lunes, 14 de enero de 2013

SOLO LARGO




A la misma hora y en el mismo sitio, él, de flequillo imposible y ojos negros que hablan por sí mismos, acude a su cita secreta. Se sienta y pide un solo largo, se lo pide a ella, la camarera rubia de sonrisa bondadosa y pantalones ajustados;  de gestos gráciles y ojos marrones. Él no sabe que ella lo ha pasado mal, relaciones turbulentas faltas de caricias y sobradas de problemas y malos modos, él no sabe que a ella le gustan sus bromas, sus buenos modales, su naturalidad, su sonrisa. Ella es un romántica empedernida y él solo un tipo curioso, que ama a las mujeres. Él también tiene su historia, sin problemas oscuros, sin un dolor que perdure en el tiempo, es feliz pero se siente nostálgico y falto de un “no sé qué” en su vida que trata de llenar conociendo a chicas como ella. No le gusta la soledad pero tampoco quiere compartir su vida indefinidamente. No sabe lo que quiere y eso es lo que lo tiene completamente roto.
Ella le sirve el café con la gracia de una bailarina de ballet, casi de puntillas se mueve por la barra con gestos memorizados,  naturales, cotidianos pero bellos. El tiempo parece pararse mientras le acerca el vaso humeante, él la sonríe como hace siempre, sabe que a ella le gusta.
Hablan del tiempo, de la crisis, de Stephen King, de La Fuga… el viento golpea con fuerza afuera, ellos dentro, se han quedado solos en el bar, resguardados del frio que trae el poniente. Sus manos se tocan y sus miradas se encuentran, el silencio hace acto de presencia y dos sonrisas amanecen en sus caras. Para qué decir nada, solo una hora y un lugar, sin barra de por medio.
Entra una madre a la cafetería con una niña morena de ojos grandes y cara bonita, él se queda mirando a la niña, recordando una ocasión en el tiempo, en la que una decisión pudo cambiar su vida. Quizás ahora estaría en la cafetería también, pero cogiendo la mano de su hija; abrigándola para salir a la calle y luchar contra aquel viento, sí; quizás, quizás fuese tan bonita como aquella niña, o como la dulce camarera, o como la enfermera de ojos verdes, o quizá con ojos cordobeses como la peluquera, o tal vez azules, como la vecina del  segundo. Tal vez no se enamoraría un segundo de cada una de ellas si la verdadera mujer de su vida se hubiese hecho realidad.
Él se despide y se aleja con el viento de poniente, ella, lo mira esperanzada pero con cierto odio, no quiere amar a ningún hombre, pero anhela estar abrazada a sus brazos cuando el viento invernal golpee su ventana y sacuda las paredes de su hogar. Quiere tomarse un café por las mañanas con él a su lado, mientras se bebe junto a ella su solo largo.

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