Camina por calles de un pueblo que no es el suyo, atenta a
los susurros del viento, a las sombras de las nubes en los tejados rojos, al
sol reflejarse en sus paredes blancas de cal que decora las calles como si
fuera nieve derretida. Huele la leña morir en el fuego del hogar, tomillo y
olivo, migas y tocino. Esto es lo mejor del invierno. Un día gris que te saca
la sonrisa cuando el cuerpo se calienta por fin. Un viejo trabaja el esparto en
el portal de su casa, respirando rayos de sol, rememorando tiempos sin
temblores. Los niños corren felices y libres, un mundo entre cerros para ellos
solos, aire puro y mil historias en cada esquina estrecha; lugares secretos y
trastadas varias. Ella camina observándolos y sonriendo, recordando su infancia.
Habla con un bodeguero aficionado, anciano encorvado y bonachón, de mofletes
colorados y sonrisa clara. Tras algún vino del país se marcha agradecida de descubrir
el pequeño mundo de aquel hombre apegado a la tierra, a las parras y a la vid.
Es la hora de partir, volver a la rutina mecánica tediosa
que impone la maldita normalidad. A su mundo urbano, a su trabajo y el horario
que marca su vida, dueña de sí misma solo cuando finaliza el turno. Revisando viejas
fotos, como si fueran tipos de vino, marcando cada momento como bueno, o malo,
como dulce o amargo, como tinto o blanco. Perdida delante del abismo, no sabe
si tirarse o quedarse allí quieta, respirando aquel aire limpio. Pero mira el
fondo, no lo puede ver, pero algo la llama a tirarse de cabeza, quiere ver lo que guarda, si al menos hubiera
una escalera… gira la cabeza para despedirse de aquel pueblecito de tejas rojas
y chimeneas humeantes, de almendros blancos en flor, de olivos milenarios; aún conserva
cierta personalidad que heredó de los árabes en pleno reinado triunfal.
Su pelo adornado con flores amarillas indica
el paso del viento hacia ese abismo misterioso que parece atraerla con notas de
guitarra quebrada. Mira fotos que ha tomado pero falta una, falta una. Sus ojos
se pierden en el azul del cielo claro de esa mañana soleada de invierno,
perdida o encontrada, así se encuentra en esta encrucijada. Quizás vuelva a por
vino y que éste le aclare las ideas, o quizás se marche lejos para no volver a
dudar. Quizás se ha equivocado de camino, o quizás marque ella el sendero de
sus pasos. Todo es extraño, como una mañana de invierno soleada.
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