es una peli para verla de niño, cuando aún crees en monstruos y dragones, en goblins y duendecillos, en magos y brujas. Es para verla  cuando tu imaginación es fértil, virgen, cuando eres un crio que fantasea y juega con su mente. ¿Dónde dejamos esa imaginación, en el primer desamor, cuando pasamos a ser un ladrillo más del muro maldito de la sociedad que tan bien saben levantar en la escuela, en la jodida adolescencia donde te señalan si no sigues la corriente maloliente, en la búsqueda de un trabajo que te haga ganar pasta para comprarte un casa y estar entrampado el resto de tus días, o cuando vemos morir a un ser querido? Quizás simplemente con la edad, con cada palo o alegría que te da la vida. En una ocasión me dijeron –No recuerdo quién- que no fumaba porque seguía siendo un crio, le sigues teniendo asco al tabaco. Y así es. Quizás por eso sueño despierto o por las noches no duermo imaginando historias mil. Quizás por eso escriba, o quizás por eso siga viendo Dentro del Laberinto, o quizás por eso siga buscando a mi Jennifer Conelly, quizás por eso no quiera volver atrás aunque la eche de menos, quizás por eso sonrío con facilidad, quizás por eso me gusten tanto los besos, quizás por eso no pueda pasar por una pastelería sin entrar a comprar algo de chocolate…  Una amiga, bueno, ya una conocida, me dijo en una ocasión que era un crio. Todavía no sé por qué pero lo intuyo; no era el marido manitas, ni el tipo serio que toda mujer –ella supongo- busca, no era comedido con las visitas y mi mente viajaba al país de nunca jamás con demasiada facilidad, por no hablar de mis locos proyectos, -“que tienes 30 años Joaquín...”.-Me decía con voz de madre antigua. Cenas de parejas, de conversación banal, donde yo miraba la ventana y soñaba con escapar. Estaba en un laberinto, en un laberinto y mi Sarah me entendía, no estaba Ludo ni Toby pero sí que había trampas. El tiempo pasó en ese laberinto feliz, hasta que mi compañera dejo de mirarme y comprenderme. Los muros ascendieron tapando el sol y mi corazón gritó. Pude escapar amargamente a lomos de otros locos críos que soñaban con los ojos abiertos, los niños perdidos con los que anhelaba escapar. Volando de nube en nube a través de mil besos y abrazos. “Encuentra tu camino” escucho detrás de mí, la voz la reconozco pero ya es tarde, dejé atrás ese laberinto.

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