Cada cierto tiempo me gusta ver una película, “El club de
los cinco”. Cuanto más la veo más me gusta. Es un canto a la rebeldía, a los
millones de kilómetros que separan a los educadores de los adolescentes, a los
prejuicios, a la amistad. Tres chicos, y dos chicas, cinco clichés tipo que
funcionan, estereotipos, sí, pero una vez comienza la historia y avanzan sus
personajes esos clichés se vienen abajo y te muestran otras personas totalmente
distintas. Más humanas, más reales. Lo que viene a resumir el film es que no
puedes juzgar a una persona si antes no la conoces, te equivocarás seguro. Así que juega al club de los cinco, te
sorprenderá.
Sin ser un dramón, ni caer en la lagrimilla fácil, “El club
de los cinco” me produce una nostalgia infinita, me siento bien pero triste, y
no sé muy bien porqué, pero es digno de admirar que una película te siga
trasmitiendo lo mismo aunque pase el tiempo y tú cambies con la edad y con tu
vida. Es como esa canción… escuchas el primer acorde y te inundan los
recuerdos, sensaciones agazapadas en tu subconsciente que te arañan el pecho
cuando suena el estribillo. Nos gusta sentir un poco de dolor, creo, porque nos
despierta de nuestro letargo, nos dice que tenemos algo dentro que late y
siente, que no somos autómatas programados.
Disfruta del café, agarra bien la taza y siente el calor,
regálale a tu olfato su intenso aroma. Lee algo, escucha música, disfruta de lo
que te rodea, y si estás acompañado siéntete feliz, ese momento se pasará, se
perderá como se pierden de tu vista las estrellas en la niebla.
La vida es apenas un segundo cuando te lo pasas bien pero
una eternidad cuando lo pasas mal.
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