domingo, 20 de enero de 2013

EL VIEJO PANADERO (2ª PARTE)




Las 6 de la mañana y el viejo panadero ya está despierto, desayunado y echándole de comer a sus queridos animales. Gallinas, tórtolas, perdices, algún conejo, su gato al que no le ha puesto nombre y su fiel amigo Raco. Un pastor alemán inteligente y bien enseñado, que ya le salvó la vida en una ocasión, pero eso, es otra historia. Su prioridad eran ellos, su única preocupación, su único interés. Hortelano de corazón, panadero de profesión, utópica su vida. Atrapado en su caserón, entre dos moles de edificios de 8 plantas, encerrado en su mundo por rejas que eran aquello que llamaban urbanización. Calles en obras cada dos por tres y coches circulando a todas horas, algunos para andar tan solo 200 metros. Una locura a la que  había sido invitado en numerosas ocasiones. Mucho dinero le ofrecieron en su antigua mesa de roble, que tan bien quedaba en su rústico salón, unos tipos vestidos de pingüinos mientras miraban su casa con cara de asco. “Un contrato que no podía rechazar” le insistían cansinos e inmisericordes. El viejo panadero no quería dinero, a nadie tenía para dejárselo en herencia;  no quería un piso nuevo, prefería su casa y su huerto. En un piso no sería libre, no tendría animales, no tendría vida. Y por qué no decirlo, al viejo panadero le encantaba sacar de quicio a aquellos especuladores de mierda, aquellos jóvenes ambiciosos en busca de un pelotazo, que se jodan. “Cuando muera, que hagan lo que quieran, pero mientras viva, mi casa será mi casa. Ya pueden gastar la saliva que quieran, que no me convencerán, pobres de alma”  No había día que no se sentara en su silla a tomar el aire que no le preguntara algún vecino pesado el porqué de su negativa a vender, si era un gran negocio.


El viejo panadero llevó una vida nocturna, trabajar de noche y dormir de día; pero ahora ese horario maldito le había provocado un terrible insomnio. Apenas duerme,  aunque se acuesta pronto, nada más ocultarse el sol. Piensa que a su edad, ya ha dormido suficiente.  Cuando sueña, lo hace con el horno de leña donde tostaban el pan; aquel olor, difícil de encontrar algo que huela mejor, le envuelve en sueños mezclado con un perfume de mujer, un perfume que conocía muy bien, en otro tiempo, cuando no era el viejo panadero.
En ese momento siempre despertaba, antes de ver la cara de aquella mujer. Como una pesadilla recurrente le aceleraba el corazón y le alejaba las ganas de dormir. Se recostaba pese a saber que ya no dormiría, pero se está calentito bajo las mantas. Raco acude  siempre que se despierta, preocupado por su amo, sabía abrir la puerta con una pata.  “Te falta hablar, amigo” le decía siempre el viejo panadero. Su fiel amigo era toda la familia que él tenía, profiriéndole un gran amor a aquel can de mirada inteligente. Pero esa noche el pastor alemán estaba inquieto, más de lo normal. En el aire flotaba algo raro, algo ajeno a la casa, a su casa. El viejo panadero sintió lo mismo un momento después, ya con el insomnio haciendo de las suyas. El ambiente era denso, un perfume fluía en aquella estancia, un perfume conocido y un frio extraño, intenso, se apoderaron de la habitación. Raco ladró pero el viejo panadero no sabía a qué exactamente. Algo se cruzó en el espejo, el frio aumentaba; como la sensación de no estar solo. Encendió la luz avergonzado, pues sentía algo de temor, cosa que jamás le pasó antes. Acarició a su perro y se rió pues allí no había nadie. Se colgó de los hombros su bata roja para, acto seguido, comprobar que la ventana estaba bien cerrada. Se acostó de nuevo en la cama, el frío era terrible. Raco pareció relajarse pero no se fue de la habitación, se quedó a los pies de su querido amo. Sin saber aún por qué, aquella noche el viejo panadero durmió de un tirón, sin soñar nada desagradable, sin interrupción alguna. Después de 10 años de insomnio, pudo dormir una noche entera.

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