Las 6 de la mañana y el viejo panadero ya está despierto,
desayunado y echándole de comer a sus queridos animales. Gallinas, tórtolas,
perdices, algún conejo, su gato al que no le ha puesto nombre y su fiel amigo
Raco. Un pastor alemán inteligente y bien enseñado, que ya le salvó la vida en
una ocasión, pero eso, es otra historia. Su prioridad eran ellos, su única
preocupación, su único interés. Hortelano de corazón, panadero de profesión,
utópica su vida. Atrapado en su caserón, entre dos moles de edificios de 8
plantas, encerrado en su mundo por rejas que eran aquello que llamaban urbanización.
Calles en obras cada dos por tres y coches circulando a todas horas, algunos
para andar tan solo 200 metros. Una locura a la que había sido invitado en numerosas ocasiones. Mucho
dinero le ofrecieron en su antigua mesa de roble, que tan bien quedaba en su
rústico salón, unos tipos vestidos de pingüinos mientras miraban su casa con
cara de asco. “Un contrato que no podía rechazar” le insistían cansinos e
inmisericordes. El viejo panadero no quería dinero, a nadie tenía para
dejárselo en herencia; no quería un piso
nuevo, prefería su casa y su huerto. En un piso no sería libre, no tendría
animales, no tendría vida. Y por qué no decirlo, al viejo panadero le encantaba
sacar de quicio a aquellos especuladores de mierda, aquellos jóvenes ambiciosos
en busca de un pelotazo, que se jodan. “Cuando muera, que hagan lo que quieran,
pero mientras viva, mi casa será mi casa. Ya pueden gastar la saliva que
quieran, que no me convencerán, pobres de alma” No había día que no se sentara en su silla a
tomar el aire que no le preguntara algún vecino pesado el porqué de su negativa
a vender, si era un gran negocio.
El viejo panadero llevó una vida nocturna, trabajar de noche
y dormir de día; pero ahora ese horario maldito le había provocado un terrible insomnio.
Apenas duerme, aunque se acuesta pronto,
nada más ocultarse el sol. Piensa que a su edad, ya ha dormido suficiente. Cuando sueña, lo hace con el horno de leña
donde tostaban el pan; aquel olor, difícil de encontrar algo que huela mejor,
le envuelve en sueños mezclado con un perfume de mujer, un perfume que conocía
muy bien, en otro tiempo, cuando no era el viejo panadero.
En ese momento siempre despertaba, antes de ver la cara de
aquella mujer. Como una pesadilla recurrente le aceleraba el corazón y le
alejaba las ganas de dormir. Se recostaba pese a saber que ya no dormiría, pero
se está calentito bajo las mantas. Raco acude siempre que se despierta, preocupado por su
amo, sabía abrir la puerta con una pata. “Te falta hablar, amigo” le decía siempre el
viejo panadero. Su fiel amigo era toda la familia que él tenía, profiriéndole un
gran amor a aquel can de mirada inteligente. Pero esa noche el pastor alemán
estaba inquieto, más de lo normal. En el aire flotaba algo raro, algo ajeno a
la casa, a su casa. El viejo panadero sintió lo mismo un momento después, ya
con el insomnio haciendo de las suyas. El ambiente era denso, un perfume fluía
en aquella estancia, un perfume conocido y un frio extraño, intenso, se
apoderaron de la habitación. Raco ladró pero el viejo panadero no sabía a qué
exactamente. Algo se cruzó en el espejo, el frio aumentaba; como la sensación
de no estar solo. Encendió la luz avergonzado, pues sentía algo de temor, cosa
que jamás le pasó antes. Acarició a su perro y se rió pues allí no había nadie.
Se colgó de los hombros su bata roja para, acto seguido, comprobar que la
ventana estaba bien cerrada. Se acostó de nuevo en la cama, el frío era
terrible. Raco pareció relajarse pero no se fue de la habitación, se quedó a
los pies de su querido amo. Sin saber aún por qué, aquella noche el viejo
panadero durmió de un tirón, sin soñar nada desagradable, sin interrupción
alguna. Después de 10 años de insomnio, pudo dormir una noche entera.
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