Él la mira cuando ella no dirige la vista hacia sus ojos. Él
vacila a la hora de hablar, pero no puede dejar de mirarla. El gusanillo de su estómago parce una
serpiente, está muy nervioso. Ella lo nota, lista y resolutiva comienza la conversación,
sus mariposas parecen aves que vayan a salir volando por su ombligo. La
conversación es banal pero no quieren dejar de hablar. Él no para de cambiar su
móvil de mano y ella es incapaz de dejar la correa de su bolso. Él la lleva
viendo casi a diario desde que se mudó hará más de un año a su nuevo
apartamento. Solo se habían cruzado un hola, unos buenos días, pero nunca en el
buzón. Ella quiere invitarle a café pero le parece demasiado rápido por su
parte, si él se lo pidiera… Él le dice que no sabe ni que va a comer, no es un
cocinillas que digamos. Ella le invita a comer, ¿por qué no? Él entra en su
hogar; después de un año un hombre entra de nuevo en su casa, piensa ella.
-Cloe, te llamas Cloe, ¿verdad? –Pregunta como si dudase de ello aunque sabe
perfectamente cómo se llama.
-Sí, claro, lo pone en la puerta. Y tu nombre es… -Ella
también sabe cómo se llama él, Sergio. Y que lleva en el vecindario apenas un
año.
-Sergio, me llamo Sergio. Bonita casa.
Juntos comen ensalada de arroz, y de postre fruta con risas
que se provocan juntos. Con el café ganas de juntar su piel, de estrecharse el
uno con el otro. Llevan demasiado tiempo solos, perdidos en la urbe, recién
llegados que buscan amigos, que buscan cariño. Sus miradas se entrecruzan y sus
labios se desean. El aroma del café fluye por el salón, sus manos están
calientes por el contacto con la taza, igual que su corazón. Sergio no había
estado tanto tiempo hablando con alguien que no fuera sobre su trabajo,
química, que no quiere que acabe nunca la charla. Cloe quiere ahogarse en sus
ojos marrones con vetas verdes, despeinarle, besarle la cara. Él esta
ensimismado, pero quiere disimular, no quiere parecer presa fácil, ella
tampoco. Un silencio rompe la charla y sus cabezas levantan la vista de sus tazas, Sergio tiene
prisa el trabajo, debe conducir un largo recorrido. Ella lo entiende y le pide
precaución conduciendo. En la puerta se despiden dos besos, uno rozando la
comisura de los labios, en apenas un segundo su tiempo se para, sus mejillas se
rozan a cámara lenta y sus perfumes se entremezclan. Se acarician el brazo y
sus labios casi se tocan. Él se va con buen sabor de boca y algo más en el
estómago, pero se arrepiente de no haber sido más lanzado. Sergio no va a tener
otra oportunidad. Cloe sueña despierta con el reencuentro, friega la taza del
café pensando en él, no quiere ir a trabajar porque no está centrada, esta
ilusionada. No sabe que jamás lo volverá a ver, preguntará con ansiedad al casero, a la semana siguiente, dónde se llevan las cosas
de Sergio.
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