miércoles, 23 de enero de 2013

UN INSTANTE



Él la mira cuando ella no dirige la vista hacia sus ojos. Él vacila a la hora de hablar, pero no puede dejar de mirarla.  El gusanillo de su estómago parce una serpiente, está muy nervioso. Ella lo nota, lista y resolutiva comienza la conversación, sus mariposas parecen aves que vayan a salir volando por su ombligo. La conversación es banal pero no quieren dejar de hablar. Él no para de cambiar su móvil de mano y ella es incapaz de dejar la correa de su bolso. Él la lleva viendo casi a diario desde que se mudó hará más de un año a su nuevo apartamento. Solo se habían cruzado un hola, unos buenos días, pero nunca en el buzón. Ella quiere invitarle a café pero le parece demasiado rápido por su parte, si él se lo pidiera… Él le dice que no sabe ni que va a comer, no es un cocinillas que digamos. Ella le invita a comer, ¿por qué no? Él entra en su hogar; después de un año un hombre entra de nuevo en su casa, piensa ella. -Cloe, te llamas Cloe, ¿verdad? –Pregunta como si dudase de ello aunque sabe perfectamente cómo se llama.
-Sí, claro, lo pone en la puerta. Y tu nombre es… -Ella también sabe cómo se llama él, Sergio. Y que lleva en el vecindario apenas un año.
-Sergio, me llamo Sergio. Bonita casa.
Juntos comen ensalada de arroz, y de postre fruta con risas que se provocan juntos. Con el café ganas de juntar su piel, de estrecharse el uno con el otro. Llevan demasiado tiempo solos, perdidos en la urbe, recién llegados que buscan amigos, que buscan cariño. Sus miradas se entrecruzan y sus labios se desean. El aroma del café fluye por el salón, sus manos están calientes por el contacto con la taza, igual que su corazón. Sergio no había estado tanto tiempo hablando con alguien que no fuera sobre su trabajo, química, que no quiere que acabe nunca la charla. Cloe quiere ahogarse en sus ojos marrones con vetas verdes, despeinarle, besarle la cara. Él esta ensimismado, pero quiere disimular, no quiere parecer presa fácil, ella tampoco. Un silencio rompe la charla y sus cabezas  levantan la vista de sus tazas, Sergio tiene prisa el trabajo, debe conducir un largo recorrido. Ella lo entiende y le pide precaución conduciendo. En la puerta se despiden dos besos, uno rozando la comisura de los labios, en apenas un segundo su tiempo se para, sus mejillas se rozan a cámara lenta y sus perfumes se entremezclan. Se acarician el brazo y sus labios casi se tocan. Él se va con buen sabor de boca y algo más en el estómago, pero se arrepiente de no haber sido más lanzado. Sergio no va a tener otra oportunidad. Cloe sueña despierta con el reencuentro, friega la taza del café pensando en él, no quiere ir a trabajar porque no está centrada, esta ilusionada. No sabe que jamás lo volverá a ver, preguntará  con ansiedad al casero,  a la semana siguiente, dónde se llevan las cosas de Sergio.

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