martes, 29 de enero de 2013

EL ROCKERO



El viejo rockero descuelga su Fender Stratocaster, con tantos arañazos como él arrugas en la piel, mirándola como a una antigua novia. Le duele la espalda, pero no el estómago, por lo que vuelve a llenarse de bourbon el vaso y a desparramarse en el primer taburete libre en la sala. Hay mujeres bonitas pero el rockero prefiere entregarse al licor, es más sencillo y menos cansado. Sus huesos se resienten del viaje, del ajetreo del concierto, de los altavoces, de tocar por cuatro billetes pequeños… alguien grita que toquen otro tema y él vuelve la cabeza para que no le vean, para no volver a subirse; esta noche no hay bis. En sus hombros además de tatuajes lleva la marca de un pasado sin freno, excesos y más excesos, vida sin control ni parada de descanso. Amaneciendo por sorpresa, casi de chiripa.
Odia  a esos chavales que dicen ir de roqueros con esas pintas de niños pijos, con instrumentos impolutos y ropas de marca. Ha perdido la fe, la fe en la música, la fe en las nuevas generaciones, la fe en él mismo. El hastío ha derribado su puerta, ha desafinado sus cuerdas de acero. Pero sigue tocando, sigue despellejándose las yemas de los dedos en cada acorde, dejándose las muñecas en cada riff, entregado al rock & roll.  
La noche ya no es su amante ni los aplausos su alimento, la luna hace tiempo lo dejó atrás y su cuerpo ya no es objeto de pecado, sus dedos se atrofian por momentos y ya no hace los coros. No importa, él sigue tocando, cazando notas en el aire como un mago de las seis cuerdas, escupiendo fuego cual dragón llameante.
Da igual la ciudad, pueblo o antro; da igual su estado de salud o la carta de menú del bar de turno, seguirá en la carretera, seguirá tocando, pues esta con la música casado. Al final del último tema mira al cielo, traspasando el negro techo, buscando aprobación divina. Regresa al escenario bajando la cabeza, no obtiene respuesta, debe seguir tocando.

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